Razones ocultas

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Evelion —perdido en los recuerdos de la anterior batalla—, apenas sentía el ardor de las heridas siendo curadas por el sanador. Aún siendo caballeros no tenían un gran médico. Eso era exclusivo del Rey Hervé y sus nobles predilectos. Se preguntó si el campo aún mantenía el intenso olor a sangre. Seguramente, por órden de Hervé los cuerpos enemigos seguían pudriéndose y siendo devorados por los necrófagos.

—Tienes un cuerpo resistente. Ese golpe no te causó daños graves pero deberías cuidarte, una herida semejante no se libra siempre con tanta facilidad. La próxima vez podrías terminar en cama por un largo tiempo. Y sabes lo que eso significa. —Los ojos cansados del anciano lo miraron y al notar su silencio sólo negó con la cabeza. 

Evelion tomó su armadura dispuesto a olvidar aquello. No era tan débil. Se dirigió al jardín del Palacio, encontrándose a Diago pensativo recargado en un muro. Al no detenerse, el hombre tuvo que alcanzarlo —¿Todo bien? —Diago fingió una preocupación excesiva para molestarlo. 

—¿Qué esperabas? ¿Consolarme cómo a un niño? —Evelion respondió en tono burlón — ¿Qué demonios es esto? Matamos a todos esos hombres y ellos a cientos de los nuestros. ¿Qué hay que festejar? 

—Vaya, parece que ese golpe si te afectó —Diago golpeó la cabeza de Evilion— Deja las tonterías y apresurate. Daremos un recorrido por el pueblo y asistiremos al banquete. 

Evelion negó con fastidio y siguió al más alto. Se trataba de Diago, sabía que no había nada que hacer. 

A las afueras del castillo el ejército desfilaba victorioso mientras el pueblo aplaudía su triunfo. Para Evelion era evidente que aquello era una máscara. El pueblo estaba asustado y los aldeanos —más que felices— parecían enfermos. 

—Sé lo que pasa por tu mente, Evelion — La comida escasea en estos días y los sanadores están atendiendo a los heridos en batalla, pero parte de lo que recibirá el reino cómo ofrenda de paz será para nuestro pueblo. Así que quita esa cara y disfruta tu momento. —Diago volvió la vista al frente, orgulloso. 

—Nunca dije que me preocupara —Respondió Evelion— Todos deben sobrevivir por sí mismos. 

—Por supuesto —Le contestó Diago con una sonrisa burlona. 

Tras unos minutos cambiaron la imagen de la miseria por una repleta de opulencia. De regreso al castillo vieron cómo se realizaba un espectáculo mientras servían el banquete. Evelion observó cómo el Rey se mantenía rodeado de doncellas jóvenes de rostros asustados. Parecían no importarle los hombres que le dieron la victoria y lo acompañaban esa noche. Ni aquellos que dieron su vida para que el Reino siguiera en pie. Ni siquiera dedicó unas palabras a sus caballeros o dió sus condolencias a las viudas. ¿Así era cómo se comportaba un Rey? Por un momento en su mente comenzaron a resonar las palabras de Leander antes de morir. Más otra vez—cómo una burla del destino—, Diago volvió a interrumpirlas. 

—¿No puedes tan sólo relajarte y disfrutar un mísero momento de tu vida? —Le sonrió con una mirada cálida que sólo él conocía— Luchamos, ganamos, sobreviviste a la batalla ¿Qué más puedes pedir? Bebida, buena comida y… —Diago hizo una pausa mientras seguía a una mujer con la mirada. Se despidió revolviendole el cabello y se acercó a la dama para pedirle una pieza. 

La música —de mal gusto para él— inundaba el salón. Evelion veía bailar a Diago mientras bebía de su copa. Su compañero siempre había sido popular entre las mujeres. Y quizá algunos hombres. Cerró los ojos un momento intentando relajarse por consejo de su hermano jurado. Apenas lo conseguía cuando una flecha le rozó el hombro clavándose en el cuello del noble detrás suyo. Un alarido resonó y la música paró en seco, dando lugar a la confusión. Evelion de inmediato desenvainó su espada y perforó el torso del hombre que corría gritando hacía él, la sangre llegó a una dama de la nobleza que miraba atónita la escena. Evelion derribó al enemigo clavando la espada en su boca mientras rompía su cráneo, buscó sin éxito a Diago entre la multitud horrorizada.  

—¡Protejan al Rey Hervé! —Una voz rugió de entre los gritos. 

La dama que momentos antes se encontraba a su lado ahora se aferraba a él con una flecha clavada en el pecho. Evelion intentó alzarla pero fue apuñalado por la espalda, se giró con el objeto aún clavado, encontrándose a una mujer frenética intentando apuñalarlo con un cuchillo de cocina, la mujer se lanzó sin pensarlo por lo que Evelion sólo colocó su espada frente a ella para que fuera atravesada por sí misma. Alcanzó el tridente de cultivo clavada en su espalda, se extrañó pero no tuvo tiempo de analizarlo y continuó la batalla, vio a un enemigo abalanzarse sobre una de las mesas y sin detenerse lo decapitó. Su cabeza rodó y su cuerpo inerte cayó al suelo con un trozo de jamón en los brazos. Aquello último terminó por desconcertar a Evelion.  En la mesa había joyas dejadas atrás por los nobles ¿Por qué ese hombre sólo tomó comida? 

Un incendio desató aún más el caos pero él y la guardia Real se coordinaron acorralando al enemigo. De espaldas al fuego, las tropas atacaron, asesinando a los invasores, incapacitando, y calcinando a otros cuantos. Los gritos de los rezagados lograron que los pocos enemigos que quedaban soltaran sus armas con terror. Era bien conocido que los caballeros —y en especial la guardia del Rey— tenían un nivel de crueldad inimaginable contra quiénes considerarán enemigos. 

El ataque había sido repelido en muy poco tiempo, Evilion degolló al último de un tajo. Finalmente logró encontrar a Diago y lo escuchó gritar: —¡Ayuden a los heridos y controlen ése fuego rápido! 

Tras unos minutos todo se había normalizado pero el ambiente se hundía en un silenció pesado. Se sintió aliviado al escuchar la voz demandante de Diago. Después de todo no sólo eran amigos si no hermanos jurados. Éste le devolvió la mirada con la misma sensación y continuó. Cuatro nobles muertos y más de una decena de desconocidos cercenados y calcinados yacían en el suelo del gran salón. Evilion recorrió el lugar buscando indicios y se encontró con el cadáver de un niño bajo una de las mesas. Tenía una flecha clavada en la espalda, en sus pequeñas manos habían trozos de pan e incluso su boca tenía restos mezclados con sangre y lágrimas. El rostro del pequeño —en su muerte— se había congelado en una mueca de dolor. ¿Quiénes eran ellos? ¿Aldeanos? ¿Por qué atacarían de ese modo? Incluso recordó el repentino ataque de los goblins en la batalla. 

—¡Malditos campesinos! —Se escuchó a un noble gritar con la nariz rota. 

Las cosas estaban peor de lo que se creía. El hambre, la enfermedad y la miseria estaban ahí incluso desde antes de la guerra. El Rey Hervé nunca se preocupaba por su pueblo, se les amenazaba con ser echados fuera de los límites a los peligros si no cumplían con los impuestos. ¿Pero cómo habían logrado entrar a un sitio tan protegido? ¿Cómo un grupo de treinta personas, incluidos niños, se escabulle a un castillo tan fácil? Habían logrado capturar a unos cuantos atacantes para interrogarlos por lo que Evelion comprendió que pronto todos se enterarían a fondo de la situación. 

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⏰ Última actualización: Sep 23, 2020 ⏰

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