Capítulo 2

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La familia Moore se encontraba en una estación de Londres abarrotada de gente trajeada con aspecto de una vida afanada, donde el bullicio de la gente, mezclado con la voz de megafonía que avisaba de las salidas de los trenes, silenciaban sus pensamientos y alimentaba el nerviosismo.

Los días después de la llegada de la carta fueron de lo más curiosos en la vida de Bryony. Había ido a comprar sus materiales necesarios para el nuevo curso a un sitio llamado el Callejón Diagon. Allí, las personas que vio eran muy distintas de las que se encontraban en la estación camino al tren que le llevaría a su nuevo colegio; en ese sitio las personas que paseaban por el lugar eran muy peculiares, tenían aspecto de aquellos cuentos que creía imposibles de ser realidad, pero allí estaban, era una realidad, solo que no se mostraba para todo el mundo. Ese día, en el interior de la pequeña Bryony surgió la inquietud hacia ese mundo desconocido que se había abierto para ella. El deseo superó, por fin, al miedo, olvidándose de este por completo. Los señores Moore al ver este cambio en las emociones de Bryony, fue un calmante hacia los pensamientos negativos que habían surgido en ellos; la señora Moore se había estado sintiendo culpable de su decisión, mientras que el señor Moore intentaba quitarle peso al asunto, para levantar el ánimo de su esposa, aunque, muy en el fondo, tenía la misma creencia.

En ese momento, al poder volver a vivir el día de la partida hacia Hogwarts con su hija, no cabía en ellos más felicidad. Aquello que tanto habían temido en un pasado había vuelto con gran fuerza a sus vidas. Uno nunca debe olvidar de donde viene, es de necios hacer eso, pero cuando la incertidumbre hace sombra en tu vida, no se ve con claridad y se da palos de ciego creyendo que es lo correcto. No obstante, en la familia Moore ya no hay lugar para lo negativo, solo la certeza de que había algo bueno por llegar.

- Vale, ya hemos llegado – dijo el señor Moore al tiempo en el que se guardaba el billete de su hija en el bolsillo de la chaqueta.

- Pero... - respondió Bryony confundida – aquí no pone andén 9 ¾... - siguió, guardando silencio al caer en confusión.

- Claro, ahora hay que correr hacia esa pared, y nos llevará a ese andén – le contestó ante la mirada inocente y confusa de la pequeña.

- Yo lo hago contigo, pero primero, que lo haga tu padre para que veas que no va a pasar nada. – le dijo para tranquilizarla la señora Moore. El señor Moore, con una sonrisa de diversión corrió hacia la pared recordando los momentos de juventud, bajo la mirada curiosa de su hija, quien vio a su padre atravesar la pared y desaparecer en ella.

- ¡Qué divertido! – exclamó entre risas la pequeña – y yo pensando que se iba a hacer daño. ¡Venga, ahora nosotras! ¡Por favor! – imploró a la madre con notable alegría. Las dos se aferraron al carrito que llevaba las maletas de Bryony y corrieron juntas hacia la pared, mientras que Bryony momentos antes de atravesarla, cerró con fuerza los ojos, pensando que iba a recibir un fuerte impacto; algo que no ocurrió.

Al volver a abrir los ojos, Bryony supo que no estaba en la estación a la que había llegado esa mañana, al notar que las personas que estaban en ese andén resplandecían magia y fantasía, algo que se había quedado atrás en el otro lado. Al ver otra vez a las personas de ese mundo, no pudo evitar sonreír con entusiasmo e ilusión. ¡Esto era real! ¡Lo estaba viviendo! Alzó la mirada y pudo ver un cartel en el que se podía leer "Hogwarts Express", y fue lo que terminó de hacerle ver que lo que estaba viviendo, no era producto de su imaginación, en la que tantas veces se perdía.

-Ya hemos llegado – le dijo el señor Moore a su hija mientras sacaba su billete y se lo tendía en la mano. Para Bryony, el único inconveniente de ir a Hogwarts era el hecho de que se tenía que separar de sus padres. Desde muy pequeña siempre habían mantenido una estrecha relación, basada en la confianza y la sinceridad, omitiendo el hecho de ocultarle el Mundo Mágico, cosa que habían hecho pensando en lo mejor para su primogénita, lo que había unido a la pequeña a sus padres como nunca le había pasado con ninguna otra persona que conociera. Junto con la llegada de este pensamiento a la mente de Bryony vino una sensación de nostalgia; era el momento de decir adiós por un tiempo a cuidar las plantas y las flores del jardín junto con su madre por las mañanas, a las tardes de los domingos jugando a los múltiples juegos de mesa, y a los paseos por el campo que tanto gustaban en la familia. Ahora tendría que aprender a vivir de otra manera, antes desconocida, y la pequeña pensó que, quizá, no estaba preparada para irse, que, a lo mejor, lo que debía hacer era quedarse.

Como La Luna y El SolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora