4. El querer morir

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Escuchen la canción de arriba. A pesar de que está cantada por un chico, siento que queda demasiado bien con Alissa. Si no les carga el video búsquenla como All i want -Kodaline.
•••

El mar me embistió con fuerza, me dejé llevar por la corriente, no luché por nadar hacia la superficie. Las olas impactaron mi cuerpo contra la base de cemento del muelle. Me hundí con el impacto.

Eso necesitaba, pagar por lo que había hecho.

Merecía más.

Me dejé hundir. Mi cabello flotaba por el agua, cerré los ojos. Mi corazón se había comenzado a acelerar por la falta de aire.

Me regodeé en mi propio dolor. Si nadie estaba para castigarme podía hacerlo yo misma. No merecía estar bien. No merecía nada.

Subí a la superficie y abrí la boca para tomar aire, pero una ola me golpeó, impidiéndome hacerlo y ocasionando que me diera una vuelta de cuerpo entero que me dejó boca abajo, moví los brazos para subir, se sentía desesperante, sí, pero mejor que la consciencia.

Salí a la superficie, un espasmo me recorrió el cuerpo y mis ojos se fueron a blanco cuando tragué una cantidad considerable de agua. Mis manos quedaron por la superficie, temblando.
Un foco de luz a lo lejos me alumbró de llenó la cara, haciendo que no pudiera ver nada. Me hundí a consciencia, dejé de luchar. No quería ser salvada. No lo merecía en lo absoluto.

El agua arrastró mi cuerpo lejos del cemento del muelle. Ya no sentía frío, sentía paz. Escuché a lo lejos una bocina comenzando a sonar en el muelle y las luces de una mini lancha anclada a la costa alumbrando en mi dirección. No, no, no...

Una ola me embistió tirándome metros más abajo, mi vista se volvió borrosa. ¿Había dejado de respirar? Mi mente estaba adormecida, como si me hubiese dado un golpe fuerte en la cabeza.

Comencé a ver negro.

(...)

Oscuridad.

Tranquilidad.

¿Donde estaba?

Abrí los ojos lentamente, era de día. La luz de la ventana me cegó unos segundos. ¿Lo había soñado todo?

—Despertó —escuché a lo lejos, como si hubiese agua en mis oídos. Carraspeé la garganta y me intenté incorporar, una atadura en mi mano derecha me frenó, apegándome de vuelta a la cama. Abrí los ojos, ¿qué carajos?

Miré mi muñeca, estaba rodeada por una atadura de cuero café que me mantenía sin movimiento. Me quedé sin aire, mi pecho comenzó a doler cuando caí en cuenta de lo que estaba pasando. De lo que había hecho.

—¿Donde estoy? —murmuré tratando de forcejear para soltarme. Una punzada de dolor en la cabeza me hizo recostarme otra vez.

—Señorita, tiene que calmarse. Está en el hospital. —escuché, aún sentía la voz distorsionada, intenté enfocar la vista. ¿Estaba con cedantes?

—¿En el hospital? —susurré mirando a mi alrededor, definitivamente—. ¿Qué hago aquí?

—¿No lo recuerda? Señorita... Usted trató de quitarse la vida.

La ausencia de la bestia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora