Añil

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—Tenemos que irnos. No creo que el chaval vaya a darnos nada suculento por lo que queda de noche.

Wang cubría el cuerpo de Tuan. Una de sus manos aún permanecía abrazando el cuello de su superior y la otra descansaba en el vientre, empapándolo con semen. El inspector jefe apoyaba su mejilla en el reposacabezas, mirando la ventana empañada del coche. No dijo nada. Siguió observando la concentración de vaho mientras notaba que su aura empequeñecía y volvía a su cuerpo. Los músculos de su ano empezaron a comprimirse alrededor de la verga de su compañero, y comenzó a ser más consciente de la realidad que lo rodeaba.

El novato apoyó también su mejilla en el reposacabezas a escasos centímetros de su cara, contemplándolo con ojos somnolientos. Tuan lo observó. Recorrió su rostro: sus cabellos, que se pegaban a su frente con pequeñas gotas de sudor; sus ojos, que brillaban repletos de algo que no pudo descifrar; y sus labios, que relucían como si acabara de lamérselos. En ellos apareció una imperceptible sonrisa a la vez que un dedo acariciaba levemente su estómago y el pulgar de la mano que sostenía su cuello vagaba por las líneas de su mandíbula.

—Tenemos que irnos, Mark.

«Mark… ¿Por qué me llamas así? ¿Por qué me haces sentir así? ¿Por qué siento que acabo de encontrar algo que ni siquiera sabía que estaba buscando, pero que por fin lo he encontrado? ¿Por qué…? ¿Por qué has tenido que aparecer en mi vida y ponerla patas arriba?».

El novato se levantó, y Tuan abrió sus ojos al máximo al notar la blanda polla dejar su cuerpo. No supo cómo interpretar aquel vacío, pero no le gustó sentirlo. Wang se sentó en el asiento del copiloto, se limpió los restos de semen de sus manos con unas toallitas que encontró en la guantera y se abrochó los pantalones. El inspector jefe se dio la vuelta sobre el asiento y accionó la palanca para ponerlo recto. Nada más quedar sentado, un dolor agudo pinchó su agujero. No pudo evitar el aullido de su quejido. Wang rio con la garganta.

—Te recomiendo un baño bien caliente.

Tuan no lo miró. Recogió sus pantalones y se los puso como pudo sorteando la palanca de cambios, el volante, e intentando no volver a quejarse en voz alta con cada brote de dolor que le producían aquellos movimientos. Encendió el motor y se alejaron del callejón. Durante el camino no cruzaron palabra. Al llegar a la casa de Wang, este se bajó del coche, cerró la puerta y se apoyó sobre la ventanilla. Miró a Tuan durante varios segundos antes de hablar:

—Sin duda alguna, cambiaría a todos los machos solo por uno.

Y se fue. El inspector jefe lo miraba mientras se alejaba. Demasiados pensamientos, demasiados sentimientos recorrían su mente, y de nuevo solo quiso dormir. Llegó a su casa, se duchó, dejando que los chorros calientes limpiaran su cuerpo y masajearan las partes doloridas, y se acostó. Mientras sentía cómo los últimos atisbos de la droga lo abandonaban, se durmió con una palabra: Jackson.

El domingo lo pasó sentado en el sofá sobre un flotador de playa que solía usar como almohada. Cada vez que su culo dolía, no sabía si romperle la cara al mocoso o estrangularlo. Ambas opciones eran igual de buenas para él. El teléfono sonó y lo descolgó.

—¿Diga?

—Hola, cielo.

«¡Laura!… ¡No, joder! Ahora no…».

—Hola, preciosa —contestó, intentando que su tono afligido no se notara a través del auricular.

—¿Estás libre hoy?

—Bueno…, tengo algunas cosas que hacer…

—Tengo una sorpresa para ti.

«Y yo también, pero supongo que no te gustaría escuchar que ayer, la polla ganadora del Libro Guinness me taladró el culo, y hoy no puedo dar un paso sin que se me salten dos lagrimones».

ArcoirisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora