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MATT:
Hielo y fuego no se llevan.

El despertador sonó justo al despunte del día. Me removí entre las sábanas con incomodidad al recordar que mi cumpleaños era el primer día de escuela.

Mi madre me saludó al llegar a la cocina y besó mis mejillas morenas.

—Feliz quince, campeón.

—Gracias, ma'

La mujer me retuvo contra ella unos instantes más.

—Recuerda que tu pelea con Azarang será pronto—susurró en un tono más serio—. Haz lo que Alex no pudo y derrota a ese hijo de puta.

—Sí, mamá.

El trato siempre fue simple a mis ojos: asesinar a Kray Azarang en la batalla uno a uno para que la familia del chico de hielo accediera a nuestras condiciones.

La escuela estaba como siempre, llena de adolescentes caminando de un lado a otro con la libertad de sus poderes. Muchos de ojos marrones pasaban anotando cosas en sus tan comunes libretas; carecían de poderes físicos, pero su nivel de inteligencia siempre era más alto que el promedio de cualquier persona de otro color de ojos.

Bajo las sombras acogedoras de los árboles descansaban los Sombríos, gente con su un iris que no se diferenciaba con el negro de sus pupilas. A veces se les hallaba saltando de sombra en sombra, divertidos de ser los únicos capaces de teletransportarse de un lado a otro.

Me arreglé el cuello de la camisa y caminé solemne entre las personas, que se abrían paso con respeto. De pronto unas manos suaves taparon mis ojos, las risas no se hicieron esperar cuando le quemé los nudillos a mi captor.

—¡Ay, no tienes que ser tan brusco!—chilló Harry detrás de mí, giré sobre mis talones para dedicarle un bufido sardónico que fue cortado cuando un latigazo de electricidad impactó mi espalda.

—¡Hanna!

—No te metas con mi novio—gruñó la chica yendo hacia el chico de ojos verdes para apretar sus mejillas. Harry soltó unas risitas e hizo aparecer una flor de su mano para entregársela a la chica.

—Me dan diabetes—bufé.

Sentí la presencia de una rata de alcantarilla muy narcisista llegar al terreno. Kray Azarang se bajaba del lujoso auto de su hermano mayor, que aunque tuviera una fea cicatriz en su mejilla izquierda después de haber batallado con mi hermana, seguía sacándole suspiros a las muchachas.

El joven le dijo algo al engendro de hielo que no logré escuchar desde donde estaba. Fruncí el ceño, asqueado de su presencia.

Azarang siempre se veía pulcro ante todos, vestido con meticuloso cuidado y sus oscuros cabellos bien peinados. Se hacía ver como un ser inalcanzable que la cagaba con su actitud callada y retraída. Maldito petulante.

Sonriendo un poco, apunté un dedo en su dirección, lanzando una pequeña bolita de fuego que encendió el hombro de su camisa. Me reí al verlo dar un brinco y apagar el fuego lo más rápido posible. Estuve dispuesto a irme, pero mi pie resbaló sobre un repentino camino de hielo y caí de culo al suelo.

BURNEDDonde viven las historias. Descúbrelo ahora