Lᴀ Pᴜᴇsᴛᴀ

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Era ese momento en el mes.
Eran mediados de febrero, y en China la nieve comenzaba a hacerse visible, acumulada en el suelo o en el techo de las casas. Se trataba de un escenario completamente blanco, frío y calmo.

Cualquiera lo consideraría como el ambiente perfecto para relajarse un rato, tomar té y jugar mahjong.
Pero aislada a kilómetros de cualquier valle o ciudad, oculta entre las montañas, se encontraba una fábrica, donde tal escenario pacífico solo existía en la mente de sus trabajadores.

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Entre vapor y metal, sudor y pólvora, decenas de lobos trabajaban sin parar, motivados por razones ajenas a su propia compresión. Estaban trabajando en un arma jamás antes vista. Una fábrica enorme, con cientos de lobos, trabajando en artefactos que prometían marcar un antes y un después en la historia de toda China.
Conectada a ésta fábrica, se encontraba una habitación. Era pequeña, y en ella apenas había lugar para una cama y un escritorio, inundado de papeles y tinta desparramada sobre alguno de estos. No era la mejor habitación, ni la más cómoda, pero su dueño no se quejaba. No es como si pudiera hacerlo, de todos modos.

Tras haber sido exiliado de su ciudad natal por sus propios padres, esa habitación, al igual que la fábrica y sus trabajadores, era lo único que tenía Lord Shen, el ahora ilegítimo príncipe de la ciudad de Gongmen.

Pero éste príncipe guardaba un secreto del que jamás dejó de sentirse asqueado e intrigado.
El pavo real sufría de una condición. Llamémosle un desbalance hormonal.

¿Alguna vez has visto a un ave macho poner huevos?

Asumo que no, pues no lo hacen.

Pero Lord Shen sí lo hacía.

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Desde pequeño, el joven príncipe fue propenso a la enfermedad, contraída especialmente a causa de su albinismo y leucemia, volviéndolo delicado.

Pero eso no era todo.
La primera vez en la que fue testigo de su extraña condición, fue a sus dieciocho años.

El joven príncipe se encontraba ocupado realizando cualquier cosa, cuando de forma espontánea sintió fuertes contracciones y dolores en su zona inferior. Entonces, entre quejidos, el joven sintió algo húmedo recorriendo por sus piernas, llegando hasta el suelo y manchando su ropaje en el proceso. Alarmado, levantó su manto creyendo estar herido, y entonces encontró, saliendo de su cloaca, una protuberancia que temió identificar.
Entre gritos de horror y pánico, sus padres llegaron pronto a su habitación, viendo el alarmante escenario.
Sin tiempo de pensar, el emperador indicó a su esposa acompañar a su hijo en lo que él iría en busca de un médico.
En menos de tres minutos, un médico se encontraba en la habitación. (Ser de la realeza te ofrece un servicio médico impecable).

Al llegar, el emperador observó a su esposa, sosteniendo el ala de su hijo, cuya expresión mostraba dolor y pánico. Impaciente, se giró hacia el médico, esperando que cualquier cosa saliera de su boca.

- Interesante...- Dijo finalmente, un ternero senil.

- ¿Qué le sucede a nuestro hijo?- Preguntó la emperatriz, angustiada.

El ternero no habló, mas se acercó al joven príncipe. Volteó hacia el pavo real mayor, quien le dió un ademán de permiso, y entonces, levantó su manto con su bastón. Los dos hombres observaron la protuberancia. 

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