Lucía

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-Odio despertarme temprano, realmente lo odio. Más aún cuando no hay nadie quien me levante, y debo tener voluntad propia para ir al colegio, pues ya tenía un montón de inasistencias en ese último mes. Los papás de Lucía salían de madrugada al trabajo y no la veían casi nunca. -Solo me queda este y el otro año y, entonces, tendré un peso menos de encima. No tendré que verle la cara a nadie más y dejaré de soportar miradas y risitas burlonas. 

Ya era bastante tarde, y debía salir como alma que lleva el diablo para el colegio. Sin embargo, ella deseaba realmente nunca ir, y escondía su ira a través de reproches, porque lo que hacía en sus noches llenas de soledad era llorar. Mientras iba en el bus, de su mente no salía la escena en donde su vida empeoró más. El solo hecho de pensar en esa trágica noche, la hacía sentir la peor persona del mundo; un ser despreciable. 

-Carajo, solo me quedan tres minutos y cerrarán el portón del colegio. Llegaré tarde, aunque prefiero nunca llegar, y que el reloj se detuviera más que un instante. Pero no, Lucía sabía que la vida nunca se iba a detener y solo debía seguir adelante. Tuvo que correr y por si no fuera poco, el portero la vio y la esperó a que entre. -Ojalá me había cerrado la puerta en la cara-  pensó Lucía.


 Para variar era un Lunes, y eso significaba Lunes de formación, en donde todos los alumnos estaban en el patio. Caminó lo más rápido posible a su sección,  con la cabeza agachada. Una caminada llena de miedo. Todos los ojos estaban hacia ella, y los hombres que caminaban cerca a su lado, le decían : "Lucía, a cuánto tus servicios", "Yo también quiero tu pack". Sí, la trataban como cualquier cosa, menos como una persona. Pero ella, nunca respondía, solo miraba el piso, aguantando el llanto, aunque sus pupilas dilatadas ya decían mucho, y  el piso era testigo de eso. 

0 céntimos de amor propioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora