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— LOOK WHAT HE DID TO YOU —

TEMPESTAD PODÍA SER MUCHAS COSAS, PERO LO ÚLTIMO QUE ERA ES SER ESTUPIDA

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TEMPESTAD PODÍA SER MUCHAS COSAS, PERO LO ÚLTIMO QUE ERA ES SER ESTUPIDA. Ella no era ni estupida ni ciega, al contrario, era astuta y observadora. Le gustaba prestar atención y analizar a quienes la rodeaban, no tardó mucho tiempo en adivinar que los Cullen eran los fríos que las leyendas Quileutes narraban.

Nunca había sido muy ajena al mundo sobrenatural, más cuando un "amigo", que hizo en una de las escapadas para visitar a su hermana Rachel en Seattle, en pleno sexo se convirtió en un lobo gigante en la diminuta habitación del chico.

En ese momento, Tempestad supo que todas las leyendas Quileutes eran verdaderas y desde ahí comenzó a prestar atención a lo que el consejo relataba.

Bajo el efecto de antibióticos y una que otra pastilla para el dolor de su vagina, Tempestad caminaba lentamente entre los pasillos de la casa Cullen. Estaba segura que en cualquier momento iba a perderse debido a la dimensión del hogar, no sabía que buscaba exactamente, solo miraba la casa con anhelo de tener una así cuando sea más mayor.

En el momento que escucho a alguien detrás de ella se sobresaltó y volteo dando varios pasos hacia atrás, observando como Edward la miraba de manera curiosa.

—Pareces perdida, ven. Te llevo a la cocina.

El cobrizo le dedicó una sonrisa a medias antes de darle la espalda y comenzar a caminar. Tempestad lo observo con el ceño fruncido pero volvió a girar dispuesta seguir su propio camino.

—Por allí no es.

—No te pregunte— se limito a responder Tempestad sin voltear a verlo.

—Se que sabes lo que somos— hablo el cobrizo haciendo que ella centre su completa atención a sus palabras. —Pero la verdadera pregunta es ¿como?

Tempestad giró sobre sus talones y lo analizó de arriba abajo. —Piel fría, ojos dorados, belleza extremista, sumando tu cabello perfecto...— soltó un resoplido. —Eso no debe ser fácil de controlar por las mañanas.

El cobrizo esbozó una sonrisa mientras leía los pensamientos de la muchacha. —Debió haber sido muy divertido que tu acompañante se convierta en un perro.

Tempestad frunció su ceño.

—Mi don. Leo mentes— afirmó Edward Cullen y se acercó unos pasos a ella.

La morocha hizo una mueca mientras asentía y cruzaba sus brazos. —Divertido.

—Te acostumbras.

TEMPESTAD. [Emmett Cullen]. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora