Un amanecer frío

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—Perdón, Charles —pide Erik cuando la noche avanza y ya no hay nadie merodeando por los alrededores.

El profesor aparta la vista del cielo nocturno y presta atención al rostro herido de Erik. Se da cuenta que ha envejecido tanto como él. Tiene arrugas en la frente y en los costados de sus ojos, una barba más crecida y el cabello desaliñado. Sin embargo, su figura se ha fortificado en comparación de hace treinta años cuando lo conoció intentando derribar el submarino de Shaw.

—¿No vas a decir nada? —Erik lo atrapa observándolo. Es exigente y desesperado con su pregunta. Sus metálicos orbes verdes parecen brillar con anticipación ante cualquier respuesta que reciba por parte suya.

—Dijiste que no importaba.

—¿Qué?

—En el parque, hace dos días, dijiste que no importaba lo que dijera.

Las palabras aún duelen cuando lo recuerda. Erik siempre había tenido ese don de herirlo con la verdad, sin adornos o consideraciones. Charles sabía que Erik las decía en sus momentos de rabia, pero eso no las convertía en mentiras. Desde la muerte de Raven y Jean, se había dado cuenta que estaba cansado de sus propios discursos soñadores. Ahora solo quería permanecer callado, enfrentando las consecuencias de sus malas decisiones.

—Lo siento, yo no esta-

—Siempre lo sientes, Erik —interrumpe con las mismas palabras que él le dijo. Le sonríe a medias para cubrir el dolor que aún persiste dentro de su pecho, creciendo cada vez más como un viejo veneno familiar. —Ya no me importa.

La expresión serena de su viejo amigo se contrae con sorpresa por unos segundos antes de volver a su característica firmeza cautelosa.

—Quédate —otra petición sale de la boca tensa del magnetista. No se han dejado de mirar, por lo que Charles no necesita de su telepatía para saber que la solicitud no es impulsiva o divagante. La convicción con la que fue dicha lo hace parpadear y regresar la vista al cielo, donde los pedazos cósmicos de Jean aún parecen luminosos.

Genosha es un lugar tranquilo. No tiene la alegría interminable de los niños o el cotilleo continuo de los jóvenes. La mayoría se mantiene en sus asuntos personales, cosechando o construyendo algo nuevo. Genosha se parece a Erik en algunas cosas: solitaria y reservada. Charles podría vivir con esta serenidad, levantarse todas las mañanas con la tibieza de la isla, respirar el aire puro y ver a Erik merodeando cerca suyo, haciendo cualquier actividad que haya despertado su interés recientemente.

—¿Por qué debería? —En cambio le cuestiona, no contento con sus propias contemplaciones.

El silencio solía ser cómodo entre ellos. Ahora, crece con la tensión de algo que debía ser dicho desde hace tiempo.

—Es un buen lugar para jubilarse —responde después de un momento, relamiendo los labios como si intentara detener las palabras que quería expresar.

Charles suspira decepcionado. Deseaba una respuesta más honesta, algo que le indicara que todos estos años habían valido la pena para reunir el suficiente coraje. Pero esa siempre había sido la constante en su extraña relación, tanto Erik como él, no tenían el valor suficiente para declarar sus sentimientos pese a lo evidentes que eran. La falta de coraje era otra de las cosas de las que ya estaba cansado de lidiar.

—Me gustaría quedarme por ti, Erik —fue honesto. No tiene que delatar por completo los deseos de su alma, sólo un poco para cambiar la rutina de sus pensamientos minuciosamente meditados y motivar a que su acompañante hiciera lo mismo.

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