—¡MAMÁ, PAPÁ! ¡ABRAN LA PUERTA! —gritó el Álvaro golpeando las ventanas, pero ya era demasiado tarde. Un weón comenzó a disparar justo en nuestra dirección.
—¡ABAJO! —se acercó a nosotros medio agachado Víctor y nos obligó a escondernos detrás de los arbustos.
Quedé media aweoná por el ruido de las balas, mis oídos dolían un poco. El weón que disparó nos estuvo buscando un largo rato, pero no nos encontró así que se fue por un callejón. Algo más tranquila, dirigí mi mirada hacia Víctor.
—Nos van a fusilar —musité, casi poniéndome a llorar.
No me quería morir, weón. Y los viejos culiaos de mis papás ni siquiera nos abrieron la puerta. Egoístas reculiaos, somos sus hijos. No pueden hacer esa weá.
Estaba apegá a mi hermano, que también estaba más asustado que la cresta. Pocos sobrevivían cuando la Depuración finalizaba. Y yo no soy de correr mucho, ni esconderme. No hago educación física poh, weón.
Víctor me miró durante unos segundos, miró a mi hermano y luego, se aseguró de que no hubiera nadie en la calle que pudiese atacarnos para después guiarnos a su auto en silencio.
Nos hizo entrar y comenzó a conducir.
—¿A dónde vamos? ¡Nos van a matar! —se desesperó mi hermano, preguntándole al weón.
El loco no lo pescó, sino que aún conduciendo, estiró la mano para el asiento del copiloto y sacó un bolso grande que tenía ahí. Nos lo tiró encima, la weá pesaba harto.
—Ábranlo y saquen dos armas, una para cada uno —ordenó.
¡¿QUÉ?!
—Ni cagando —me opuse—. No sé usar esas weás.
—La recargas, presionas el gatillo y listo.
—Si mato a alguien por accidente, no va a ser mi culpa —me excusé sacando un arma del bolso. Le entregué otra a mi hermano, y la más grande quedó pal Víctor. Igual habían como siete armas más, sólo que eran más chicas—. ¿Dónde le dejo ésta weá?
—Ahí.
—¿Ahí dónde?
—En el otro asiento.
Pucha, habían dos asientos libres. Uno al lado mío, el otro al lado de él.
—¿En cuál de los dos asie...
—¡AHÍ! —señaló con la mano el asiento que estaba al lado suyo.
Me asusté ante el grito, por lo que prácticamente salté de mi asiento. El arma se me deslizó entre las manos, y pa nuestra mala cuea, la ventana estaba abierta así que cayó afuera. El Víctor, al percatarse, frenó el auto y me fui directo pa'delante.
—Ayyyy —me había pegado en la cabeza con el asiento de adelante.
—Recoge el arma, rápido —me apuró al cachar que venía uno de esos grupos, denominados las bestias, atrás.
Abrí la puerta, estiré la mano recogiendo el arma y cerré de nuevo la puerta. Las bestias estaban cerca. Me alerté en segundos. Estos culiaos te fusilaban de una, ni siquiera se fijaban si erai humano o no. Mataban a cualquier weá que se les acercara.
—¡Acelera! —pidió mi hermano, mirando desde la ventana a los weones.
Víctor obedeció. Perkínazo.
—¡RÁPIDO, WEÓOOOOON! ¡AHÍ VIENEN LOS CULIAOS! ¡SE ACERCAAAAAAAN! ¡UNO TRES TRES, DÓNDE ESTÁN, WEÓN!
De hecho, ya los habíamos perdido hace un buen rato. Pero siempre tengo que exagerar todo.