INTRODUCCIÓN

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Durante siglos se pensó que la Tierra era el centro del universo, que todo lo demás giraba en torno a ella. En parte, quizás el egocentrismo terco que caracteriza al ser humano y la búsqueda desmedida de la razón hizo que esto sucediera. Pero si dejamos de juzgar a quienes lo creían y damos un vistazo a la tierra, nos damos cuenta que es tan hermosa, tan única, llena de vida y totalmente diferente al resto de cuerpos celestes que componen el universo... pero a fin de cuentas parece que no lo es todo. Y es que a pesar de todo lo que podamos encontrar en la tierra, sabemos que hay tanto más allá afuera que pasamos por alto y que no tomamos en cuenta: gigantescas estrellas, inmensas rocas flotantes, y claro, más planetas, cada uno con su belleza distintiva.

Y es aquí donde me pongo sentimental. Lo sé, no debí criticar a quienes arman sus teorías con razones basadas en sus propias percepciones, su pasión de tenerla como eje central no era para menos. Solo mírala y quédate maravillado. Aunque no sea alguien que le guste la ciencia en lo más mínimo, claramente logro entenderlos y sacar mi lado empático después de caer bajo con las obsesiones para demostrar mi razón (terca, por cierto). Sí, ya sé lo que estás pensando: amor... ¿Que más podría ser? Obviamente no es una historia en donde me martillo cada 3 minutos sobre en qué me equivoqué, aunque reconocerlo no está demás. Incluso cuando no llegas a un buen destino, puedes mirar por la ventana y ver el paisaje. Y es lo que me queda por hacer.

Ella era como la tierra, y reconozco que fui el Geocentrista más acérrimo y fanático que pudo haber existido. Ni Sócrates, Platón, ni Aristóteles, ni cualquier científico del siglo II. La verdad es que cualquiera de ellos se queda corto en comparación conmigo (sí, de nuevo me doy cuenta que no debí criticar el egocentrismo, pero ya que). Fui yo el que cautivado por su belleza estuve lejos de ver la verdad, y no porque no lo mereciera, antes todo lo contrario. Su belleza era notoria a simple vista, pero lo que escondía era aún mejor. Propuse teorías, estudios, dediqué tiempo a defender que su sola existencia era el centro de mi universo, el centro mi vida.

Pero no sabía que me estaba perdiendo del resto: grandes estrellas, inmensos obstáculos flotantes, y claro, de otros planetas. Justo cuando crees que la belleza de la Tierra es inalcanzable o insuperable, encuentras una joya inhóspitamente relegada a más de 1200 millones de kilómetros de lo que fue "el centro del universo", tanto lejos como fría, técnicamente. Y luego de encontrar semejante tesoro, te enteras de sus tantas lunas, sus ciclos, y descubres lo que quizás sea su factor más relevante y llamativo: SUS ANILLOS.

Pasaron 1610 años desde la concepción de nuestra era para ver los anillos de Saturno. Y así como se tardaron tanto en encontrar un nuevo planeta lleno de maravillas, me tomó tiempo descubrir un nuevo sueño, lleno de maravillas. 

En Los Anillos De SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora