CAPÍTULO 2

26 3 0
                                    

—Voy a cancelar la boda —escupí en plena cena.

Mi hermana continuó masticando su filete al punto sin inmutarse.

—La boda con Sergio —insistí, viendo que no me tomaba en serio.

—¿Es que planeas casarte con otro?

Le lancé una patata frita y simulé ofenderme. Candela imitó mi audacia, pero la de ella estaba embadurnada de ketchup y acertó de pleno en mi blusa blanca. Sus risas no se hicieron esperar.

—Genial, hermanita. Acabas de dejarme sin ropa para salir esta noche.

—Puedes ir desnuda o en topless —sugirió muerta de risa.

—Seguro que no me dejarían entrar en esos locales tan chic que frecuentas. ¿Te imaginas la cara de Sergio? Oh, Sergio —exclamé, recordando el motivo de la conversación.

Me limpié la camisa con una servilleta de papel bajo la atenta mirada de Candela, que de repente sí que parecía interesada en lo que le estaba contando.

—¿No tendrás otra de tus crisis «Y si»?

Puse más empeño en eliminar la mancha, aunque era obvio que no había nada que pudiera hacer. Siempre podría salir así y fingir que me habían pegado un tiro...

—Tierra llamando a Laura.

Solté la servilleta sobre la mesa y conjuré mi expresión más inocente. Aquello no había quién se lo tragara, pero bueno.

—La tienes, ¿no?

—No —contesté, alargando sin querer la o—. Sí. Mierda.

Y acto seguido mi hermana, esa dulce postadolescente de pelo rubio y nariz de duende, la misma que mis padres creían en un campus universitario de París y que en realidad llevaba dos semanas durmiendo en un estudio de tamaño ridículo a pocas calles de mi casa, esa hermana, estalló en carcajadas.

Sí, definitivamente, esa era mi hermana pequeña. La que se había llevado la poca sangre aventurera que corría por las venas de mi familia, que a decir verdad no podía ser mucha. No podíamos ser más diferentes. Ella se atrevía con todo; lo mismo daba que fuera montar en una atracción de feria de aspecto mortal que liar el petate y marcharse a estudiar al extranjero, o decidir regresar sin dar ninguna explicación al respecto. Esa era otra de sus virtudes: ser capaz de arriesgarse a equivocarse. Porque que nuestros padres no estuvieran al tanto de su reciente cambio de residencia obedecía más a un intento de conservar su cordura que no a que Candela temiera su reacción.

Yo, por el contrario, era la reina de los «Y si». Tomaba decisiones, sí; me arriesgaba, quizás; pero siempre titubeaba y, una vez que realizaba mi elección, no daba marcha atrás ni aunque hubiera pedido por error una ensalada con marisco. Y eso que era alérgica. Me gustaba pensar que mi voluntad era firme, pero solo era algo que me gustaba pensar. Nadie me decía que fuese cierto.

En lo único que coincidíamos era en que ambas éramos descaradas. Ella de forma intencionada y yo por despiste. Esa era yo.

Solo con Candela exteriorizaba mis dudas. Y a veces incluso con ella me ponía límites, porque, tal y como estaba demostrando, le encantaba reírse de mí.

—A ver, Laura. —Se secó las lágrimas, procurando no estropear el perfecto delineado negro de sus ojos—. ¿Quieres o no quieres a Sergio?

—Sí, lo quiero.

Esperé, deseosa de que la emoción casi insana que me sobrevenía durante el primer año de noviazgo hiciera acto de presencia. Seguí esperando... No pasó nada.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Sep 15, 2020 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

¿Y si de verdad te quiero?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora