Capítulo uno, parte I; "Lo que no mata engorda"

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        Recostado contra el tronco del árbol, permanece con la vista fija en la lápida. El mármol, que apenas lleva seis meses expuesto a las inclemencias climatológicas, ya presenta un ligero aspecto desgastado, oscurecido en aquellas zonas donde la humedad ha decidido cebarse. Quizá sea esa la única forma que tiene la naturaleza de expresar su tristeza.
         El invierno, que por lo general se demora en llegar, se ha hecho presa de la ciudad en cuestión de días. Kyros se encoge en el interior de su abrigo, absorto en sus pensamientos por completo. Como cada sábado desde que Leah se marchó, acude al cementerio y custodia el sepulcro en absoluto silencio, permitiéndose por un segundo liberar el dolor, el desconsuelo, que con puño de hierro le laceran el corazón. Desde que ella se fue nada ha vuelto a ser lo mismo; nada en él funciona bien. Su familia, sus amigos, sus profesores y compañeros olvidaron el tema a las pocas semanas, como si Leah jamás hubiese existido, como si su pérdida no fuese una terrible desgracia. Pero para Kyros, cuyo mundo giraba en torno a la muchacha...Algo le vibra en el bolsillo, devolviéndolo a la realidad. Tarda dos segundos en comprender que es su móvil, y otros dos segundos más en cogerlo y mirar la pantalla para ver quién lo llama, a pesar de que intuye quién puede ser antes de leer el nombre; Tristan. Sólo él sería capaz de molestarle en un día como hoy. Sostiene el teléfono entre los dedos hasta que el zumbido quedo se detiene, pensando en el muchacho por un instante. Aquella noche, hace ya cinco meses y medio, casi lo pierde a él también por culpa de su imprudencia y de su egoismo. Aún recuerda haberse levantado sobresaltado a mitad de una pesadilla unas cuantas horas después, tendido en una cama desconocida de un cuarto ajeno, presa de un dolor de cabeza espantoso y unas ganas de vomitar sin precedentes, y a pesar de todo su primer pensamiento fue él, fue Tristan. Le llevó cosa de dos horas conseguir verlo y comprobar con sus propios ojos que estaba sano y salvo, pues antes tuvieron que explicarle qué había sucedido y por qué. Al parecer, mientras ellos estaban en casa de Tristan jugando a los médicos, el padre del muchacho tuvo un accidente de coche; murió en el acto. Las personas que se encargaron de salvarle la vida a su shenan son intengrantes del Consejo, compañeros del fallecido, que llegaron con la intención de dar la noticia a su único hijo y familia y se encontraron con una escena sacada de las tragedias de Shakespeare. Le contaron que Tristan casi cruzó el Límite, y que hizo falta la magia de tres brujos Mayores para traerlo de vuelta. Es extraño, piensa para si, que en aquel momento se alegrase de la muerte de Robert, pues con total seguridad, sin las cosas no hubiesen sucedido de ese modo, ahora estaría contemplando dos lápidas en lugar de una. Y eso habría sido demasiado para el joven brujo.           

        El teléfono vuelve a reclamar su atención con una nueva tanda de timbrazos, que esta vez decide acallar él mismo cancelando la llamada. Desde el incidente se siente culpable por todo lo que hace en lo que atañe a su amigo, sea bueno o malo. Sabe que Tristan se esfuerza en hacerle sentir bien, repitiéndole constantemente que él volvería a darle su energía si con eso hubiesen podido salvar a Leah, pero apenas es un consuelo para el brujo; lo que hizo es un crimen, y aún no está seguro de que vaya a salir indemne del juicio que tienen ambos dentro de una semana, a fin de aclarar los hechos delante del Tribunal del Consejo. Se le escapa un suspiro, y por un instante se distrae observando las volutas de humo blanco que podruce su propio aliento. Siente como la herida dentro de su pecho no deja de sangrar, y lejos de cerrarse sólo crece y crece, atormentándolo por las noches con siniestras pesadillas, acosándolo durante el día con pensamientos fugaces, recuerdos, flashes de aquella noche sumamente realistas. Al principio pensó que sólo sería cuestión de tiempo, que el dolor y la tristeza terminarían esfumándose. No es el caso. El mimbreo de una tercera llamada le hace gruñir, maldiciendo en bajo la perseverancia de su shenan: ¿puede haber alguien más cabezón sobre la faz de la Tierra? No. Seguro que no. Con un bufido descuelga, contestando:

─ Qué. 

        Musita, a las claras molesto. Le ha dicho mil veces a todo el mundo que los sábados no está para nadie, pero Tristan siempre consigue de alguna forma saltarse a la torera todo lo que Kyros impone. Se humedece los labios mientras escucha lo que su shenan tiene que decirle, calibrando si es lo suficientemente importante como para seguir con el teléfono pegado a la oreja, o directamente puede colgarle. No sería la primera vez que Tristan se queda hablando solo.

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