SEGUNDA PARTE

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Ha altas horas de la noche, Paulo camina ebrio por las calles con una botella de cerveza en la mano, como un indigente busca refugio; al pasar por la plaza observa una banca vacía y se acuesta en ella hasta quedarse completamente dormido.

Despierta al día siguiente con el sonido del aleteo de un grupo de palomas que sobrevuelan sobre su cara. Sujetándose a la banca logra sentarse; cae en la pena al darse cuenta que aún sujeta la botella en la mano, y la tira al pasto húmedo.

Se acurruca en su abrigo, la mañana es fría y el viento que sopla le reseca los labios y humedece sus ojos. "Ya no le importo... Y ahora, ya no tengo nada, nada que me importe —Gira la mirada al edificio amarillo que está a su lado izquierdo—. Tuve la oportunidad de cambiar. No soy perfecto, lo sé. Solo quisiera tener las fuerzas para aguantar mis ansias de llamarte todos los días, Ana Julia".

Paulo se va caminando, su apariencia le repugna. El dolor de haber arruinado su matrimonio continúa siendo su martirio.

"Soy un miserable borracho; lo veo ahora, cuanto las personas pasas viéndome con desprecio y con miedo. Lastimé a la persona que más quiero".

Sin rumbo definido, Paulo llega a una gran avenida; no se toma la molestia de ver el semáforo antes de cruzar y es insultado por dos choferes que venían en dirección contraria. Él continúa caminando, su vista y sus pensamientos están en la sortija de matrimonio que conserva en su bolsillo, cuyo recuerdo le lleva al momento en el que tuvo a Ana Julia de frente y viéndola a los ojos, con una sonrisa, le dijo: "Si, acepto". 

En casa de la madre de Paulo, Doña María prepara el almuerzo.

Al mesclar el ahogado con una sonrisa rememora los tiempos en que cocinaba para toda su familia. Ella puede volver a revivir a los niños jugando en la casa, y cada abrazo que le dio su esposo cuando llegaba a almorzar después del trabajo. Los recuerdos hacen que olvide el silencio del hogar vacío, y abandonada por sus hijos ya mayores.

La nostalgia le invade al darse cuenta que se apura en vano por cocinar, pues la única hija que vive con ella comerá en la Universidad con sus amigas. Entonces se puso a imaginar a su esposo esperándola en el comedor y a sus hijos pequeños en la cocina viéndola servir los platos... De pronto un ruido en la puerta la hace despertar y caer en la triste realidad; y otro golpe en su entrada le hace salir corriendo con el mandil puesto.  

Ana JuliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora