Prólogo

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Álex la espera impaciente, sentado sobre la arena y retorciendo las manos con nerviosismo. Han pasado trescientos sesenta y cinco días desde la última vez que la vio, aunque el rostro de Paula está grabado en su mente con todo lujo de detalles: sus ojos almendrados del color de la miel, las largas pestañas, la leve curva de sus labios, tan tentadora e irresistible... Y su olor, esa mezcla de jazmín y bergamota que desprende su piel y a la que sus manos huelen siempre después de pasar horas acariciándola.

Esta noche, como cada San Juan, él ha acudido a su cita, a esa pequeña cala en la que ya hace tres años que se besaron por primera vez y en la que, verano tras verano, le hace el amor durante horas hasta que el sol los sorprende exhaustos tumbados sobre la arena. Al amanecer, siempre es ella la primera en marcharse. Sin decir adiós, sin despedirse. No hay preguntas; prometieron no hacerlas desde el inicio de este extraño ritual. Prometieron olvidarse y recordarse tan solo una vez al año, al amparo de las sombras y de la magia de esa noche en la que se reencontrarían en esta misma playa.

Desde entonces, así ha sido durante tres años. Álex ha estado tentado más de una vez de romper esa promesa, de pedirle que se quede, porque cada vez es más complicado desprenderse del sabor de sus besos, del calor de su cuerpo, de todas las sensaciones que provoca en él. Porque no solo hacen el amor; charlan sobre sus sueños, sobre lo que esperan de ese futuro incierto que no termina de llegar, de las sonrisas que quieren arrancarle a la vida. Y él empieza a desear sus días y todas sus noches.

Apenas puede reflexionar más sobre ello. Paula avanza descalza hacia él, con las sandalias en la mano y un vestido de tirantes que ondula con la brisa que llega del mar. Una gran sonrisa se extiende por el rostro de Álex, y ella le corresponde con otra muy similar antes de echar a correr y lanzarse en sus brazos.

Él la estrecha contra sí, apretando quizás más de lo debido, temeroso de perderla ahora que la ha recuperado, hasta que finalmente se separan para mirarse a los ojos, buscando adivinar las emociones del otro a través de sus pupilas.

—Feliz San Juan —murmura Paula, y Álex tiembla al escuchar de nuevo el sonido de su voz.

—Feliz San Juan —responde él a su vez.

Baja la vista hasta sus labios y el deseo que ha estado latiendo en su interior desde hace un año le impulsa hacia ellos. No puede, ni quiere, esperar para besarla; muy lento y con suavidad al principio. Si bien, en cuanto prueba su sabor, el beso se torna feroz y posesivo. Esta noche Paula es suya y la quiere toda para él.

Las manos de ella se cuelan por debajo de su camiseta y perfilan los músculos de su espalda con cierta reverencia. La boca de Álex busca ese lugar tan sensible detrás de su oreja, y ella responde clavándole las uñas y dejando escapar un leve jadeo.

—Mía —gime él para sí mismo, aunque sabe que no es verdad.

Paula no es una mujer a la que se pueda atar, es más bien la clase de espíritu libre que nunca pertenecerá a nadie. Álex sabe que no ha dejado de viajar por el mundo desde que cumplió los dieciocho años. Esa es su forma de vida, una eterna nómada en busca de su propia felicidad. Y, aunque sabe que nunca podrá ser suya, no puede evitar enamorarse de ella cuando el sol cae cada noche de San Juan.

Sin embargo, Álex no es consciente de que esta vez no habrá un después. Al año siguiente Paula no estará allí para encontrarse con él.


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La magia de San Juan (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora