Blanco

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Jueves 22 de octubre del 2020, 7:00 AM

Salí de casa.
Un cielo nublado abrumaba el paisaje escondiendo el sol.
Todas las fachadas de las casas estaban decoradas para Halloween. Las calabazas reinaban. Había esqueletos por todos lados. Algunos decoraban las casas, otros como yo estaban listos para un día ocupado. El vaivén de los autos reflejaba un grito desesperado por el fin de semana. Mi pelo estaba despeinado por el aire que azotó fuertemente esos días haciendo que las hojas empezaran a caer una a una dejando los árboles tristes por su pérdida. 
Caminé contra el viento y casi dormida a la secundaria. Días como esos prefería caminar observando el cielo gris mientras escuchaba música.

 Al salir, el niño de siempre estaba sentado en la acera cerca de mi casa. Observaba su celular mientras tecleaba frenéticamente. Sus ojos estaban hundidos y sin vida. Su pelo largo le caía en la cara meciéndose hacia un lado. No parecía notar mi presencia. Normalmente nadie lo hacía.

Rodeé mucho tiempo para no entrar a la primera hora. Física no era una de mis preferidas. 

El camino me pareció placentero. El clima esa mañana era extraordinariamente frío.La soledad era mi única compañera durante esos paseos.

 Llegué faltando quince para las ocho. Me recibió el gran edificio gris. Con un cancel negro y grande. El pequeño jardín de la entrada tenía sus pocos árboles a punto de quedar sin hojas. Se encontraba cerrada. No importaba, esa no era mi entrada. Seguí caminando hacia la parte trasera de la secundaria. Ahí se encontraba un jardín aún más grande. Usado para practicar ejercicio o experimentos. Salvo esas circunstancias nadie podía entrar, sin excepción. Esa zona también estaba cubierta por un cancel de la misma naturaleza. Llegué a mi destino, un árbol de cedro que habían dejado ahí y saltado al poner la pared de hierro. Su gran tamaño y grosor me recibían como a un gran amigo. En sus raíces y cubierto con hierba seca se encontraba una depresión y un hoyo del tamaño de una gran piedra que me dediqué a retirar todo el primer año. Me apresuré a entrar en mi madriguera y salir dentro del jardín. Oculté cualquier señal del lugar y me dispuse a caminar al aula.

Aún si alguien habría descubierto tan obvia entrada dudo que alguien cupiera en ella. Únicamente mi flacucho y pequeño cuerpo pasaría. Mientras que si pensaba en el personal de la secundaria, la entrada era invisible con tantas hierbas y árboles que había en esa zona en particular. 

No tenía amigos. Lo más cercano a ello eran tres chicas que, ya sea por lástima o sentido del bien, me defendían de cuando en cuando de los chicos que me molestaban. Yo por torpeza sentí que quizá podrían ser mis amigas, sin embargo cualquier intento de acercarme a ellas era en vano. Constantemente estaban rodeadas de gente y no me atrevía a hablarles. Gaby, la chica que más me ha defendido, me lanzaba miradas, algunas veces como incitándome a ir con ella y charlar. Rápidamente su amiga Alex la distraía de mis ojos, haciendo que la fantasía de una amistad se disipara como el humo de cigarrillo sin olor de los chicos del fondo. Por último se encontraba Katia, siempre con un libro en sus manos.

El día transcurrió normal, toda una basura. Reprobé el examen de historia. Los ejercicios de matemáticas eran un desastre y la tarea de química que dejé en mi cama resultó valer más puntos que de costumbre.

  Odiaba el periodo de exámenes.

De salida escuché a Alex invitar a sus amigas a su casa. Seguirlas después de clases me resultó un hábito agradable, mientras no me descubriesen. Entre mí acepté como si la invitación me incluyera.

 ¿Qué podría hacer en mi casa sola?

Caminé detrás de ellas a una distancia prudente, fingía escuchar música.

El lugar era gigante. La fachada de color rojo tinto le daba un toque formal y llamativo con la poca luz del sol

—Entren—gritó Alex .

— ¿Cómo les fue en el examen?—dijo Katia.

—Sólo lo dices para presumir tu calificación. Me fue bien, no fue perfecto pero me conform... contestó Gaby interrumpida por Katia que gritó emocionada—¡Tienes razón, tuve una calificación perfecta!

—Yo saqué cinco—dijo Alex como si quisiera recuperar la atención.

—Yo igual—dije sentada al lado de la ventana del cuarto tratando de no hacer ruido. El cielo nublado ayudaba con mi sigilo. Como era de costumbre hice mi tarea junto a esa ventana.

El tiempo pasó, el astro lunar decidió salir. Después de haberlas oído por horas decidí irme.

La noche era fría, la calle distante y callada. Decidí caminar a casa, lo cual, era mala idea si tenías sentido común pues, el camino era de cuarenta minutos en auto desde su casa a la mía.
Esa noche me recordaba a lo sucedido hace años. Parecía que el tiempo había regresado. La ansiedad subió. Tuve un ataque. Recordé su voz. Su risa. Su rostro. Una mano me despertó de mi alucinación. 

  — ¿Te encuentras bien?—la chica parecía asustada. Yo en cambio  no sabía como había llegado hasta el suelo. Una de mis rodillas sangraba. Retiré su mano y me fui con una mezcla de vergüenza y temor.

A dos casas de llegar visualicé al niño de la mañana pero, no en su casa. Él veía fijamente a mi hogar. Sus ojos cambiaron, ahora era una mirada de susto y sin luz. El faro de luz parecía a punto de desvanecerse. Mi presencia lo alertó. Me quedé viéndolo. Parecía nervioso y sus ojos evidenciaban que había llorado por lo menos algunas horas. Se tapó los oídos y gritando dijo — ¡No!¡No lo haré! — Se quedó postrado ante mí. Su pelo largo se desplomó en su cara ocultando su mirada. Sonrió. De él salió una voz gruesa y demoníaca — Si bien, aún después de tanto esfuerzo el inevitable destino nos llega como al sol la luna. —El aire se detuvo, el absoluto silencio mostró su profunda respiración. Después de unos segundos dio arcadas desagradables y de su boca salió un pequeño pedazo de pergamino en el que ponía:

Gabriela

El chico se desplomó en el suelo haciendo un ruido sordo que me asustó y me hizo soltar el pequeño nombre amarillento que no tardó un segundo en desaparecer en una horda de viento.





Abismo ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora