Mauzer

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Afuera de la carpa principal, cubierta con las telas escarlata de la casa Ghian, los hombres ya descansaban. La mayoría de antorchas se habían apagado, dejando en el aire el olorcillo de la leña convertida en carbón, y el bullicio propio del festejo de la victoria era solo un eco fantasmal. 

Incluso donde se encontraban, se habían mandado a despedir a las muchachas que habían contratado, y a los hombres de alto rango que habían terminado demasiado ebrios como para comprender lo que se discutiría esa noche. Los únicos que permanecían en la tienda eran él mismo, sus sobrinos Anan, Hatal y Althain; y los dos caballeros de confianza del príncipe, Willhem Ghis y Hyux Jaaner.

Bajo la luz de la única antorcha que habían dejado encendida, dentro de la carpa, Anan se parecía más que nunca a su padre de joven: alto, con la mandíbula cuadrada y la nariz pequeña, y un moño alto que sujetaba su cabello en alto, pero dejando caer algo sobre sus orejas. Lo lucía con la gracia de un verdadero emperador.

Willhem estaba sentado a su diestra, observándolo atentamente en silencio. Había heredado mucho del rostro tosco de su padre, el Conde Toller: nariz alargada y ancha, barbilla pequeña, y ojos rasgados. Lo observó comer algo de cecina de puerco, tal vez para bajar la borrachera.

Anan siempre solía tomarse esas largas pausas para pensar, y todos aguardaban en silencio, con profundo respeto. Esos hombres, todos ellos, eran sus hermanos, y Anan los percibía como sus iguales, y por esta misma razón es que, para ellos, él era un líder.

—Así que —empezó Anan, rompiendo el silencio espectral —mi padre está moribundo.

Mauzer no supo descifrar si la frialdad en su voz se debía a la tristeza, o a la mera sorpresa.

—Sí, mi señor —respondió el mensajero, Shask'er —Parece ser la misma enfermedad que se llevó a Lord Vincent Shioc hace un año.
Anan jugaba con su copa de vino, recorriendo la boca de esta con su dedo índice.

—Cuando abandonó la campaña por una herida de flecha, no estaba enfermo —añadió Anan —solo herido.

—Los curanderos dicen que enfermó en la capital. No saben la causa, pero aparentemente solo afecta a gente de avanzada edad. Hay un par más de casos, y mucha preocupación por la salud de Lord Oogi, quien también es muy anciano, pero aun así él ha tomado el liderazgo del Consejo Mayor.

—¡Ja! Antes muerto que retirado, el viejo bastardo —rio Althain.

La sonrisa del Oso se borró cuando Anan le lanzó una mirada fulminante. No era momento para bromas.

—La capital está en crisis, algunos de los campesinos del pueblo están disconformes por los impuestos a sus cosechas, y se empieza a correr la voz. Tampoco desean que la campaña continúe, creen que es un desperdicio de recursos, y que el emperador es ambicioso.

—Llevamos tres años batallando por esa gente —se quejó Willhem —Hemos perdido a muchos colegas y familiares.

—También son sus colegas y familiares —interrumpió Anan, visiblemente más permisivo con Ghis que con Althain —es entendible que teman por ellos si están por tanto tiempo en el campo de batalla.

—Y... —el mensajero se detuvo por un segundo, sin saber si era prudente hablar. Al ver que Anan lo miró con atención, lo hizo —Han convocado de lleno al Consejo, incluido un reemplazo para el puesto faltante.

—¿También a Othem Ponem? —se extrañó Anan. Shas'ker asintió.

—Van a tomar una decisión sobre retirar las tropas —dijo calmadamente Hyux. Siempre fue el más analítico de los cuatro —Si es que no lo han hecho ya.

—No lo harán sin tener el pleno del Consejo —intervino Willhem —mi padre es de esos que encuentra cualquier excusa para ralentizar un proceso burocrático. Y estoy seguro que Allester Ghian tampoco querrá quitarle la gloria de una victoria a su hijo.

Althain se dispuso a hablar, buscando defender el honor de su padre (si es que había alguno), pero Anan se adelantó a su participación en el diálogo.

—Hyux, toma a las cuatro llamas más veloces, incluida Huayco. Tu llama se la daremos a Shask'er. Será fácil pasar a la caravana antes del amanecer, es imperativo que no se den cuenta...

—¡¿Entonces planeas abandonar?! —reclamó Hatal, furioso. Había pasado tanto tiempo en silencio que Mauzer olvidó que estaba ahí —¡Así como así, abandonarás a tus hombres y la batalla! ¡Ya tenemos el castillo de Cielo Bajo, desde ahora será fácil derrotar a...

—Yo no voy a ir.

Las palabras de Anan atravesaron a Hatal como una lanza. No era necesario que dijera nada más, había entendido por completo.

—Hermano —esta vez, su tono era de súplica —Por favor, he batallado a tu lado por tres años. He sido bravo, y fuerte. Quiero ver el fin de la campaña... ¡Necesito presenciar nuestra victoria!

Por primera vez, Hatal se mostró como el niño que era. La voz que salió de su hermano mayor fue la más fría con la que le había escuchado hablarle.

—No te lo estoy preguntando.

El menor de los Ghian abandonó la carpa sin decir nada más, tal vez ocultando sus lágrimas. Mauzer sintió lástima por él.

—Sé que mi hermano nunca ha sido el mejor padre para ti, Anan —dijo Mauzer, hablando por primera vez en toda la reunión —Pero debes estar ahí cuando muera, y asumir el cargo. Yo puedo comandar la batalla, lo sabes.

—He tomado una decisión —dijo sombríamente su sobrino.

Su rostro se iluminaba por la luz de la fogata. Hyux llamó a Althain, quien parecía no haber entendido que la otra llama era para él.

—¡Ese hermano que tienes! —dijo nerviosamente el Oso —Tendré que llevarlo a un burdel en Costa Negra para que se desahueve un poco.

Anan volteó, y sonrió levemente. Había un dejo de tristeza en su rostro, claramente le había dolido ser tan brusco con su hermano.

—No te preocupes —sonrió Hyux —No voy a dejar que este enfermo lo corrompa. A lo mejor si pasamos por el castillo de su madre en El Escape se anime un poco.

Anan negó con la cabeza.

—Querrá quedarse ahí. Necesito que llegue hasta Piedra del Sol. Si mi padre va a morir pronto, él deberá ser nombrado Emperador provisional.

Hubo sorpresa en los rostros de todos, menos en el de Mauzer. Él había intuido que ese era el plan de su sobrino.

—Que joda va a ser eso —rio, esta vez más seguro, el Oso. Se acercó a abrazar a su tío —¡Bueno, tío, partiremos rápido! Conociendo al maldito de Oogi ya habrá puesto a su perro faldero Vulcani en el consejo, ¡Y quién sabe que va a pasar con ellos dos con el poder absoluto!

—Mi Lord —la voz del mensajero interrumpió respetuosamente a Althain —Ya se ha elegido al miembro faltante del consejo. Su propio padre fue quien lo propuso.

Anan viró con brusquedad, su mirada no ocultaba que las palabras del mensajero lo agarraron por sorpresa. Él ya sabía la respuesta, pero igual preguntó:

—Entonces, ¿Quién?

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