Capitulo 1: El hombre de la gabardina desarrapada

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Lo que estas a punto de leer es algo increíblemente fantástico, absurdamente demencial, brutalmente asombroso, pero sorprendentemente real. Todo comenzó cuando vi al hombre de la gabardina desarrapada, pero no nos adelantemos.

Sea como sea el modo en el que te has encontrado con este manuscrito, posiblemente lo leas como quien lee cualquier libro de fantasía o ciencia ficción, en donde el perdedor de turno se ve inmiscuido en una serie de situaciones que le superan vitalmente pero, con ayuda de grandes amigos y un arduo camino, consigue llevar el anillo al monte del destino, destruir con ayuda de su x-wing la estrella de la muerte o derrotar al malvado Voldemort en una cruenta batalla entre el bien y el mal... pero con la diferencia de que ese perdedor (en este caso perdedora) es real y soy yo, no sé si me sigues. En todo caso si no crees el contenido de este manuscrito, cosa que no te culpo (ya sabes increíblemente fantástico, absurdamente demencial...) al menos te pido que lo disfrutes, que te lo pases bien imaginando las tonterías que esta nerd de pacotilla está a punto de contar. Una vez alguien me enseño que las historias son importantes, sin importar si son reales o no, ya que su mayor poder es perdurar en el tiempo.

Retomemos entonces: todo comenzó en Cardiff, en una pequeña cafetería en un día lluvioso en Cardiff, como no. Para resguardarme del agua sepulcral, acabe en una de las mesas más alejadas del establecimiento revisando que mi portátil no se hubiera estropeado por el caprichoso torrencial. Mientras iniciaba mi computadora colgué mi chubasquero amarillo en una de las sillas vacías a mi lado, me calenté las manos con mi propio vaho y me dispuse a revisar que todo estaba en su sitio, teclado, pantalla, archivos, parecía estar todo en orden. Antes de seguir debo aclarar una cosa: llevo el ordenador conmigo siempre, es como por así decirlo, el sable de luz para un jedi, o Excálibur para el rey Arturo, mi arma más poderosa... quizás me he entusiasmado demasiado, es lo que tiene ser escritora, bueno o al menos estar en el camino de convertirme en algo parecido a eso, pero nada más lejos de la realidad. Si había acabado en esa apartada mesa de esa alejada cafetería era simplemente porque habían rechazado el libro por el que había estado trabajando dos años enteros por quinta vez consecutiva. Ya ves, día lluvioso, chica triste y una cafetería de mala muerte, el kit perfecto para el drama de una escritora.

Después de hacer tripas corazón y de repetirme una y otra vez que debería intentarlo una sexta vez, me dispuse a leer por millonésima vez el relato por el que tanto había trabajado. Al abrir el documento un calor intenso me recorrió la nuca, no había ni una letra en el archivo ¡no podía ser! no solo eso ¡en todo mi ordenador no se podía apreciar ni una sola letra! ni en los documentos, ni en los programas, ni siquiera en los archivos. A punto de darle al botón de reinicio la puerta de la cafetería se abrió de par en par, entrando totalmente empapado y desesperado un hombre alto, flaco y con una gabardina desarrapada, mirando desorbitado hacia izquierda y derecha posó su intensa mirada en mí, arqueo una ceja y acto seguido con una rapidez atroz se acercó a mí mientras se desprendía de la gabardina, al llegar a mi mesa, colocó la gabardina en el respaldo de la silla y seguidamente se sentó enfrente.

—No le ha pasado nada a tu ordenador. —se dirigió a mí de forma misteriosa y despreocupada.

—¿perdona? —le conteste ensimismada— ¿Le conozco?

—Eso no es relevante. —añadió abruptamente— Tu ordenador. Ya no tiene letras ¿verdad?

—¿Cómo? ¿Cómo lo sabe?

—Simplemente se cosas —dijo sonriente.

—debe de ser algún tipo de virus, pero en serio como has sabido...

—¿Virus? ¡Nah! —dijo arrugando la nariz— Vamos eres más inteligente que eso— acto seguido saco con agilidad unas gafas de pasta del bolsillo de su chaqueta de rayas y se las colocó encima de la nariz. Observó primero el ordenador y luego mi rostro mientras se le arrugaba la frente y entrecerraba los ojos.

—¿Becaria? ¿Profesora? ¿Periodista? —observo detenidamente mis manos— Ahh, ¡escritora!

—¿Cómo sabe qué?...

—Ya te lo he dicho, se cosas, por cierto, soy el Doctor y se cosas y... ¿tú eres?

—Cassie... ¡que estoy haciendo! No le conozco, no sé por qué le he dicho mi nombre.

—Tengo una de esas caras Cassie. Cassie la escritora... creo que me vas a venir de perlas- dijo enérgico- ¡vamos! porque no revisas la carta, podríamos pedir tarta de manzana.

El extraño colocó la carta de la cafetería delante de mí ¡estaba completamente en blanco! solo se mantenía las fotos de los platos, pero ni una palabra, ni una letra. Pasó página por página y finalmente la dejo caer hastiado en la mesa.

—Vaya, creo que no hay tarta de manzana en el menú, ni de fresa, ni de mango, ni de plátano, ni siquiera tarta de aguacate... un momento ¿esa existe? pues si no existe debería de inventarla... En definitiva, que no hay tarta de ningún tipo.

—¿Cómo es posible? Hace un momento estaba llena de letras... espera... ¡como mi ordenador!

— No solo eso —añadió el extraño— mira a tu alrededor.

Todos los posters con ofertas, el menú escrito en la parte de arriba de la barra de la cafetería, las letras exteriores que componían el letrero de la tienda en el cristal que daba a la calle ¡habían desaparecido como por arte de magia! simplemente no estaban.

— ¿Qué está pasando? Pregunte con miedo al extraño— ¡No hay letras por ninguna parte! 

 —¡Al fin hablas mi idioma! Exclamó con alegría— ¡Cassie la escritora! 

 —¿Pero... ¿Cómo puede ser?

—Buena pregunta, pero irrelevante ahora mismo- dijo levantando las cejas y soltando aire por la boca de forma sonora— pero hay otra pregunta que corre más prisa ¿Cómo puede ser que en esta cafetería no haya nadie en hora punta? Solo tú y yo y ni siquiera un solo camarero.

Nada más el extraño terminar la frase, las luces comenzaron a parpadear.

—Parece que alguien no ha pagado el recibo de la luz —dijo el Doctor mirando hacia el techo.

—Mire, no le conozco, no sé quién es, no sé qué está pasando y no sé si lo quiero saber —dije mientras colocaba mis cosas en la funda del ordenador de forma patosa. 

 —¡Humanos! —Dijo el extraño de forma burlona— Toda la vida buscando salir de la monotonía y cuando tienen la oportunidad al alcance de la mano, le dan la espalda. 

 —Creo que... me voy a marchar. —Dije mientras me levantaba rápidamente.

Justo al pasar al lado del extraño, a punto de poner rumbo a la puerta, me agarró del brazo y en silencio, me señalo con la cabeza en dirección a la parte contraria de la cafetería, al girarme para ver lo que señalaba, vi como de una bola de electricidad nacía una figura oscura y alargada, que, nada más aparecer se fue poco a poco a acercando de forma intimidante.

—Tenemos compañía —dijo fríamente sin soltarme la mano— Repito, soy el Doctor y voy a llegar al fondo de lo que está pasando y que mejor ayuda que tú ¡Cassie la Escritora! para resolver el misterio de las letras perdidas —pronunció con una pícara sonrisa— Ahora simplemente ¡corre!

DOCTOR WHO: El poder de las palabrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora