Capítulo único

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La lluvia golpeaba con estrépito contra las ventanas del apartamento. John se encontraba sentado frente al ordenador, redactando en su blog el último caso que Sherlock había resuelto. Entre tanto, el detective se hallaba frente al microscopio, examinando algunas muestras de insectos. El rubio ignoraba sí era para un caso o por puro aburrimiento.

De repente, el dúo percibe el sonido de pisadas provenientes del corredor. Por la mueca de desagrado en el rostro de Sherlock, el ex-militar pudo intuir de quien se trataba.

— Lárgate, Mycroft. No tengo tiempo para tus casos. —espetó, sin desviar la mirada del microscopio.

— Siempre es un placer volver a verte, hermano mío. —sonrió falsamente, tomando asiento en el sillón del rizado—. Doctor Watson. —hizo un ademán con la cabeza, solo por cortesía.

— Hola, Mycroft. ¿Sucedió algo?

El político se cruzó de piernas y fijó la vista en su hermano menor, ignorando la pregunta trivial del doctor.

— Tengo un pequeño acertijo para ti, Sherlock. —suspendiendo un sobre de papel manila en el aire. En el frente tenía el sello de ultra secreto—. Me gustaría que le eches un vistazo en cuanto puedas.

Sherlock miró a su hermano de reojo por un instante. Mycroft sonrió de lado ante el gesto. Supo que había capturado su atención.

— Dijiste "en cuanto pueda". —resaltó el menor—. Quiere decir que no es urgente, y por consiguiente, no es importante. No voy a hacer uso de mi tiempo en trivialidades.

— Oh, lo siento. ¿Tenías algún otro compromiso? Porque estoy seguro de que tus... experimentos no te echarán de menos si los ignoras por un par de horas. —una sonrisa socarrona se formó en los labios del político.

— No molestes, hermano. Mejor vuelve al Diógenes a atiborrarte de pastelitos.

Los hermanos continuaron con su pelea verbal por un par de minutos. John se abstuvo a apoyar la cabeza en su puño mientras contemplaba desde su lugar el intercambio de insultos inteligentes.

Ni siquiera se molestó en interferir. No hacía falta. Ya había presenciado esta escena millones de veces. Sabía distinguir si una pelea era seria o no. En este caso, por el volumen de voz y gestos de cada hermano, el rubio supo a simple vista que solo se trataba de una típica riña fraternal. 

Durante ese breve proceso introspectivo, John no pudo evitar desviar su atención hacia las manos del político. Más precisamente a ese anillo dorado que llevaba puesto.

El Holmes mayor había juntado las manos sobre su regazo y estaba, de manera inconsciente, moviendo la pequeña pieza de joyería. No era nada del otro mundo. Solo la hacía girar en su dedo. ¿Una señal de ansiedad o de aburrimiento?

Por su rostro inexpresivo, resultaba imposible saberlo. Al menos imposible para John.

No era la primera vez que el médico había dirigido su atención hacia la joya. Mycroft siempre la usaba. El por qué era un completo misterio. 

Para ser francos, esa joya resultaba tan misteriosa como su portador. ¿Pero qué era lo que podías esperar viniendo de un Holmes?

"¿Una esposa secreta quizás?" Se preguntó el rubio para sus adentros. "No. Lo lleva en la mano incorrecta. ¿Podría ser viudo?"

Desvió la mirada hacia un costado. No quería dar la impresión de que estaba observando al político. De todas formas, Mycroft seguía tan enfrascado en la discusión con su hermano que no reparó en el hecho.

"Pero no creo que Mycroft esté o estuvo casado. ¿Quizá se trate de una reliquia familiar? Tampoco parece de ese tipo. Tal vez el anillo tiene un micro rastreador y lo lleva consigo como medida de seguridad."

El anillo [One-shot]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora