Prólogo.

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─ ¿Podrías ir más despacio? ─ le dice la muchacha, jadeante. Con la mano izquierda se sujeta el estómago; la mancha de sangre extendiéndose por su camiseta como tinta oscura. ─ Kai. Kai, no puedo más. Por favor, para.

─ No vamos a parar. No ahora.

        Espeta, tajante, abandonando la avenida para colarse en una de las calles secundarias. Ahí el olor a pis de gato, basura y humo es intenso, asi que deduce que no deben andar muy lejos de su destino. Tan solo necesita que ella aguante un poco más. Si pudiese al menos hacer un hechizo sencillo de curación...pero no, no puede. Si su hermano se enterase probablemente lo mataría. Estira de la muchacha con más premura, sujetando su muñeca con tanta fuerza que fácilmente podría rompérsela si ella fuese humana. Un gemido ahogado lo lleva a echar un vistazo atrás, encontrándose con unos ojos que hablan de final, de despedida. Él aprieta la mandíbula y acelera el paso, ampliando la zancada; al ver que ella no es capaz de seguirle el ritmo, termina tomándola en brazos. Ya ve la fachada rojiza y el balcón repleto de flores que tanto aborrece, solo unos pocos metros más...

─ Aguanta, Leah...No querrás perderte mi ceremonia de Iniciación, ¿no? Si te marchas, jamás me verás con corbata.

        El temor le raspa la garganta, haciendo que su voz suene ronca, amarga. Leah se limita a sonreír con cansancio, el sudor le baña la frente, y su piel, ya de por sí pálida, ahora tiene la tonalidad del mármol en un día gris. La culpa le hiela las venas y le produce náuseas: si no hubiese insistido en salir de patrulla esa noche, si hubiesen huído cuando la cosa se puso fea...quizá ella no estaría muriéndose. Nota que algo le roza la mejilla mientras cruza la calle, y no se da cuenta de que es la mano de la muchacha hasta que no mira hacia abajo. Sus miradas se cruzan, los labios de ella se abren y justo antes de que la vida se marche de sus huesos, un susurro se le escapa, tan bajo y tan dulce que al joven brujo se le detiene el corazón.

─ Kyros...te amo.

        Y de pronto, pasa a sujetar entre los brazos un cuerpo flácido, desmadejado, cuyas extremedidades cuelgan sin más, libres de músculos que las mantengan rígidas. No se da cuenta de que está aporreando la puerta con todas sus fuerzas hasta que la madera se agrieta y se astilla, a punto de saltar de los goznes. Escucha gruñidos procedentes del pasillo al otro lado, y escasos segundos después, un muchacho de aspecto somnoliento y cabellos despeinados aparece en el umbral. Mira a Kyros primero, demasiado grogui como para ver el bulto que porta en sus brazos, y abre la boca dispuesto a protestar. El brujo ignora las protestas del otro, colándose en el interior de la vivienda a base de empujones. Una vez dentro, bajo la tenue luz que procede del comedor, el muchacho descubre que lo que Kyros sujeta con firmeza contra su pecho es una persona. Es Leah, y parece inconsciente. Frunciendo el ceño, comienza a tartamudear como cada vez que se pone nervioso:

─ ¿Qué le ha pasado a Leah? Kyros, ¿esa sangre es tuya? ¿Estás herido?

        La angustia en la voz del joven consigue hacer reaccionar al brujo, que hasta ese momento estaba centrado en depositar a Leah en el sofá y rasgarle la camisa para examinar la herida; ella aún está caliente, pero le queda poco tiempo. Si cruza el Límite ya no habrá vueltra atrás, ni siquiera la magia podrá devolverla a la vida. Mira a Tristan, que le devuelve la mirada con una mueca en el rostro a medio camino entre el horror y el miedo. Sin mediar palabra, alarga la mano y agarra la muñeca de su mejor amigo, atrayéndolo hacia sí con brusquedad; frenético, intenta explicarse lo más rápido que puede, al mismo tiempo que coloca la otra mano sobre la herida de la chica. Es una locura; jamás se le ha dado bien la Curación, de hecho es una de las asignaturas que siempre suspende. Pero esto es cuestión de vida o muerte y no piensa quedarse quieto hasta que llegue su hermano. Eso podría llevarle unos diez minutos por mucha prisa que este se diese, y desde luego Leah no dispone de ese tiempo.

─Salimos de patrulla. Encontramos a un grupo de demonios intentando poseer a un chico, apenas tendría 15 años. Leah y yo intentamos detenerles, pero eran demasiados y uno de ellos se transformó...la atacó y le inyectó veneno con su aguijón. Tengo que curarla y necesito tu energía, Tris. Espero que lo entiendas.

        Y sin darle tiempo a negarse o aceptar, comienza a robarle la energía a su mejor amigo. Extraer la energía vital de un humano está prohibido por la ley. El Consejo castiga semejante atrocidad con la pena de muerte, y tienen sus razones para hacerlo: si el humano no está dispuesto a entregar su energía, el proceso de extracción es sumamente doloroso. Y aún estando de acuerdo, corre el riesgo de morir si el brujo no tiene experiencia en el asunto o coge demasiada energía. Aprieta los dedos en torno a la muñeca de Tristan con tanta fuerza que las uñas se hunden en la piel ajena, provocando que el otro gima de dolor. Como cada vez que toca a su amigo, percibe el vínculo que los une con más claridad, una fuente de magia poderosa que espera que sirva de algo ahora. Se aferra a esa conexión, cerrando los ojos, dejando que la energía se libere y fluya a través de su cuerpo  hacia el de Leah, mientras murmura en bajo las palabras del conjuro. No sabe si está funcionando o no, ni cuanto tiempo transcurre hasta que decide abrir los ojos y observar la escena, temeroso de lo que pueda encontrarse. Parpadea para enfocar la vista, sintiendo ahora el cansancio como una losa sobre los hombros y los párpados,  pues para un no-iniciado utilizar magia tan poderosa supone un doble esfuerzo. Mira a Leah, apartando la mano de su vientre para comprobar si ha funcionado, descubriendo con horror que aunque la herida se ha cerrado, ella sigue sin respirar. Ha llegado tarde. Conteniendo el aliento, con cada músculo del cuerpo tenso como alambre, intenta tomar más energía del cuerpo de Tristan pero no puede; comprende por qué cuando dirige la mirada hacia su amigo. Está sentado en el suelo, con la espalda apoyada contra el sofá y el brazo estirado hacia Kyros, que aún lo sujeta con demasiada fuerza. El pelo se le pega a la frente y las sienes ahí donde el sudor lo ha mojado, los ojos, normalmente de un verde brillante, tienen ahora la tonalidad de un prado al amparo de la noche: oscuros, sombríos, lejanos. Una punzada de dolor le atraviesa el corazón, y por un instante llega a olvidarse de Leah, sintiendo como el mundo se le derrumba bajo los pies conforme comienza a pensar que quizá lo ha matado. A su mejor amigo. A su shenan.

─Tristan. Tristan, háblame. Dime que estás bien. ─aparta la mano del vientre de la muchacha y la lleva al rostro ajeno, ignorando las manchas de sangre que le deja en la piel de la mejilla. Lo sacude con ferocidad de los hombros al vez que no obtiene respuesta, asolado ante la idea de haber perdido a las dos personas más importantes de su vida en una sola noche. Ni siquiera es consciente de que está gritando y llorando, acunando el cuerpo de Tristan contra su pecho, cuando unas manos grandes y fuertes lo sujetan de las axilas y lo separan de él. De los dos.─ ¡Suéltame! ¡TENGO QUE SALVARLOS! ¡SUÉLTAME!

        Las palabras se le ahogan en la garganta cuanto más intenso es el llanto. No sabe quién lo sujeta, pero una voz le habla al oído en un intento por tranquilizarlo, mientras otras dos personas se arremolinan alrededor de Tristan, lanzando chispas azules con los dedos. Él no deja de patalear y revolverse, furioso, deseando llegar hasta esos dos cabrones y apartarlos a puñetazos de su amigo. ¿Cuándo han entrado? ¿Qué se supone que le están haciendo? Sólo él puede tocar a su amigo con magia.

─¡DEJÁDLE EN PAZ!

        Grita por última vez, antes de que la persona que le sujeta lo suma en la inconsciencia con una sola palabra susurrada a su oído. Un hechizo de sueño.

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