Capítulo I

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El aire frío y fresco de la mañana entró en la cueva, este atravesó el fuego de la hoguera lo que provocó que este bailara levemente y para que después llevará una brisa de aire caliente a mi cuerpo. No me moví ante esta o el aire semifrío que llegaba a el resto del cuerpo. Cerré los ojos sin antes ver  las pequeñas llamas que quedaban del fuego de la noche anterior. La mayoría ahora se habían convertido en pedazos fríos de ceniza y madera de tonos rojizos apagados.

Me removí un poco y mi cuerpo se acomodó bajo mi oreja dejando de lado el espacio caliente que acababa de dejar. Mantuve la mente en blanco intentando volver a dormir, mas no podía por más que me esforzaba. Llegó un punto donde me empezó a doler la cabeza de tanto intentar.

Abrí los ojos rindiéndome y me levante. Me acomode y me recargue sobre mi cuerpo. Tome una de mis muñecas y jale ambos brazos hacia delante. Los músculos se tensaron y cuando los afloje disfrute el leve cosquilleo que dejó. Me lleve la mano a la cabeza y moví las serpientes de manera delicada.

-Vamos chicas ya despierten –dije casi en silencio y metí mis dedos entre los cuerpos de estas para después  sacudirlas con delicadeza. Estas soltaron un leve siseo al despertarlas y sentí el cómo estas se movían entre ellas y se despertaban las unas a otras con suaves toques con sus lenguas en la frente de sus compañeras. Justo debajo de sus piedras.

Poco a poco estas bajaron y se acomodaron. Unas a mis lados, casi recargándose sobre mis desnudos hombros. Unas eran tan cortas que apenas y podían llegar cubrir mis ojos, sin embargo las más largas llegaban a la cintura. Cuando estas acabaron hice que mi cuerpo se desenroscara y se alejara de mí, saliendo de la cueva. Sentí como este pasaba sobre tierra fría y aplastaba pequeñas briznas de pasto. Esta fue acompañada por una sensación de frío que cubrió mi cuerpo.

Mire la cueva cubierta entre la penumbra de la madrugada donde solo vi los pedazos secos de carne y los cestos hecho de fibras. En esta oscuridad no se podía apreciar, más de día se notaba los dobleces mal hecho y chuecos de algunos de estos. Gire y observe el borde disparejo de la cueva. Mas no observó la cueva en, si solo las palabras talladas sobre de esta.

Irene

Mi nombre adorna la pared con un negro del carbón con lo que lo escribí, unas las escribí rectas y derechas más otras estaban curveadas como si esta se estuvieran cayendo. Me quedé un momento mirando. Salí del trance cuando una serpiente se rasco en mi cuello para quitarse la comezón.

Gire de regreso al fondo de la cueva y tome de un cesto un puñado de hojas secas y, evitando que se cayera, lo lleve hasta que lo deje caer donde estaban los pedazos de madera que aún estaban encendidos. Cuando estas cayeron de adentro del puño comenzó a soltar humo, esté se acumuló en el techo y en un principio fue hacia la parte de atrás para envolver los pedazos de carne.

Me volví hacia atrás, tome unas pequeñas ramas para ponerlas sobre las hojas y salí de la cueva. En el horizonte aún no se asomaba los rayos del sol. Más el cielo estaba esclarecido por lo que no tardaría en llegar el amanecer. Mire el claro del bosque en la oscura mañana, el agua que se escurría por el arroyo y reflejaba la luz de la luna que a duras penas atravesaba los árboles.

Entre las ramas de los árboles el cantar de los pájaros madrugadores resonaba llenando poco a poco el bosque y el claro. El césped era no era muy alto, más era lo suficiente para llegarme a la cintura estando en una posición normal sin levantarme más con mi cuerpo.

Abrí las manos y deje que la hierba alta tocara mis manos mientras me dirigía al pequeño lago que estaba en un rincón del claro al este. Una parte de este era del tamaño de la mitad de mi cuerpo, la otra mitad del lago se encontraba dentro bosque cubriendo una parte de sus troncos. Más en esta parte la profundidad no supera el medio brazo de profundidad.

La hija de medusaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora