Parte II

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Otro de mis más preciados recuerdos, bien sabrás, es el momento del nacimiento de nuestros hijos.
El primero, fue nuestro Max, que nació el día después de mi cumpleaños número 25. Estábamos recostados en nuestra cama, escuchando la radio, entre despiertos y dormidos, cuando comencé con las contracciones. Ese día, fue un completo caos, pero de los buenos. Vos no dabas más de los nervios, y yo sólo quería que él naciera de una buena vez. Trece horas de parto. Trece horas en donde las hormonas me volvieron loca. Que quería tenerte conmigo, que no. Deseaba dejar de lloriquear, que me doliera todo un poco menos. En un momento solo quería levantarme de esa cama e irme directamente a casa con el bebé ya en brazos, saltarme todo ese tremendo cansancio y dolor, como por arte de magia. La mayoría de las mujeres suelen decir que el parto es algo maravilloso y milagroso. Sí, todo el proceso para mí, fue maravillosamente cansador y mágicamente asqueroso. Porque sí, Theo, a vos no te voy a andar mintiendo; cuando ví a nuestro hijo por primera vez, todo sucio y viscoso, no me gustó, ni me pareció algo lindo. Aunque, después de unas horas, cuando nos trajeron a esa bolita, a nuestro Max bebé, para darle el pecho, todo bañadito y con ropa limpia, te aseguro, que me volví a enamorar por segunda vez. Sentí que mi corazón se hinchaba de emoción, orgullo y amor. Un amor tan puro e incomparable, aún hasta el día de hoy. Me acuerdo, que lloré cuando lo cargué y lo acuné entre mis brazos. Era simplemente, hermoso. Y después, cuando te miré, sentí que mis emociones y sentimientos se reflejaban en vos. Habíamos creado una vida, gracias a nuestro amor. Entonces, ahí mismo me retracté de mis palabras, porque al final de cuentas, aquellas mujeres que dicen que el parto -o en mi caso, después de parir-, tenían toda la razón, porque al sostener a Max entre mis brazos sentí que era algo maravilloso, mágico y milagroso. Traer al mundo una vida, siendo tan puro, inocente y tan chiquito, que depende totalmente de mi, sin dudas, sin importar las horas o las circunstancias del parto, es de las cosas más increíbles e indescriptibles que una mujer puede atravesar en su vida, y es algo que no se puede explicar, simplemente, con palabras.

Hoy agradezco a Dios, que te haya elegido a vos para ser mi eterno compañero, por ser el padre de mis hijos.

Los años posteriores, fueron, ensayo y error. Aprendimos día a día, a ser padres y también, esposos. Había días en que todo iba bien, y otras veces no teníamos ni idea de qué hacer. Hubo noches sin dormir, cómo también de paz y tranquilidad; momentos, en que lo único que se escuchaba en la casa era el llanto de Máximo. Estaba llena de ojeras, cansada, agotada. Había días, en lo que verdaderamente, no podíamos tener una conversación, porque yo saltaba rabiosa a tu yugular. Sé que en muchas circunstancias, no fui muy justa, ya que no era tu culpa o mía el que ambos tuviéramos que trabajar, y que por ese motivo, pasáramos tan poco tiempo con nuestro hijo. Tampoco, era una opción, que yo renunciara a seguir yendo a la tienda, por lo que lo llevaba conmigo durante esas horas. En esos años, no nos sobraba la plata. Pero contábamos con tu optimismo y mi necedad; teníamos nuestras enormes ganas de seguir adelante. Por lo tanto, así y todo, siempre encontramos la manera de estar juntos, disfrutamos de la compañía del otro, y amabamos con locura a Max. Seguimos paseando, haciendo picnics, y aún bailabamos por las noches, bajo la luna al compás de un blues.

Ambos fuimos el pilar que el otro necesitaba.

Poco después, fué el turno de nacer de nuestra hermosa Julieta. Debo decir, que el parto con ella fue todo lo opuesto al de Max, apenas lo sufrí y lo agradezco enormemente, hasta el día de hoy. Aunque el sentimiento de emoción, orgullo y amor, fue el mismo, solo que duplicado. Ese 23 de mayo, mi corazón, oficialmente, se enamoró por tercera vez.
Desde ese momento, empezaron a depender de nosotros, no una, sino dos vidas. Toda una responsabilidad, para brindar seguridad, sostén y amor. Todo un cambio, afectando nuestra vida diaria, por segunda vez. Pero qué felices estábamos.

Con Amor, AnaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora