Tentación

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House mantenía la mirada con una ceja alzada encrucijándolo en sus agudos y desafiantes ojos que, ante la débil luz de una bombilla y la de una chimenea, brillaban cual topacios. De un lado a otro huyó, sin embargo, James, a donde quiera que mirase rehuía de la cobardía que le generaban sus intimidantes ojos hallándose en un bucle e incluso creyó estar viendo a través de las ventanas al cielo, cuando él se acercó y, frunció sus cejas incomprendiéndolo.

Dio el segundo paso, el tercero hasta el cuarto pues el quinto pisaba sus talones. Discutieron mediante miradas tan desconfiadas y tan extrañadas de la otra; ninguno decía algo, tampoco se movían, sólo respiraban mientras en la sala se oía tronar la mantequilla friendo los fideos y los vegetales. Y sin desviarle la mirada al otro, House, dejó a un lado su bastón, acercándose a pasos muy lentos hasta pisarle los talones saliendo victorioso pues él desde arriba aún podía apreciar a sus ojos desde el rabillo de los suyos, dejándolo a los otros en un punto muerto donde sólo podía distinguir el margen arrugado de su camisa. Ambos aún guardaban silencio, quietos en la penumbra.

Sentía la caricia de la primavera mediante su respiración sobre la mandíbula: tan fina, cálida y serena. Derritiéndose ante cada beso aéreo, cerró sus ojos mientras coordinaba su aspiración con la suya por dignidad, no obstante, tal control pereció ante el tan delicado roce de sus dedos a los pliegues de su cintura recorriendo la fajada y planchada camisa dándose un paseo camino ha reprenderlo entre sus manos electrificándolo de pies a cabeza y, deslizándose cual víboras sobre su cinturón, su respiración se descoordinaba a cada centímetro que disminuía entre sus dedos y la hebilla con algún que otro dedo patinándose peligrosamente, centímetros a milímetros, hasta que se alejaron: una para disminuir la flama y manejar la sartén y la otra para mover los fideos.

‒Tu atención debería estar sobre lo que cocinas.

Él agitó la cabeza levemente de lado a lado por reordenar su mente mientras limpiaba su consciencia parpadeando. ‒ Tú... ‒La ironía del momento le cortó la frase, puesto que se soltó a sonreír dejándola al aire.

‒Tú, eres muy fácil de provocar. ‒Terminó él mientras con los dedos agarraba unos cuantos fideos para devorarlos sin pudor manchándolo de mantequilla en su mejilla y sin detenerse a tragar, añadió‒ Mh, seguro que los niños regresarían por raciones para sus compañeros jaja

Cerró con tal fuerza los ojos que arrugó toda la cara encogiéndose de hombros mientras llevaba a la altura del pecho las manos desaprobando tanto lo dicho como lo hecho, hasta que encrucijaron su cintura contra otra extinguiendo las distancias, su cabello era peinado por su nariz abriéndose paso hasta el oído.

‒Ahora ya no hay potenciales alarmas antiincendios que nos detengan...

Las mejillas retuvieron en contra de su voluntad los labios y esbozaron una sonrisa que, quizá no fuera del todo en contra de sus deseos. Y ocultó su complicidad, lejos de su alcance, para prensarlos y diluir la tentación pero para cuando retomó el control, los ojos cerró mientras reía fascinado por el impaciente apetito de House y extendía un brazo para alcanzar algo. Al abrirlos y entender que no lo soltaría, ni cuando el cielo se abriera y de él surgieran Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis, sonrió para sus adentros mientras buscaba su mano y entrelazaban sus dedos firmemente a lo que, House, correspondió acariciando su pulgar con el suyo, disfrutándose en silencio. Ambas respiraciones eran tan lentas y profundas que, parecía que ninguno estuviera respirando.

Era medianoche y la cena estaba lista, las copas y el vino en la mesa y, el crujir de la chimenea inundando la casa por última vez.

Cerró los ojos dejándose guiar por cómo lo recorría la punta de su nariz olisqueando su colonia, el aroma a barba recién afeitada grabado en su piel, el perfume de las especias italianas y la salsa de tomate en su cabello, el aroma a pan de ajo gratinado con mozzarella recién horneado ¡Maldición, pero qué manjar! Ambos estaban sumidos en disfrutarse, James, ladeó lentamente su cabeza buscándolo y, este lo correspondió adictivo por aquellos sonrojados labios hasta que quedaron a unos milímetros entre ambas narices, reencontrando sus miradas.

House no pudo más y mandó al demonio a la comida, pues no habría mejor cena que tomarlo a él con el vino, cuando un plato se cruzó en su camino dejándolo sin aire y cojeando impidiéndole besarlo.

‒Cierto. La cena está lista.

Correspondió el traste mientras se sujetó la zona adolorida sin mucha importancia, ya que aquel hombre que ante sus ojos sonreía por el dolor ajeno tal como una victoria, lo anestesiaba mejor de lo que hacía el vicodin. Entendió que ya no poseía cartas a su favor, por lo que, le devolvió la sonrisa retirándose sin quitarle los ojos de encima a aquella vivida imagen de la felicidad, su felicidad y ambos partieron a la sala principal.

Cuando James estaba terminando de servir, House, lentamente se acercó por detrás suyo, pasó una mano por su cintura y se inclinó para llegar a la mano que descansaba la tapa sobre la olla mientras besaba su nuca y lo atraía hacía él para bailar al compás de sus sonrisas y besos frente a la chimenea.

Pese a que por lo general fuera un fastidio tener que lidiar con él, James, amaba que tuviera tan lindos detalles, amaba que lo hiciera reír, vivir. Podrían tener infinidad de peleas, riñas, discusiones, pero al final, ninguno podía vivir ni ser ellos mismos sin el otro. Si no fuera por él, jamás habría aprovechado al máximo la vida, a vivir cada momento como si fuera el último, sin miedo, sin vergüenza, pues, al fin y al cabo, la vida trata de disfrutar lo que nos haga felices, ser quienes somos pese a que esto signifique que el resto se aleje. La vida es como un tren en el que irá subiendo y bajando gente, algunos tendrán contacto contigo mientras que otros te acompañarán en él y quizá te cuenten el suyo. Ambos sabían que, aunque el suyo fuera un viaje corto, trascenderían en las estrellas.

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