Lo único que me queda ahora

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Victoria ha muerto. Mi mundo se ha quedado vacío, triste, frío. ¿Qué voy a hacer yo sin ella?

Aún no puedo asumirlo, ni creo que sea capaz de hacerlo nunca. No puedo vivir sin Vic, al igual que no puedo vivir sin corazón.

Estúpidos Idhunitas. Lo dimos todo por ese maldito mundo y así nos lo agradecen. Si pudiese moverme prendería fuego a cada milímetro de esa horrible tierra.

Nos obligaron a huir, a vivir con miedo de ser descubiertos, y ahora... Ahora ya no queda nada, han matado a toda mi familia. 

No. A toda no. Aún me queda Eva.

Haciendo acopio de mis últimas fuerzas me levanto y camino entre los escombros hasta la cuna de la pequeña: la hija del shek.

Toda esta masacre por su vida... ella sólo es un bebé, ¡un bebé inofensivo maldita sea! Todo este sufrimiento por ser hija de quien es.

He pasado toda mi juventud odiando a Kirtash, por ser un shek, por nada más. Pero yo tengo una buena razón: yo me veo obligado a odiarlo porque mi esencia se ve obligada, porque los dioses me lo ordenaban, ¿qué excusa tienen ellos?

Si yo, un dragón, he conseguido entablar una especie de amistad con él, ¿por qué ellos no son capaces de, simplemente, dejarnos vivir en paz? No le hacemos mal a nadie, ni siquiera permanecemos en su maldito mundo.

La pequeña me mira, ¿qué se supone que voy a hacer ahora? Sus ojos son demasiado inteligentes para una niña de su edad. Me recuerda en cierto modo al pequeño shek que Kirtash adoptó una vez, curiosamente eso no me enfada; es más, me resulta muy tierno.

He perdido a mi hijo y a Victoria, eso me rompe el corazón y ya no me queda nadie más que esa pequeña; Alsan murió cuando los seis pasaron por encima de él en la guerra; sé que han matado a Shail y Zaisei para conseguir el cuerno de Victoria; también a Kimara, por traidora, y con ella a Rando y a su hijo. El padre Ha-Din había tenido que huír porque lo acusaron de traicionar a los seis...

Covan ha perdido completamente la razón y ha hecho que la desgracia caiga sobre Idhún y Tanawe junto a él está sometiendo al mundo, bueno, a los que aún nos apoyan. 

Todo eso me hace extrañar a los que ya no estaban a mi alrededor. Ahora, observando a la pequeña Eva, incluso añoro a ese odioso shek, el ha sido parte de mi vida desde que tengo trece años. Al final incluso le he cogido cariño, debo de haberme vuelto completamente loco.

-Tranquila Eva, estaremos bien, ya no pueden alcanzarnos- digo mientras cojo en brazos a la pequeña y le doy un beso en la frente- mamá se ha encargado de que nadie te pueda hacer daño. 

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Eva era una chica un tanto extraña. Siempre estaba sola y los otros niños la temían. Vivía con su padre, en un bonito barrio familiar de Londres desde que era muy pequeña, por lo que todo el vecindario sabía quien era quella chica tan peculiar pese a que gran parte de ellos jamás hubiesen hablado con ella.

Sus notas eran inmejorables, los profesores habían aprendido a dejarla en paz cuando no parecía prestar atención, porque Eva siempre estaba atenta a todo.

Era una chica a la que le gustaba estara a solas con sus pensamientos. Salía para ir a clase y se marchaba a casa nada mas sonar el timbre. A las otras chicas de su edad las entristecería no tener amigas con laa que jugar por las tardes, pero no a Eva. A ella le molestaba la gente y se encargaba personalmente de que nadie la incordiase.

Su padre por el contrario, era un hombre muy sociable. Siempre asistía a las reuniones del colegio y estaba dispuesto a darle conversación a cualquiera que tuviese ganas de charlar. Se apuntaba como colaborador para prestar su ayuda en cualquier actividad del centro, fuera cual fuese y compaginaba su trabajo como veterinario con las necesidades de su hija, a la que no le faltaban ni atención ni cariño.

Tras esos ojos de hieloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora