Autobús

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Desperté a las 6am, ¿Me sorprende sentirme como una carga para mi familia? No, desde que pasó lo del accidente así me siento, como una carga. Así que me quedo acostada viendo el techo de madera para nada interesante pensando en que hubiese pasado, si ese carro no hubiera perdido el control... Y cuando siento la primera lágrima caer por mi mejilla, la quito y trato de despejar mi mente y dejar de pensar en eso para que mi mamá no me de su sermón de todos los días: "Debes seguir adelante, no puedes seguir estancada en el mismo lugar..." así que me levanto y voy al baño.

Cuando bajo a la cocina mi mamá me ve con su cara de espanto, lo que responde a una de mis dudas, si, estoy despeinada. Cuando se percata que no voy a hacer algo para remediarlo, saca un cepillo de la gaveta.

—Solo lo preguntare una vez, ¿Por qué tienes un cepillo en la cocina?– digo confundida

Sin dejar de peinarme como si tuviese 5 años responde:

—Estoy preparada

Me le quedó viendo tratando de transmitir con mi rostro un ¿Es enserio? ¿Solo eso dirás? pero mis intentos de que me vea son interrumpidos por el claxon del autobús del demonio que, desgraciadamente conozco perfectamente.

—¡Chao mamá!, Saluda a papá.— le grito

No espero respuesta, agarró mi mochila y cierro la puerta,  me coloco mis audífonos y entro en el remolino que es el autobús escolar de la secundaria Boulder; un típico autobús, asientos, tubos y un chófer que parece drogado el 90% del tiempo.

Voy directo al asiento de la esquina derecha donde suelo sentarme, me quito la coleta que me hizo mi madre y me hago un bollo raro en el pelo, me recuesto de la ventana y escucho música cierro los ojos y pienso en ese lugar que me da paz, al que voy a diario y al que pienso ir al terminar el día.

Salgo de mi relajante paz al darme cuenta la forma tan brusca que frenó el vehículo, lo cual se me hace extraño ya que mi casa es la última, y no han pasado los minutos suficientes para llegar al instituto, lo que me hace llegar a la conclusión de que hay alguien nuevo y si, lo hay.

Un chico probablemente de mi edad con un gorro de lana, lleva puesta una camisa negra acentuando su piel blanca como la nieve, era de contextura delgada pero musculosa, su cabello azabache caía sobre su frente de forma rebelde, era bastante alto, usaba pantalones de un tono azul claro y zapatos blancos.
Su rostro era un asunto completamente diferente, sus gestos demostraban felicidad, arrugaba sus labios color cereza expresando una radiante sonrisa, su nariz tenía una perfecta simetría con respecto a su cara, pero sus ojos era lo que más destacaba, eran de un tono gris brillante con pequeñas motas más oscuras, sus ojos eran un auténtico paisaje ártico.

Va con esa onda de chico guapo y agradable, ese que tú madre espera que lleves a casa, y si, soy muy observadora. Cruza su mirada con la mía, siendo yo una persona asocial la esquivo y le resto importancia, vuelvo a cerrar mis ojos y sigo disfrutando de la música, no pasan ni 2 minutos cuando siento que se hunde el asiento a mi lado, abro los ojos y me saco un audífono,  rogando que no sea el nuevo giro la cabeza y efectivamente es el, y me está viendo como un psicópata.

—Hola, me llamo Marco ¿Y tú?.

Una Rueda De La FortunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora