El río que había aparecido estaba limpio. Corría en silencio, con destellos producidos por el sol que brillaba en algún lugar entre las nubes. Sumergí mis manos en el agua y mojé mi rostro. Era temprano en la mañana. Perdí el camino durante la noche y no sabía dónde me hallaba. No veía ningún rastro de casas ni senderos que condujeran a cualquier sitio habitado. Solo se veía el verdor del campo y unas montañas inmensas sobre el horizonte.
Tomé la maleta dispuesto a seguir viaje. Caminaría junto al río siguiendo su curso. Tal vez me llevara a donde pedir orientación y algo de comer. Entonces fue que escuché la voz de la muchacha.
―¿Estás perdido?
Estaba de pie en la otra orilla del río. Me miraba con evidente interés. Era rubia; tenía su carita llena de pecas. Tendría unos diecinueve años, delgada y alta, con un vestido que dejaba al descubierto sus hombros y marcaban con claridad sus puntiagudos senos.
―Sí, desde hace un día ―contesté.
Ella sonrió. Tenía una sonrisa agradable.
―¡Mentiroso! ―dijo―. Este sitio no es tan grande como para perderse tanto tiempo.
Le sonreí.
―Es cierto. Me perdí anoche.
―Lo noté enseguida. No se ve tan cansado, y tampoco tan sucio.
―Pero sí estoy muerto de hambre. ¿Podrías ayudarme?
―Lo haría si estuvieras aquí ―contestó, tuteándome―. Mientras estés del otro lado del río me será muy difícil. ¿Por qué no cruzas?
Lo pensé dos veces antes de entrar al agua. Me empapé los pantalones hasta las rodillas, pero tuve cuidado de no mojar la maleta. Llegué a la ribera opuesta y sonreí.
―Bueno, aquí me tienes.
―¿A dónde quieres ir?
―Busco una estación de trenes. Ayer una anciana me indicó el camino, pero debí perderlo durante la noche. No pensé que fuera difícil encontrar algo tan grande como una estación de trenes.
―Yo sé dónde está, pero se encuentra alejada de aquí.
―Lo supuse. ¿Por qué no me indicas el camino? Te lo agradecería toda la vida.
―Voy a llevarte. Será más fácil. Así no volverás a perderte.
Echó a andar lentamente, volteándose a cada instante para ver si la seguía. Tenía una forma muy graciosa de caminar.
―¿Cómo te llamas?
―Isaura.
―¿Vives lejos de aquí?
―Vivo en cualquier lugar y duermo sobre la hierba. ―Se detuvo―. Mira, huéleme. ¿A qué huelo?
Olí sus hombros y su pelo largo.
―Hueles a naranja.
―¿Te gusta?
―Me gustan tus ojos. Jamás he visto unos tan azules como los tuyos.
Ahora caminábamos uno junto al otro. Andaba descalza y sus pies, en cambio, se veían delicados.
―¿Por qué vives en el bosque? ―le pregunté―. Del otro lado del río puede que haya una cabaña abandonada.
―Me encanta el bosque. Vivo en él desde hace más de doscientos años.
―¡Caramba! ―exclamé―. Creí que tendrías unos diecinueve.
ESTÁS LEYENDO
Isaura
FantasyUn joven que ha escapado de una escuela militar, termina extraviándose en el bosque. Mientras intenta encontrar el camino hacia la estación de trenes, conoce a una singular muchacha que asegura tener más de doscientos años. Por lo visto, no es él el...