Seven

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Era un día normal en la vida del doctor Gilbert Blythe, las consultas ya casi estaban por concluirse, no había pasado de un par de jaquecas y un resfriado, pero era por el cambio de estación que se tuvo tan rápido ese otoño en Avonlea. Aún tenía que ordenar un par de cosas en su consultorio. Había unas cosas que un niño había quitado de su lugar más temprano ese día mientras acompañaba a uno de sus pacientes, y aparte ya le faltaba limpiar el lugar, podía mirar el polvo en algunas cosas, como en el certificado de doctor.

Estaba moviendo unos viejos papeles cuando la miro. A simple vista era un viejo trapo, con una protuberancia, donde le salían unos hilos color naranja, sonrió mientras acariciaba los botones que debían ser los ojos. Era su favorita. Y se transportó años atrás donde no sabía nada de civilidad, gritaba cuando él quería y no comprendía de las crueldades del mundo real.

Su papá había decido que esa mañana tenía que ir a jugar lejos de su vista, le encargó especialmente,alimentar a las gallinas, después a los puerquitos y a los caballos. El pequeño Gil asintió a todas, silbando, las órdenes de su padre, hace un par de semanas había aprendido a silbar y era divertido para él, jugar a que silbaba y era como si fuera un pájaro aunque no pudiera volar o incluso tener plumas.

Estaba alimentado a su caballo con manzanas, cuando escuchó el crujir de la paja en el establo. Se suponía que su papá estaba muy ocupado con papeles que le habían llegado al correo. Sus pequeños labios se formaron en una sonrisa, tal vez había decidido venir a jugar con él. Sigilosamente fue a través del caballo, trataba de esconder su pequeño cuerpo con el del animal. y cuando ya estaba en la punta dió un salto y gritó.

No se esperó que un grito agudo le respondiera al suyo. Se paró recto mientras la miraba. Estaba una niña pecosa, con cabello rojo como el fuego o del color del cielo cuando cae el atardecer, su cabello caía en dos trenzas, estaba llorando y temblando, estaba abrazando a un trapo raro, mientras que sus piernas eran escudos.

Los dos se miraban. Gilbert a su corta edad de 7 años sintió que aquella criatura tan curiosa era la más hermosa que había visto y que vería en su vida.

-Hola- saludo.- Me llamo Gilbert.

-Soy Anne- le respondió.

-¿Qué haces aquí?- preguntó mientras ladeaba la cabeza confundido.

-Mi papá está enojado de nuevo, me dijo que si me miraba cerca me pegaría más fuerte.- tembló más fuerte.

Gilbert se asustó. Se sentó enfrente de ella. Y la miró más detenidamente, tenía unos surcos raros debajo de sus ojos color cielo, eran oscuros, se parecían a los que tenía su padre cuando se enfermaba. Tenía múltiples pecas, estaban por todas partes. Estaba asombrado, quería tocarlas.

-¿Qué es lo que tienes entre tus manos?- señaló el objeto distraído mientras se miraba así mismo en los ojos azules de la pelirroja.

Anne apretó más el trapo, que ahora pudo notar que tenía hilos incrustados.

-Es mi muñeca, se llama Cordelia. A veces me imagino que tiene el cabello negro, radiante y no el mismo tono de cabello que el mio.

-¿Me dejas verla de cerca?

Fue un largo momento para Gil hasta que la niña se la extendió. La tomó con la delicadeza que más podía. Acarició los hilos naranjas y sus botones. Y por fin dijo.- Es muy bonita-.

-Gracias, es lo único que tengo de mi mamá.

Él asintió mientras se la volvía a dar. Cuando recordó que solo faltaba alimentar a los caballos.

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