Una noche, solo eso. Una noche para besarnos los labios, la piel, el alma. Para dejarnos sobre el colchón las ganas que hemos arrastrado durante semanas; la sed y el hambre del otro.
Justice me observa desde el lado opuesto de la habitación. Sus ojos resbalan por mi cuerpo con delicadeza y trazan las curvas que, instantes después, acariciarán sus manos.
—Por fin —susurra; su voz ronca y profunda, saliendo de ese mismo rincón de su interior en el que me guarda durante el tiempo que no pasa conmigo. Oscuro. Prohibido.
No contesto. Avanzo despacio hasta que no nos separan más que unos pocos centímetros y el aire que nos rodea se vuelve pesado. Me cuesta respirar cuando lo tengo cerca, pero, aun así, inspiro hasta llenarme los pulmones de su aroma especiado, masculino... Único. Somos únicos juntos, ambos; destinados a perdernos, encontrarnos y volvernos a perder una y otra vez. Pero esta noche no. Esta noche es nuestra, solo nuestra. Aquí y ahora.
Sus dedos se enredan en los tirantes de mi vestido. Los aparta para dejar mis hombros desnudos, y poco después es la prenda al completo la que se desliza y cae al suelo. Queda olvidada al instante, amontonada en torno a mis pies, y Justice contempla entonces el fino encaje que cubre mi pecho. Sus labios se entreabren y exhalan un gruñido que hace vibrar todo mi cuerpo, hasta que la descarga me alcanza entre las piernas como un rayo que escapa de una tormenta salvaje y brutal.
Eso es lo que hace conmigo; lo que yo le hago a él.
Su pecho sube y baja a un ritmo endemoniado mientras retira la tela y acuna uno de mis pechos; el pulgar frotándome el pezón con suavidad primero, y con ansia después. Pero yo quiero más, quiero convertir la noche en infinita y que sus caricias no terminen nunca; que se hunda en mí y no me abandone jamás.
—Más —murmuró entre jadeos, impaciente y anhelante.
Él me brinda una media sonrisa canalla y sé que estoy perdida. Un hoyuelo asoma en la comisura de sus labios, pero apenas si tengo tiempo para apreciarlo. Su boca está ya sobre mi otro pecho. Lame, mordisquea y vuelve a lamer, y mi espalda se arquea rogando que no se detenga. Cuando lo hace, gimo decepcionada. Aunque no es más que una breve tregua.
Se deshace de mi sujetador con una maestría perversa y, acto seguido, se arrodilla frente a mí. Su mirada se clava en la única tela que me cubre, y casi puedo sentirlo ya dentro de mí, llenándome hasta que no quede un rincón ajeno a él. Hasta que el placer se desborde y me lance de cabeza al clímax.
No tarda en dejarme desnuda, y yo tiro de él para alzarlo y arrancarle la camisa, desesperada. Sus pantalones y su bóxer se unen muy pronto al resto de prendas caídas, aquellas que no vestiremos hasta que el sol remonte el horizonte y nos condene de nuevo con su luz.
Desnudos el uno frente al otro, ya no hay lugar donde esconderse, nada que se interponga entre nosotros y nuestros sueños. Me atrae hacia él. Mi cuerpo responde al roce de su piel con un escalofrío que me recorre de arriba abajo. Me alza en vilo y mis piernas se enredan en torno a sus caderas de inmediato.
—No puedo esperar —asegura con vehemencia, y sé que es imposible que esté mintiendo—. Quiero estar dentro de ti. Ahora.
Sin embargo, aún permite que su boca trace senderos sobre mi pecho, a lo largo de mis clavículas y mi cuello. Mordisquea el lóbulo de mi oreja y yo dejo ir un gemido.
Eso lo vuelve loco.
Avanza hasta la pared más cercana de forma apresurada; la cama demasiado lejos para llegar hasta ella. Muy pronto, mi espalda reposa contra uno de los muros que apenas si logran contener nuestro deseo. Me levanta lo justo para que su miembro alcance mi entrada, pero se detiene y permanece ahí más tiempo del que soy capaz de soportar.
—Justice —le ruego—. Te necesito.
Él cierra los ojos un segundo, como si se estuviera preparando para lo que vendrá después, y luego... Luego se hunde en mí con un solo movimiento que me arrebata el aliento.
—¡Joder! —masculla—. ¡Joder, nena!
Las paredes de mi sexo lo envuelven, acomodándose a él, empujándolo y empujándome más cerca del abismo.
Me embiste otra vez, y otra, y otra; sin descanso. Al principio de forma pausada, regalándome pequeños descansos que ambos necesitamos para saborearnos el uno al otro. Pero después la locura se apodera de sus caderas y ya no hay respiro para nuestra sed. Me arqueo para intentar soportar el placer que me acomete y, a la vez, para recibirlo más y más profundo; cada vez más lejos, más dentro. Más suya y él más mío; hasta que ya no somos dos, sino uno solo.
Mi cuerpo se deshace en el suyo. Jadeos entrecortados abandonan mis labios y él gruñe en una mezcla de satisfacción y exigencia. Salvaje y feroz. Poco después, se derrama en mi interior mientras repite mi nombre una y otra vez en una letanía sin fin.
Una noche es todo lo que tenemos. Y solo acaba de comenzar.
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Una noche
RomanceRelato corto erótico, publicado originalmente en la revista Luvan Magazine. Una noche es todo lo que tenemos. Solo una noche...