II

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Yo tampoco quería que tocarán para la próxima hora. Me gustaba estar así y tener a Lisa sólo para mí (por muy egoísta que suene), atesoraba los momentos que pasábamos a solas como algo precioso.

—¿Crees que nos estén buscando? —preguntó ella al mismo tiempo que rompía el abrazo en el que nos habíamos sumergido hacía más de diez minutos. Se acomodó a un lado mío y dejó su cabeza descansando en mi hombro.

—No lo creo —le contesté tratando de sonar despreocupada, pero la verdad es que los nervios me comían viva.

Ella dejó escapar un suspiro de sus labios, quizás de alivio, o quizás en señal de que le daba igual que nos buscaran afuera.

Y es que yo ya no estaba tranquila, no después de un abrazo como el que Lisa me dio ese día, no después de oír esos pequeños suspiros que ella soltaba cada tanto, no después de que parara de dibujar círculos invisibles en mis piernas mientras me contaba sus cosas.

Quería que me mirara y me pidiera que nos escapáramos del colegio a un sitio en donde no nos pudieran encontrar, y también quería tener la valentía que se requiere para decirle a alguien que te gusta.

Quería todo eso, pero en su lugar me limité a morder mi labio inferior.

—¿Y a ti que bicho te picó? —quiso saber ella al notar que yo estaba viendo a la nada.

—Yo... yo quería preguntarte si te gustaría venir al ensayo de mi iglesia hoy, ya ha pasado un tiempo desde la última vez que te llevé a uno, me gustaría que me acompañaras un rato.

Una excusa, una patética excusa para tenerla cerca, eso fue lo primero que mis labios alcanzaron a soltar. Ella me vio dudando.

—Oh, no lo sé, Rosie, sabes que si tú me lo pides iré, pero la verdad es que creo que no le agrado a esa gente.

Mordí mi labio inferior de nuevo.

—¿Pero por qué dices eso?

—Es... complicado, es como una sensación que me indica que los incomodo, no sé si me explico, creo que mis creencias les incomodan, bueno, más bien diría que el que no crea en lo que ellos creen les incomoda.

—Me parece que los estas sobreleyendo —le digo, y me incorporo un poco para verla mejor—, me han dicho que les agradas y les gusta como tocas el ukelele.

Ella volteó su vista en otra dirección para evitar mi mirada.

—Pues eso es lo que te dirán a ti, pero no hagas como que no sabes que esa gente también habla a tus espaldas.

—Lisa. Quizá solo sea...

—Yo sé que lo sabes, Rosie.

Me quedé callada, sin saber muy bien que decir y respiré hondo. Sí, sabía que a mis amigos de la iglesia les descolocaba un poco que Lisa fuera budista, también les parecía raro como un día podía llegar a vestirse de rosa y usar vestidos lindos, pero otros limitarse a usar un par de jeans desgastados, tenis sucios y camisetas grandes poco femeninas, y a mí me gustaba todo eso, más no era algo de lo que tuviera el corazón para decirle, no era algo de lo que me hubiese gustado hablar pues a mí también me dolía que pensaran así de ella sin conocerla, sin conocerla como yo lo hacía, Lisa era un ser precioso, y que creyera en lo que creía y se vistiera como se vestía era parte de ella, parte de ese ser que yo tanto adoraba, era parte de ese algo indescriptible y que aún no logro entender del todo que hacía que me gustara.

—¿Y eso qué? —dije finalmente—, no tienes que hablar con ellos si no quieres, podemos... podemos sólo ir y me ves ensayar un rato, y luego podemos ir a mi casa a continuar con tus lecciones de piano, ¿qué dices? Incluso puedes ayudarme a alimentar a Joohwang y luego podemos hacer la tarea, o ver una película, lo que tú quieras, pero por favor... —supliqué eso último con más dolor en mi voz del que pretendía soltar—, pasa la tarde conmigo, ¿sí?

A Lisa le brillaron los ojos y eso hizo que algo dentro de mí se derritiera un poquito.

Me dijo que sí mientras me tomaba fuerte de la mano para guiarnos fuera de ese salón y escabullirnos por los pasillos. Llegamos al nuestro antes de que dieran el toque para el cambio de hora.

Poco después nuestras compañeras llegaron exhaustas de sus actividades, fue entonces cuando me percaté de que nosotras aún llevábamos el uniforme de educación física puesto.

"Park, Manoban, vayan a los vestidores y cámbiense, creo que no es necesario que les recuerde que cuando la clase de deporte finaliza deben volver a ponerse sus uniformes de diario, rápido, les doy diez minutos contando desde ya", nos dijo la señorita Colley cuando nos vio, y las chicas de nuestro salón estallaron en risas por alguna razón que aún no logro comprender.

Nos disculpamos de inmediato sin poner algún tipo de excusa y salimos tomadas de las manos rumbo a los vestidores mientras a mí se me hacía un nudo enorme en la garganta, porque cómo dije al principio de esto, algo se sentía diferente entre Lisa y yo ese día, o quizás fuera una cosa sólo mía, pero su tacto me ponía nerviosa de todas las maneras posibles, como si no fuera correcto, o más bien... como si no fuera suficiente. Traté de apartar ese tipo de pensamientos, meterlos en algún rincón de mi cabeza para dejarlos morir, sin embargo, allí siguieron, allí siguen. 

que no suene la campana | chaelisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora