El mito de Orfeo y Eurídice

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En una época en que dioses y seres fabulosos poblaban la tierra, vivía en Gusu un joven llamado JingYi, que solía entonar hermosísimos cantos acompañado por su guqin. Su música era tan hermosa que, cuando sonaba, las fieras del bosque se acercaban a lamerle los pies y hasta las turbulentas aguas de los ríos se desviaban de su cauce para poder escuchar aquellos sones maravillosos.

Un día en que JingYi se encontraba en el corazón del bosque acariciando las cuerdas de su guqin, descubrió entre las ramas de un lejano arbusto a un joven silfo que, medio oculto, escuchaba embelesado. JingYi dejó a un lado su lira y se acercó a contemplar a aquel ser cuya hermosura y discreción no eran igualadas por ningún otro.

― Hermoso silfo que perteneces al viento ― le habló JingYi ―, si mi música es de tu agrado, abandona tu escondite y acércate a escuchar lo que mi humilde guqin tiene para decirte.

El joven silfo, llamado RuLan, dudó unos segundos, pero finalmente se acercó a JingYi y se sentó junto a él. Entonces JingYi compuso para él la más bella canción de amor que se había oído nunca en aquellos bosques.

Pocos días después se celebraban en aquel mismo lugar las bodas entre JingYi y RuLan.

La felicidad y el amor llenaron los días de la joven pareja. Pero el destino, con su capacidad de torcer las cosas, vinieron a cruzarse en su camino.

Una mañana en que RuLan paseaba por un verde prado, una serpiente vino a morder el delicado talón del silfo depositando en él la semilla de la muerte. Así fue como RuLan murió apenas unos meses después de haber celebrado sus bodas.

Al enterarse de la muerte de su amado, JingYi cayó presa de la desesperación. Lleno de dolor decidió descender a las profundidades infernales para suplicar que permitieran a RuLan volver a la vida. Estando en Yiling la comunicación física entre el mundo de los vivos y los muertos, se encaminó hacia allá.

Aunque el camino a los Túmulos Funerarios era largo y estaba lleno de dificultades, JingYi consiguió llegar hasta el borde de la laguna Estigia, cuyas aguas separan el reino de la luz del reino de las tinieblas. Allí entonó un canto tan triste y melodioso que conmovió al mismísimo QiongLin, el barquero encargado de transportar las almas de los difuntos hasta la otra orilla de la laguna.

JingYi atravesó en la barca de QiongLin, las aguas que ningún ser vivo pueden cruzar. Y una vez en el reino de las tinieblas, se presentó ante WuXian y WangJi, dioses de las profundidades infernales y, acompañado de su guqin, pronunció estas palabras:

― ¡Oh, Yiling Laozu! Estoy aquí, en vuestros dominios, para suplicarles que resuciten a mi esposo RuLan y me permitan llevarlo conmigo. Yo te prometo que cuando nuestra vida termine, volveremos para siempre a este lugar.

La música y las palabras de JingYi eran tan conmovedoras que consiguieron paralizar las penas de los castigados a sufrir eternamente. Y lograron también ablandar el corazón de WuXian y su esposo, quienes, por un instante, sintieron que sus ojos se humedecían.

― Joven JingYi ― dijo WuXian ―, hasta aquí habían llegado noticias de la excelencia de tu música; pero nunca hasta tu llegada se habían escuchado en este lugar melodías tan estremecedoras como los que se desprenden de tu guqin. Por eso, te concedo el don que solicitas, aunque con una condición.

― ¡Oh, poderoso Yiling Laozu! ― exclamó JingYi ―. Haré cualquier cosa que me pidáis con tal de recuperar a mi amadísimo esposo.

― Entonces bien ― continuó WuXian ―, tu adorado RuLan seguirá tus pasos hasta que hayas abandonado los Túmulos Funerarios. Sólo entonces podrás mirarla. Si intentas verla antes de atravesar la laguna Estigia, la perderás para siempre.

LingYi Week 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora