Prólogo

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No está seguro de cuánto tiempo estuvo inconsciente, lo único que tiene seguro es el derrumbe de Torre Relámpago, nota que sus compañeros están agrupados a su alrededor; protegiéndolo. Un líquido tibio resbala por su torso y piernas. Estaba sangrando.

Un crujido del suelo le dijo que las cosas no se acababan aún.

En la entrada del cuartel vacío se asomaron dos figuras vestidas de armadura. La voz de Gabriel gritando órdenes, su pequeño amigo realizando la invocación de Atlas, el sonido del metal chocando y el fuego que empezó a consumirlo todo se escuchaba lejano. Se puso en pie a duras penas, la sangre y el dolor escurriendo por todo su cuerpo, más no se permitió caer, preparó uno de sus más sencillos ataques y arrojó contra uno de los aliens su Fuerza Centrifuga con toda la precisión que podía; el alto sujeto de ojos rojos se impactó contra una pared y su compañero de cabello rosa aprovechó para acabarlo con su propia arma y una mano gigantesca de su comandante.

El mismo muchacho peli-rosa se apresuró a sostenerlo cuando su cuerpo tambaleó, incapaz de aguantar mucho más, una arcada lo hizo escupir la poca sangre que le quedaba. ¿En qué momento todo terminó así?

— A-rión, A-rión, aguanta otro poco, te sacaré de aquí. ¡Jean-Pierre!

Trató de sonreírle, de decirle que todo estaba bien, pero el sonido que hizo la cabeza de Samguk al ser aplastada por manos del alien lo dejo helado, no sólo a él; Gabriel se estremeció cuando lo puso contra una pared para ir en apoyo al más pequeño de los guerreros que apenas podía resistir los ataques y golpes furiosos.

A-rión... A-rión...

Más susurros, trató de invocar sus técnicas en vano, le pareció que todo perdía luz; estaba muriendo. No tenía forma de evitar que cada vez fuera más difícil abrir los ojos, o que su cuerpo se sintiera tan frío. Incluso creyó ver, como último destello, un rostro pálido y sereno que se acercó a darle un beso.

— ¡¡N-no...

Talvez los finales felices no eran para todos, porque el príncipe ya nunca despertaría y el caballero de brillante armadura se quedaría de rodillas a la torre, ahogándose en lágrimas y cenizas del que pudo ser su por siempre y para siempre.






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