~Capitulo 3

25 3 3
                                    

—¿Adivina quién?...


  Su familiar olor jabonoso pareció congelarme. Oré porque no pudiera sentir el calor aumentar en mi rostro bajo su tacto. Por un momento que se sintió eterno, no pude encontrar mi voz. Parecía encogerse dentro de mí, rebotando dolorosamente por mi garganta.
—Dame una pista —dije, esperando sonar aburrido. O algo molesto. Cualquier cosa menos herido.
—Bajo. Corto. Desagradable sobredientes. —Su suave y juguetona voz después de todos estos meses. Sonó familiar y extranjera al mismo tiempo. Tenerlo tan cerca me hacía marear de los nervios. Tenía miedo de empezar a gritarle, allí mismo, en el 7-Eleven. Si le permitía acercarse demasiado, tenía miedo de que pudiera no gritarle. Y quería gritar lo que había pensado, ocho meses practicando que diría en mi cabeza, y estaba dispuesto a dejarlo salir.
—En tal caso, tendré que ir con… Andrés Velazquez —Soné descuidadamente cortés. Estaba seguro de ello. Y no pude pensar en un alivio más grande. Andy me rodeó y apoyó un codo en el contenedor al final del pasillo. Me dio una sonrisa lobuna. Había cogido toda esa cosa diabólicamente encantadora años atrás. Había sido un tonto para ese entonces, pero era más fuerte ahora.
  Haciendo caso omiso de su hermoso rostro, le di una mirada aburrida. Por lo visto, se había dejado su estilo de cabello de almohada esta mañana.
   Estaba más largo de lo que recordaba. En los días más calurosos de la pista de práctica, cuando el sudor goteaba de las puntas, su cabello se volvía del color de la corteza de los árboles. El recuerdo hizo doler algo dentro de mí. Empujé a un lado mi nostalgia y
miré a Andrés con fría indiferencia.
—¿Qué deseas?— Sin preguntar, inclinó la paja de mi Slurpee a un lado y se sirvió. Se limpió la boca con el dorso de la mano.
—Háblame de este viaje de camping.— Quité mi Slurpee fuera de su alcance.
—Viaje a mochila. —Sentí que era importante hacer la distinción. Cualquiera podía acampar. El viaje a mochila requería habilidad y arrojo.
—¿Tienes todo lo que necesitas? —Prosiguió.
—Y algunos artículos de primera necesidad, también. —Me encogí de hombros—. Oye, un chico necesita su loción para el cabello.
—Seamos honestos. María nunca te dejará salir de la cabaña. Le aterra el aire fresco. Y no puedes decirle que no a ella. —Golpeó su cabeza sabiamente—. Os conozco, chicos. Le di una mirada de indignación.
—Estamos recorriendo a mochila durante una semana completa. Nuestra ruta es de cuarenta kilómetros de largo. —Así que tal vez fue una exageración adolescente. De hecho, María había accedido a no más de dos kilómetros de caminata por día, y había insistido en que hiciéramos senderismo en círculos alrededor de Idlewilde, en caso de que necesitáramos un rápido acceso a las instalaciones o a televisión por cable. Aunque nunca realmente esperé andar a mochila toda la semana, había planeado dejar a María y Dylan en la cabaña por un día y caminar por mi cuenta. Quería poner mi entrenamiento a prueba.
   Obviamente, ahora que Andrés estaba uniéndose a nosotros, iba a averiguar sobre nuestros verdaderos planes muy pronto, pero por el momento mi mayor prioridad era impresionarlo. Estaba harto de que él siempre insinuara que no tenía ninguna razón para tomarme en serio.
   Siempre podía lidiar con cualquier bomba que pudiera lanzarme más tarde al insistir en que había querido viajar a mochila toda la semana y Maria me estaba reteniendo –Andres no encontraría esa excusa inverosímil.
—¿Sabes que varias de las rutas de senderismo todavía están cubiertas de nieve, verdad? Y las logias no han abierto esta temporada, así que la gente está dispersa. Incluso la Estación de Guardabosques, Jenny Lake está cerrada. Tu seguridad es tu propia responsabilidad… Ellos no garantizan algún rescate.
Lo miré con ojos redondos.
  —¡No me digas! No voy a meterme a esto en la completa oscuridad, Andrés —espeté—. Lo tengo cubierto. Vamos a estar bien. Se frotó la boca, escondiendo una sonrisa, sus pensamientos perfectamente claros.
—Realmente no crees que pueda hacerlo —dije, tratando de no sonar picado.
—Sólo pienso que los dos os divertiríais más si fueseis a Lava Hot Springs. Podéis sumergiros en las piscinas minerales y pasar un día de compras en Salt Lak.
—He estado entrenando para este viaje durante todo el año —argumenté—. No sabes lo duro que he trabajado, porque no has estado aquí. No me has visto en ocho meses. —No soy el mismo chico que dejaste atrás. Ya no me conoces.
—Buen punto —dijo, levantando las palmas para mostrar que era
una sugerencia inocente—. ¿Pero, por qué Idlewilde? No hay nada que hacer allá arriba. María y tú os aburriréis después de la primera noche. No sabía por qué Andrés estaba tan empecinado en disuadirme. Él amaba Idlewilde. Y sabía tan bien como yo que había mucho que hacer allí. Entonces me di cuenta. Esto no era sobre mí o Idlewilde. Él no
quería tener que acompañamos. No quería pasar tiempo conmigo. Si me hacía desistir del viaje, su padre no iba a obligarlo a unírsenos, y recuperaría sus vacaciones de primavera. Digiriendo esta dolorosa realización, me aclaré la garganta.
—¿Cuánto te están pagando tus padres por tener que acompañarnos? Él hizo un espectáculo para mirarme en una evaluación crítica y burlona.
—Es evidente que no lo suficiente—.Así que esa es la forma en que íbamos a jugar esto. Un poco de coqueteo significativo aquí, un poco de bromas allá. En mi imaginación, tomé un marcador negro y dibujé una gran X en el nombre de Andrés.
—Solo para que quede claro, argumenté en contra de que vinieras. ¿Tú y yo juntos de nuevo? Habla de incomodidad. —Había sonado mejor en mi cabeza. Colgando entre nosotros ahora, las palabras sonaban celosas, mezquinas y exactamente igual a como un ex novio sonaría. No quería que supiera que todavía estaba herido. No cuando él era todo sonrisas y guiños.
—¿Es así? Bueno, esta carabina acaba de cortar tu toque de queda por una hora —bromeó. Asentí con la cabeza más allá del ventanal de la tienda, hacia las cuatro ruedas motrices del BMW X estacionado afuera.
—¿Es tuyo? —Supuse—. Aunque es otro regalo de tus padres, ¿o realmente has hecho más que perseguir chicas en Stanford, tales como mantener un trabajo respetable?
—Mi trabajo es perseguir chicas. —Una sonrisa odiosa—. Pero no lo llamaría respetable.
—¿Ninguna pareja seria, entonces? —No me atreví a mirarlo, pero sentí un inmenso orgullo por mi ah-sí tono casual. Me dije que no me importaba su respuesta de una forma u otra. De hecho, si había seguido adelante, era otra luz verde intermitente diciéndome que era libre de hacer lo mismo. Él me empujó.
—¿Por qué? ¿Tienes novio?
—Por supuesto.
—Sí, claro. —Soltó un bufido—. María me lo habría dicho—. Me mantuve firme, arqueando las cejas con aire de suficiencia.
—Lo creas o no, hay algunas cosas que María no te dice. Sus cejas se fruncieron.
—¿Quién es él? —Preguntó con cautela, y me di cuenta de que estaba pensando en comprar mi historia. La mejor manera de remediar una mentira es no decir otra
mentira. Pero lo hice de todos modos.
—No lo conoces. Él es nuevo en la ciudad—. Negó con la cabeza.
—Demasiado conveniente. No te creo. —Pero su tono sugirió que podría. Sentí un impulso irresistible de demostrarle que había seguido adelante, con o sin cierre, y en este caso, sin. Y no sólo eso, sino que había conseguido un chico mucho, mucho mejor. Mientras Andres estaba ocupado siendo un empalagoso mujeriego en California, yo no
estaba —repito— no estaba abatido en alrededores, ni suspiraba por fotografías antiguas de él.
—Es él. Míralo por ti mismo —dije sin pensar.
Los ojos de Andrés siguieron mi gesto afuera hacia el Volkswagen Jetta rojo estacionado en la gasolinera más cercana. El tipo bombeando gas en el Jetta era un par de años mayor que yo. Su cabello rizado chocolatozo, y alardeaba la simetría sorprendente de su rostro. Con el sol a su espalda, las sombras marcaban las depresiones por debajo de sus
pómulos. No podría decir el color de sus ojos, pero esperaba que fueran marrones. Por la única razón de que los de Andrés eran de un profundo y exuberante verde. El tipo tenía rectos y esculpidos hombros que me hicieron pensar en tantas horas de gimnasio, y nunca lo había visto antes.
—¿Ese tipo? Lo vi en mi camino. Las placas son de Wyoming. —Andres sonó poco convencido.
—Como he dicho, nuevo en la ciudad.
—Es mayor que tú—. Lo miré de manera significativa.
—¿Y?
  La puerta sonó y mi novio falso se paseó dentro. Era incluso más guapo de cerca. Y sus ojos eran definitivamente marrones —marrones degradados que me recordaron la madera flotando en el océano. Metió la mano en el bolsillo de atrás por su billetera, así que agarré el brazo de Andrés y lo arrastré detrás de un estante apilado con Fig Newtons y Oreos.

Hielo Negro [EMILIACO] *Adaptación*Where stories live. Discover now