Prólogo

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Hay una idea muy difundida, un saber concreto, sobre quienes padecen anorexia, sobre quienes no comen. Se la ve desnuda a una mujer, de piel pálida y huesos filosos, frente a un espejo. Su cara, horrorizada, se dirige a la imagen que el espejo le retorna, una imagen poco fiel a sus labios violetas y los moretones que tiene en la zona de la columna. Es una imagen de la abundancia personificada, de la piel que cuelga y un cuerpo que ocupa más espacio del que le han dicho que es prudente ocupar. La imagen de la escasez enfrentada a la imagen del sinfín.Pero eso no es lo que yo vi en el espejo. Yo vi los huesos, vi mis manos volverse más angostas y el hueco entre mis piernas agrandarse día a día. Sentí el frío y sentí el hambre. Vi los números y el lento descenso del talle de los jeans. Yo lo vi todo, no fui rehén de una ilusión óptica de un espejo desobediente. Y no hubo horror en mi rostro, pero sí ojos vidriosos de a momentos, y una respiración lenta y constante. Un incesante impulso de continuar.Lo vi todo, pero no era suficiente lo que el espejo me devolvía. Así que fui por más, o por menos. Yo siempre creí que lo que no hacíamos no nos podía enfermar, ¿era verdad?

La última cena.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora