Take me to church

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BaekHun/SeBaek
advertencias: homofobia, 
referencias a figuras religiosas, blasfemia.



Tenía 15 años la primera vez que me enamoré, la ilusión crecía en mi pecho cada vez que observaba el rostro de la razón de mis suspiros, con tierna inocencia creí que sería una gran idea expresarle a mi madre que mi corazón había sido calentado por un maravilloso ser.

Pero su reacción no fue en nada lo que yo hubiese esperado. Me tachó de enfermo y vulgar, también me llamo mariquita y mi padre no encontró mayor alivió a su pesar que golpearme hasta cansarse, me sentí extremadamente patético. No, yo era patético.

Decidí tener fe como el buen Jesús decía en sus sermones, quizá si ellos conocían a  JunmYeon podrían ver lo mismo que yo veía. Mi dulce razón de suspiros tenía mejillas algo regordetas, ojos amables y una sonrisa chistosa, cada que mis ojos se encontraban con los suyos yo juraba que estaba observando a un tierno conejito.

Quizá me equivoqué respecto a lo de mirada amable.

Cuando me declaré,  primero me regalo bonitas risas que yo acompañé con gusto "idiota, no hagas esas bromas estúpidas, casi me creo que eres un maricón".  Y ahí supe que su risa no era de felicidad o nervios precisamente, él se estaba burlando de mis sentimientos.

Trate de explicarle que era sincero, que estaba enamorado y que no veía porque eso le podía resultar ofensivo, estaba bien si no me correspondía, yo solo quería que conociera lo que se albergaba en mi corazón.

Los golpes de mi padre no dolieron tanto en comparación con los que recibí esa tarde, no solo JunmYeon se ofendió, al parecer todos los hombres de la escuela también.

Las palizas que recibí no fueron una perdida de tiempo, me ayudaron a comprender que estaba mal. Lloré y pedí perdón de rodillas a la mujer que me dio la vida, les prometí hacer lo necesario para curarme de esta enfermedad, porque eso era lo que yo sentía, una vulgar enfermedad que no solo me dañaba como hombre, también lastimaba a los míos y sobre todo a Dios.

Nos mudamos a Busan para dejar los rumores atrás en Seúl, empecé a asistir a terapias de conversión. Hablar con el psiquiatra me ayudaba a trabajar mejor en mi mismo y en mis sentimientos inmundos, la única parte que detestaba de las terapias eran los electrochoques que recibía. 

Cuando cumplí 20 me di cuenta de un hecho trágico, no podía ser tan hombre como papá deseaba, el solo pensar en tocar a una mujer me causaba cierto desagrado, no era que ellas me desagradaran, yo había nacido de una y ellas eran creación propia y divina del Todopoderoso. Pero aún con todas sus maravillas ellas no podían gustarme de forma no amistosa.

Entonces tomé una decisión que le daría alivio a mis padres y perdón a mi alma, me entregué al sacerdocio. Estudié durante cinco años en un seminario completamente rodeado de varones, la tentación estaba presente pero mi voluntad era más fuerte que las bellezas del amor y de los mozos que me rodeaban.

A los 32 oficié mi primer misa. Había sido un éxito absoluto, los feligreses parecían encantados con la palabra de Dios proporcionada por este humilde servidor, pero hubo un pequeño problema y ese era el castaño que al acercarse a tomar la ostia había pasado su lengua de forma discreta por mis dedos causando un cosquilleo en mi entrepierna.

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