Primera parte: Comenzó con una cuenta regresiva

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«¿Cómo tener sexo?»

Escribí eso en el buscador de la computadora y, antes de darle enter, volteé hacia atrás para asegurarme de que Ashley no había regresado de buscar condones en el cuarto de sus tíos.

Suspiré aliviado una vez comprobé que el pasillo estaba vacío, y continué con mi búsqueda. Era un absurdo, y lo sabía; pero, a pesar de que ella estuviese más que consciente de mi castidad, no quería mostrarme como un total inexperto y arruinarlo. Sería humillante para mí escuchar en los pasillos de la escuela algo como: «¡Ashley me contó que explicarle todo con lujo de detalles al inexperto de Joshua!».

Me dio una crisis de pena interna de solo imaginarlo.

Como si no se hablara lo suficiente de mí por el incidente de «las seis horas», ahora tendría que soportar acusaciones exageradas sobre mi incapacidad para tener una relación sexual decente.

La computadora tardó unos minutos en arrojar resultados. Mientras tanto, tuve que soportar el insufrible sonido que hacían los aparatos en aquel entonces. Escuché el silbido de Ashley y cómo este se iba aclarando conforme pasaban los segundos. Aterrado de que me viera hurgando en la computadora de su primo, me paré del asiento y desconecté el aparato. Sabía que eso podría descomponerla, pero el dueño no tendría por qué enterarse de que había sido yo. El monitor se apagó justo cuando ella entró en la habitación, y yo hice girar la silla para encontrármela de frente.

Tengo que admitir que mi amiga es guapísima, con sus rulos rubios, sus ojos verdes y su piel sonrosada; pero, por alguna razón, era más mi ansiedad que la excitación.

Ashley hizo una bomba con su goma de mascar. Esta creció hasta ser casi del mismo tamaño que su cara, y después se reventó.

—¿Listo? —me preguntó. Se sacó la goma de la boca y la depositó en el bote de basura de la habitación.

Tragué saliva, aflojé el nudo de la corbata del uniforme y me la quité, lanzándola por los aires. Después me levanté del asiento, al tiempo que preparaba mi mente para lo que estaba a punto de suceder.

Ella caminó hasta donde me encontraba, se aferró a mi cuello y soltó una risa que hizo que inhalara un poco de su efluvio. Sabía lo que tenía que hacer, así que bajé a su altura para rozar mi boca con la suya. No era la primera vez que nos besábamos, ya lo habíamos hecho antes en una fiesta, cuando preferí cumplir con ese reto a que me hicieran una pregunta incómoda.

Lo que menos deseaba era hablarles a mis amistades sobre mi madre y su «no relación» con mi padre, tampoco confesarles que este no vivía con nosotros, y mucho menos que se trataba de un estadounidense que tenía otra familia en América del Norte. Además, estaba tan ebrio que me hubiese sido imposible inventar una mentira que callara los rumores sobre mi familia.

Ashley saltó, apresándome con sus piernas y jalando del cuello de mi camisa; era obvio que deseaba estar a mi altura. Ella era ligera; el problema era que no tenía idea si debía pedirle permiso para poner las manos en cualquier parte de su cuerpo o solo hacerlo y ya.

—Josh... —masculló. Puso los ojos en blanco, impaciente.

Jaló más mi camisa. Pensé en que esta se rompería y que la señorita Paige, la encargada de revisarnos el uniforme, me retaría por llevarla así a la mañana siguiente.

Hice lo que me dijo mi instinto: coloqué las manos en su cintura. Noté cómo mi rostro se iba calentando; la frente me sudaba y tenía la sensación de que estaba haciendo algo malo. Ashley se aprovechó de mi maleabilidad para empujarme y hacerme caer en la durísima cama de su primo. Humillado, solo me acosté ahí, aguardando a que las cosas sucedieran.

—Hay que darnos prisa, Charles puede llegar en cualquier momento. —Ella se sentó de rodillas en la cama y me observó, impasible—. ¿Estás nervioso? —cuestionó, extrañada.

—¿Por qué lo dices? —Me alcé para verle el rostro.

—No te noto muy seguro.

Lancé un largo suspiro, estuve a punto de decirle que todo aquello era una pésima idea y qué mejor dejáramos las cosas como estaban. No obstante, pensé que, si me iba, continuaría siendo un virgen de dieciséis años que mentía sobre no serlo y que creía que es normal durar más de seis horas teniendo sexo. No quería, pero pensé en que perdería una oportunidad que no se repetiría. Además, no era como si fuese impopular. Sin embargo, me costaba relacionarme con mujeres para cualquier asunto que no se tratase de una amistad; y, aunque eso no me molestaba, me impedía ser visto por ellas como un potencial novio.

—Solo hagámoslo —farfullé.

Ella estuvo a punto de gatear por la cama para acercárseme, sin embargo, las aceleradas pisadas de alguien que estaba subiendo por la escalera nos interrumpieron.

—¡Mierda, es Charles! —susurró.

—¡Carajo! —exclamé; pero, por alguna razón que desconocía, me sosegué.

—¡¿Qué haces aquí, Ashley?! —preguntaron del otro lado de la puerta.

Era la voz de Charles, el primo de mi amiga y dueño de la habitación en la que estábamos.

—Solo vine por algo —respondió nerviosa.

Ella se bajó de la cama de un salto y se acercó a la entrada, pegando su cuerpo a la puerta de madera.

—Ajá. —Charles bufó con sarcasmo—. A la cuenta de tres les abro; y juro que, si me encuentro con alguna escena, le diré a mi tía.

—¡No seas soplón!

—¡Pero no en mi habitación!

Ella hizo un ademán de fastidio con sus manos. Se volteó hacia mí y me dedicó una mirada de estupor.

—Lárgate, estúpido —me ordenó.

—Uno...

Miré al suelo, a donde se encontraba mi corbata, iba a recogerla, pero nada más sería perder segundos valiosos, por lo que solo salté de la cama y me encaminé al armario con el fin de esconderme ahí.

—Escapa por la ventana, no seas imbécil —suplicó antes de que me encerrara en el closet.

—Dos...

Ambos caminamos hasta la ventana. Me asomé para ver desde qué altura debía caer. Había una jardinera que me permitiría hacer un mejor aterrizaje.

Tomé una bocanada de aire y me concedí el permiso de dudar, pero la cuenta terminó.

—Tres...

Me estiré para alcanzar una de las maderas de la jardinera mientras Ashley me observaba aterrorizada. Saqué mi cuerpo de la casa y maniobré para que mis pies lograran pisar un sitio estable. Me espiné las manos con las plantas, pero al menos podría bajar usando la estructura de madera como escalera.

No es que les tuviera miedo a las alturas, pero preferí enfocar mi mirada arriba y no causarme un vértigo. Lo que me encontré fue a una afligida Ashley y a un imponente Charles escrutándome. Un destello de sol pegaba en el cristal de sus gafas y le aclaraba el cabello castaño. Sus labios formaban un mohín y también tenía los brazos cruzados.

En ese momento, él me pareció un cualquiera, alguien que andaba desapercibido por los pasillos de la escuela; sin embargo, no pasó mucho tiempo para que Charles Stonem terminara siendo la persona más especial de mi vida.

En ese momento, él me pareció un cualquiera, alguien que andaba desapercibido por los pasillos de la escuela; sin embargo, no pasó mucho tiempo para que Charles Stonem terminara siendo la persona más especial de mi vida

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