☕ Epílogo ☕

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Cada día es diferente al anterior.

Ya no hay gritos de por medio, no hay tristeza albergada en el corazón o temor por comprar un objeto extraño y mostrarlo luego con angustia.

Desde hace mucho tiempo Erick dejó esos sentimientos, los guardó en un baúl del cual olvidó la llave para siempre.

Hace cinco años todo cambió para bien, la alegría inundó su cuerpo, cada poro de su piel expulsaba gritos de júbilo por ser libre, por ya no estar encerrado en esa jaula.

Pudo divorciarse en pocos meses, y aunque le dieron la casa para que viva por el resto de su vida, denegó la idea. ¿Cómo podría estar bajo ese techo que le trajo inquietud? Era imposible.

Con dolor despidió a varios empleados, pidiendo perdón por dejarles sin trabajo sabiendo lo mucho que necesitaban el dinero. La única persona que lo siguió acompañado fue Hilda, aquella mujer que consolaba al ojiverde cuando lloraba hasta altas horas de la madrugada sintiéndose un ser cruel.

—Papá, otra vez dejaste una taza con café en la mesa —farfulla Estefanía, llegando hasta el hombre y depositando un beso en su mejilla.

Desde que se mudaron Erick comenzó a tener esa costumbre, no lo olvidaba, sabía que las dejaba por alguna razón, pero no encontraba sentido a esa acción.

Para él, dejar esas tazas con café por cualquier parte de su nuevo hogar, era un recordatorio, indicándole que sin importar a dónde vaya ahora tiene personas que lo van a proteger.

Una razón muy tonta para muchos, pero muy valiosa para él.

—Hilda, ¿podrías avisar a Joel que estoy en la habitación?

—Claro que sí, señor Erick. Cuando llegue yo le digo —responde con ternura la mujer, dejando por un momento el cuchillo sobre la tabla de picar—. ¿Se encuentra bien?

Erick asiente a las dos mujeres que lo miran de manera indescifrable, sintiéndose un poco incómodo. Lleva un mechón de cabello detrás de su oreja y recuerda que ya debe cortarlo.

—Tengo un poco de sueño —susurra avergonzado—, me quedé hasta tarde haciendo más pedidos y dormí un par de horas.

—¡Papá! —reprende la señorita, negando con la cabeza y encontrando el verdadero significado de esas ojeras bajos sus ojos.

—¡Es inevitable! Son modelos exclusivos y debía conseguirlos.

Hilda aparece con una caja gris en sus manos, es pequeña, y tiene un listón rojo sobre la tapa.

Carraspea un poco para llamar la atención de ambos, una vez que tiene puesta la atención en ella, sonríe en dirección de Erick, acercando el paquete.

—Sé que su cumpleaños es el día de mañana, pero debo visitar a mis nietos aprovechando que lo tengo libre por ser domingo —habla con voz relajada, dando calma a los dos.

Los ojos del susodicho se humedecen al recibir el regalo, como niño pequeño desgarra con rapidez el papel gris. Sus manos terminan cubriendo su boca cuando logra sacar una bonita taza de color rojo, leyendo un mensaje positivo que está grabado.

Sin perder más tiempo se lanza a los brazos de Hilda, sollozando en su hombro.

—No debiste... Muchas gracias.

—Usted merece lo mejor del mundo.

—Te quiero tanto, Hilda. Gracias por todo.

Luego de conversar un poco con ellas, decidió retirarse soltando varios bostezos, tallando sus ojos con cansancio y mostrando un aspecto tierno a pesar de ser un adulto.

Coleccionista || JoerickDonde viven las historias. Descúbrelo ahora