Él tiene unos encantadores labios rotos, llenos de grietas y malheridos, seductores y atrayentes. Al muchacho le encantan por el deseo de besarlos por una eternidad e intencionadamente quiere curarlos con besos sin sentido.
Dabi lo conoce en la biblioteca de la universidad, escondido entre una pila de libros que nunca va a leer. Cae por el extraño espectro del amor que obliga a que se quede una tarde entera en una mesa cercana.
Las visitas a uno de los lugares menos recurrentes se hacen a menudo. Los ojos celestes buscan esa mirada carmín que se guarda para las letras de un libro que no alcanza a reconocer desde su sitio.
Lunes por la tarde y visualiza al dueño de sus fantasías, masticando su labio inferior cual chicle e imagina que sensual sería una escena donde pudiera morder su boca rota.
Martes a las cinco de la tarde, se pasea casualmente por la estantería de la sección de los numeritos. A unos cuantos metros de aquel universitario del que no conoce absolutamente nada, percibe como una de sus manos masajea su cuello largo y delgado; lo mordería si pudiera.
Miércoles en la mañana es cuando tiene un espacio libre para horas de ocio, que gasta ahora para sentarse en la mesa que esta frente a la que el desconocido usa todos los días. Lo ve llegar y su mirada se enciende al notar que sus labios quebrados se rozan con la punta de un lapicero.
Dabi esa noche no para de pensar en el muchacho de ojos de rubíes que ronda desnudo en su cabeza, acariciando su cuello con el cabello rebelde cayendo por su frente al abrir la boca herida e imaginar que su erección es el objeto de esa mañana tan milagrosa.
El jueves intenta acercarse en un intento vago de entablar una conversación. Va al sitio de todos los días a esperar que su campo de visión se inunde de un rostro particular de ojos cansados, pero esa tarde es amarga al no obtener una probada de su capricho y se va a comprar una cerveza para evocar una imagen placentera del chico de la biblioteca.
El viernes se topa con su cabellera desordenada, amarrada en una coleta corta que deja en exposición las diminutas cicatrices que se asoman a lo largo de ese cuello. Crea un recorrido de esa fantástica vista que vuelve locos a sus sentidos más febriles, durante todo ese día, hasta que él se levanta y se retira.
Sábado es el último día de la semana en la que puede fingir que está rebuscando entre una estantería de largas filas que contienen hojas encuadernadas por grueso cuero. Él está a su costado tomando un libro de lo que parece ser de viejas construcciones, sus dedos huesudos tocan lento, de uñas cortas, de longitud larga.
La respiración escasea al aguantar un sonido deleitoso que desea desbordarse de sus labios. Diez de la noche y sigue reproduciendo esos movimientos en su cabeza de diferentes maneras, distorsionado e imaginativo como fue en las noches anteriores.
Domingo es un día detestable porque no puede llenar su mente de nuevos recuerdos que pueda cambiar a su antojo. Pero rememora sus facciones de piel fantasmal, labios quebrados y desiguales, con un lunar imperceptible bajo la boca, e iris pequeñas de un rojo radiante que están heridos en los párpados.
Como un animal nocturno, es más productivo en la oscuridad del cielo. Busca un poco en facebook para dar con una pequeña pista de ese chico de ondulados e irregulares cabellos celestes, pero parece ser inútil después de un intento de una hora de nombres frecuentes y unas dos horas gastadas en revisar la lista de amigos de sus propios compañeros de carrera y otros.
Son las tres de la madruga de un lunes poco alentador. Piensa en su deseo de sacudir la figura esbelta con embestidas, de ver sus labios magullados abrirse en gemidos sonoros; de nuevo su mano empieza a bombear.
Y es así como transcurre un mes de acoso silencioso, donde fanales índigos están al asecho de unos granates peligrosos. Sus fructíferos esfuerzos le han dado cierta información sobre su misteriosa persona: Tomura Shigaraki de la facultad de arquitectura es el dominador de su lujuria.
Como sea, su estupidez detuvo varios encuentros que pudo propiciar intencionalmente. Es tan fácil acercarse a su presa, pero tan difícil provocar su caída y quizá, es lo fascinante de la historia
Dabi no es rechazado, pero tampoco es invitado a merodear a su alrededor. Es el lobo hambriento que busca carne fresca para hacer realidad el cuento, sin embargo, Caperuza evita cualquier camino para entrelazar sus destinos como están previstos y arruina su plan de un festín y no, no existe ningún leñador que lo rescate ni una abuelita tonta a la que llevar un cesto.
Entonces, cae en cuenta de un nuevo miércoles en el que hay un hueco en su horario. Le saca provecho al sentarse en su mesa preferida, esa desde la que es capaz de ver el rostro que reserva sus emociones bajo una espesura de mata celeste.
Pretencioso, devora visualmente al muchacho, sin pena ni gloria, insaciable. Han sido tantas veces que Tomura ignoró sus meticulosas miradas, que no creé que va a hacer caso a esta propuesta indirecta en especifico; no obstante, los sueños se hacen realidad y aquellas inusuales perlas bermejas, lo divisan sin pretexto.
Descubre en las ventanas de cortinas rojas el mismo secreto que guarda. Al azabache simplemente le queda alabar a la energía divina por el portento, más prodigioso cuando su ajeno guarda los cuadernos para irse antes de la hora acostumbrada.
¡Esa es un invitación! Bendito sea ese día.
Se levanta ansiosamente de su sitio predilecto, al igual que un perro desesperado por ver a su dueño y puede que realmente sea así.
Tomura camina sin rumbo fijo. Dobla de una esquina a otra, lo guía por pasillos que parecen interminables y se detiene cuando han llegado a la puerta de un salón vacío.
— Vamos a hacerlo. — Pese a la sorpresa inicial por lo dicho con tanta indiferencia, se regocija por oírlo.
— ¿Por qué? — Jadea despacio. No se niega, no hay razón.
Entran a ese cuarto oscuro, sus manos se apegan a las caderas de la esbelta figura cuando se ha desecho de su mochila. Se cuela bajo su camiseta negra, tocando la piel con el anhelo de cumplir su fantasía más reciente.
— Porque quiero. — Es simple.
Shigaraki quiere hacerlo, que ese imbécil que se la pasa acosándolo como un maniático, se la meta en lo más profundo de su ser, que sea tan duro como para no mover sus piernas por una semana. Quiere gritar hasta quedar afónico si es posible.
Dabi cual fiel sirviente, va a cumplir su petición. La espera lo ha vuelto ansioso y agradecido. Se ha estado volviendo loco durante días interminables y ahora, el manjar está en sus manos.