Prólogo

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  El principio de una historia sin final.

Corpus Christi es una comunidad pequeña y de escasos recursos. Cuando mi madre, mi hermano y yo nos mudamos fue como un método de ahorro. Mi mamá perdió el empleo y ya no teníamos suficiente dinero para pagar el alquiler. Al principio todo era muy tranquilo, la gente cantaba sus alabanzas todas las mañanas —pues es un pueblo muy creyente— y yo me limité a trabajar en una pequeña tienda. Todo parecía ir muy bien, hasta que conocí a Andrea.

El día que conocí a Andrea, ¿debería decir que la conocí? Tal vez, nunca lo hice, nunca supe realmente qué clase de persona era, a veces estaba bien y hasta sonreía en ocasiones, pero la mayoría del tiempo parecía estar rodeada por un aura misteriosa, se perdía en sus pensamientos y era ajena a lo que pasaba a su alrededor o eso creía yo.

El día en que “conocí” a Andrea era una noche fría y silenciosa, estaba de fiesta con unos amigos y perdí la noción del tiempo, cuando toqué la puerta faltaba poco para las 1 de la mañana y mi madre estaba negada a abrirme, decía que si era hombre para llegar a esa hora debía serlo para alquilar un apartamento y ahorrarle tormento.

En mi intento fallido por convencer a mi madre escuché un ruido en la casa vecina seguido por una maldición.

Agudicé mi oído y estuve alerta por si alguien venía a robarme, de repente la idea de ser asesinado en la misma puerta de mi casa por no tener nada de valor que entregar cobró vida en mi cabeza, me sentía un poco mareado y dudaba de mi capacidad física para devolver el golpe, la idea se intensificó al ver salir del patio trasero una figura que se perdía entre las sombras, y los fuertes golpes ocasionados por la madera bajo mis nudillos aumentaron, la brisa congeló mi piel, el corazón se me aceleró, era consciente de cada latido que iba en sintonía con los toques a la puerta frente a mí, y por alguna razón no podía despegar mi mirada del cuerpo humano que se iba acercando. Al asomarse a la claridad la figura con capucha y jeans ajustados negros era una chica, Andrea mi vecina, cesé los movimientos continuos contra la madera y el silencio inundó Corpus Christi.

De manera sigilosa, Andrea avanzaba por la calle polvorienta iluminada apenas por los faroles de luz amarilla, al estar consciente de su presencia una corriente de alivio invadió mi ser. Me quedé idiotizado viendo su silueta avanzar, desperté de mi ensoñación y con mi corazón recuperándose de a poco me acerqué a ella.

—¿Huyendo de casa? —le pregunté con ironía.

Dio un respingo impresionada, no había notado mi presencia, o quizás no esperaba que le hablara, se aclaró la garganta y replicó:

—¿Ya te botaron de la tuya? —no respondí, retomó su camino, pero se devolvió unos pasos y declaró.

—Por cierto, si mencionas alguna palabra de esto te rajo la garganta.

¿A qué se refería con “esto”? ¿Salir de su casa a hurtadillas en plena madrugada? Una risa nerviosa brotó de mí, sin embargo, hizo algo inimaginable. Sacó del bolsillo delantero de su abrigo un cuchillo o ¿era una navaja? Retrocedí unos pasos, el frio de la madrugada se colaba en mis entrañas y mi corazón retomaba la marcha que había dejado atrás. Acercó el pequeño cuchillo o quizás navaja a su dedo gordo de la mano izquierda e hizo un corte, presionó el dedo para que saliera sangre de este y dijo:

—Juro por mi sangre que se está derramando en este asqueroso suelo, que si lo haces te cortaré la garganta y disfrutaré verte desangrar lentamente hasta morir —y por si me quedaba alguna duda lamió su dedo ensangrentado, me sonrió y se marchó.

No sabía que estaba tan asustado hasta que escuché la puerta abrirse a mi espalda y casi salgo corriendo.

En definitiva, el día en que conocí a Andrea fue el más peculiar de todos.

Descubre el misterio, Jonás ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora