1. Un demonio.

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El sudor resbalaba por su frente, su espalda, e incluso su pecho. Por la posición del sol, diría que había estado caminado durante más de tres horas, y aún no encontraba a nadie conocido, o al menos un teléfono del que llamar a Hongjoong. Tenía hambre, sed, y la ansiedad lo estaba carcomiendo por dentro.

Su móvil debió de haberse caído en el bosque de los Álamos, y en el mercadillo nadie tenía cara suficientemente amistosa como para intentar pedir favores. Su mente seguía dentro de una niebla espesa, que impedía que pudiera recordar con claridad lo que había pasado.

De repente, entre el gentío le pareció ver a alguien conocido. Se había mudado de la capital a aquella pequeña ciudad hacía unos tres meses, justo el tiempo que hacía que San no le veía. Después de haber sido mejores amigos por años, no pudo no reconocer aquella cabellera rubia.

- ¡YEOSANG!- gritó con su último aliento.

El joven se giró para ver quién le había llamado, y sus ojos se abrieron de sorpresa antes de pasar a una expresión de preocupación. Las rodillas de San temblaban, su rostro se veía más demacrado que de costumbre, e inmediatamente Yeosang corrió hacia él.

- ¿San? ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?- le tomo el brazo y lo pasó por sus propios hombros para ayudarle a caminar.

- Amigo... no, no estoy bien- respondió a duras penas.

Anduvieron juntos hasta que llegaron a una pequeña posada. La ciudad de Berether parecía sacada de un cuento medieval. Pequeños edificios con comercios, restaurantes y casitas antiguas muy bien conservadas rodeadas por una calle completamente peatonal.

Después de haberse sentado en una mesa apartada del resto del bar, Yeosang pidió un buen desayuno para su amigo.

- Yeo, no tienes por qué hacerlo- dijo San apenado.

- Mira, no sé lo que te ha pasado, pero hueles a perro muerto y luces como si hiciera tres días que no comes. Por una vez no me voy a quedar pobre.

San rió con unas ganas que hacía tiempo no sentía. Y sin esperarlo, una sensación le absorbió la buena energía. Se sintió pequeño de repente, perdido. La soledad en su espíritu se hizo más grande y se caló en sus huesos. Empezó a temblar inconscientemente

- ¿San?- el temor se vio reflejado en la voz de su amigo, pero él casi no le escuchaba.

Una fría cadena le rodeó el cuello. Era ligera, y su frescor era mucho más agradable que el calor que sentía por dentro. Poco a poco, salió de la ensoñación que amenazaba con tragárselo.

- ¿Te sientes mejor?- preguntó un rostro que no había visto antes.

Por su manera de vestir, podía decirse que trabajaba en la posada. Una sonrisa cuanto menos hermosa adornó su cara cuando los ojos de San se posaron en ella. El cabello grisáceo del recién llegado le daba un aspecto como principesco. ¿Cuándo se había vuelto todo tan fantasioso?

- San, te presento a Seonghwa- le introdujo Yeosang.

El joven le tendió una mano que San sujetó de buena manera. Observó el objeto que colgaba de su cuello: una sencilla cruz de plata.

- Muchas gracias por esto Seonghwa, no sé qué has hecho, pero me siento mejor- y le devolvió la sonrisa.

- Te protegerá por un tiempo, espero que sea útil.

- ¿Protegerme de qué?- dijo San con la sangre helada.

Seonghwa le echó una mirada a Yeosang que el pelinegro no supo descifrar. Como si fueran capaces de comunicarse solo con eso.

RED SHOES~ WooSanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora