Prólogo

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Los declaro marido y mujer... Puede besar a la novia -dijo aquel sacerdote que había dado por cumplida su sentencia de muerte, tenía clarísimo que no sería feliz con aquella mujer, pero esa alianza entre familias los beneficiaba a ambos, sin más preambulos la beso.
Fue el beso más frío que nunca antes había dado, era sin afecto, sin una pizca de pasión, el no sería feliz, no al menos con ella, aunque eso duraría hasta que ella le diera hijos, así el podría dedicarse a ellos y a ella dejarla en el olvido. No se dió cuenta en qué momento habían salido de la iglesia y ya iban de camino al castillo que sería el hogar de ella.

Al menos ya no será tan solitario -Pensó en voz alta, sin darse cuenta que aquella mujer ojiverde lo miraba. -¿Que dices? -le pregunto ella con una voz fría y girando su vista a la ventana, el la miro y puso sus ojos en blanco, se conocían desde niños y nunca pensaron en tener que casarse por un "acuerdo entre familias", siguió viendo por la ventana imaginando cómo sería su vida con esa diabólica mujer que iba sentada frente a el.

Quizás aprenderían a quererse o talvez no se quisieran pero se respetarían, se apoyarían, serían una familia imperfecta pero una familia.

Llegamos. -dijo el mientras sentía que la carroza iba disminuyendo la velocidad, el camino tenía baches así que se movían bastante. -Tendre que pedir que arreglen el camino o terminaremos clavados cualquier día en el techo de la carroza -agrego tratando de romper el silencio incómodo entre ambos, ella solo suspiro y el maldijo entre dientes. La ayudo a bajar una vez que la carroza se detuvo en la entrada del gran castillo. -No recordaba que fuera tan grande -dijo ella mirando hacia el cielo ante tan imponente estructura, se adentraron para dar inicio a la fiesta de su boda, los invitados llegaban saludando a la dichosa pareja que había sido la noticia más importante de Inglaterra cuando se anunció el compromiso.

Cuando la recepción de invitados termino, luego de haber saludado a más de quinientas personas, la orquesta empezó a tocar, algunas parejas empezaron a bailar y algunas señoritas que estaban en rango de edad para casarse hablaban con sus posibles futuros maridos, mientras que en un rincón estaban ellos, los recién casados, teniendo su primera discusión.

Dormiremos en habitaciones separadas, no quiero intimar ahora -decia ella en un tono desafiante, el la miraba atónito, ya que no habían pasado ni dos horas de su boda y ya estaban discutiendo. - Conde, me gustaría hablar con usted un segundo -dijo un Vizconde, el cual no sabía cómo se llamaba, pero agradecía que lo hubiera sacado de las garras de esa mujer. -es importante -agrego aquel hombre mirándolos, el conde le hizo una seña para que fueran a hablar a su despacho.

Lo ví que estaba en aprietos y decidí ayudarlo -dijo el Vizconde mirándolo, mientras el conde le entregaba un vaso con coñac. -Gracias -le dijo recibiendo el vaso.

Si la verdad es que nadie dijo que el matrimonio sería fácil -Agrego el conde dándole un sorbo a su coñac, el Vizconde lo miro y sonrió. -Soy el Vizconde Snowdon vine desde Escocia, mi esposa insistió que su boda era la boda de esta temporada -dijo aquel hombre remarcando la palabra *la*, el conde sonrió tristemente, esperando que así fuera. -Deberia bailar con su esposa, eso aveces ayuda a qué calmen su enojo -le sugirió el Vizconde a lo que el conde soltó un "Gracias" y fue en búsqueda de su mujer, por qué claro, lo había olvidado, tenían que bailar.

Ven conmigo, bailemos -le dijo de forma brusca agarrándola del brazo para llevarla a la pista de baile. "Miren es el conde y su esposa bailando" se escuchó una voz femenina, de pronto se encontraban solos bailando en la mitad de la pista, siendo ellos el centro de atención.

Pasado un rato, la fiesta había terminado, había llegado el momento que ninguno de los dos deseaba, se encerraron en la habitación, el durmió en el sillón y ella en la cama, para evitar malos comentarios, lo último que quería era dañar la reputación de su actual mujer.

Así pasaron las noches hasta que ambos llegaron a aún acuerdo de intimar una vez al mes cuando ella sintiera que podía quedar embarazada, hasta lograrlo.

Y así paso, la marquesa estaba embarazada, tuvo un embarazo saludable, dónde no nació un bebé, nacieron dos. Una niña y un niño.
Cuando estos tenían un año, la marquesa enfermo gravemente, dónde tuvo que ser separada de los niños para evitar contagiarlos, ella sabía que su enfermedad la mataría, así que decidió suicidarse.

El Joven conde había enviudado a los veinticinco y se había quedado con dos niños de 3 años cada uno.

EnmascaradaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora