Floté unos segundos en el aire, sentía como el agua corría bajo mi espalda aunque no pudiese tocarla, y en ese momento supe que lo único que tenía que hacer era dejarme caer. No me importaba mi maquillaje, o mi vestido blanco. Sabía que mi poder se estaba por terminar y que no podía hacer nada más que rendirme. Miré el cielo con nostalgia. Mis pupilas se dilataron un poco por el cambio abrupto de luz que se produjo al abrir mis ojos. Estaba perfectamente consciente de lo patética que me veía en ese momento, acabada, sola, y con el mejor vestido que pude comprar. Los recuerdos de tan solo una semana atrás vinieron a mi mente perturbando a mi reflexivo cerebro.
Caminaba por la calle con mi mochila al hombro, la gente me miraba, pero yo los ignoraba. Hacía frío, yo tenía el paso algo acelerado, quería llegar a casa lo antes posible. Habré chocado con toda persona que venía en dirección contraria a la mía, pero no lo noté, estaba congelada por fuera y lo único que me quedaba de humanidad estaba enterrado en mi interior, y se negaba a salir. Empezó a nevar, pero no me sorprendió, siempre que me quedo sin pensamientos la nieve empieza a caer y no había más que una pantalla en blanco dentro de mi cerebro. Yo creía que el clima se ponía en sintonía conmigo. Crucé la avenida Maine, pero al llegar a la mitad noté que no podía continuar, me quedé ahí parada, estaba a una cuadra de casa.
Cada vez nevaba mas, el semáforo me decía que tenía treinta segundos para salir de ahí, no… ahora eran veinte. Los autos se arrimaban a mí advirtiéndome que cuando el semáforo cambiase a verde nada los detendría. Ya iban diez segundos, los peatones se paraban a mirarme, me señalaban y hablaban con caras de preocupación, pero nadie se atrevía a acercarse. Más nieve caía, casi no podía ver, todo era de color blanco, todo menos el semáforo. Cinco, cuatro, tres… Una mano sujetó mi hombro derecho, tirándome hacia atrás. El tirón fue muy brusco, así que estaba en el suelo antes de que me diera cuenta. No vi quién me había “salvado”, no había nadie en metros. Una sensación extraña me invadió, no… no era extraña, era agradable y algo familiar. La visión de unos ojos rojos vino a mi campo de pensamiento. Me miraban fijamente, con sus pupilas negras como océano nocturno. Su mirada era triste y débil, pero seductora. Me levanté con cuidado. Me sacudí la nieve de los jeans, estaba dispuesta a irme cuando una señora se interpuso en mi camino, perecía preocupada así que me detuve a escucharla.
-¡¿Qué demonios te pasa?! Casi mueres, tienes suerte de que ese chico te ayudara, ¡casi mueres pequeña!- ¿Morir? Yo no quería morir, me paralicé eso es todo
-¿Estás bien? ¿Te hiciste daño? La verdad era que no, estaba bien físicamente, pero el rescate de hace unos momentos me dejó alterada, así que me dispuse a asentir, aparté a la señora y me eché a correr. Crucé a trompicones la avenida Maine, sin incidentes esta vez, llegué a la puerta de mi edificio. Busqué mis llaves en la mochila, luego de unos segundos saqué un juego de llaves con un llavero de Nirvana, algo roto debo decir. Estaba a punto de poner la llave en la cerradura de la puerta cuando descubrí que estaba bañada en sangre, mi sangre. Por lo que pude ver provenía de mi hombro derecho, pero no quería sacar conclusiones hasta mirarme en el espejo. Entré corriendo, me saqué mi suéter blanco, o rojo debo decir. Me dolía mucho, me quité la camiseta y vi espantada que tenía la clavícula rota por la mitad. Cerré los ojos para ahuyentar el dolor y el miedo de mi mente, pero después de un rato me dolía abrir los ojos. Tomé mi celular y llamé a emergencias para que me enyesaran la clavícula. Dijeron que vendrían en 5 minutos, pero yo sabía que serían 15. Me senté al pie de mi cama, con una toalla sobre la herida. ¿Cómo había pasado? ¿Por qué tenía semejante desastre en mi cuerpo si no recordaba haberme golpeado contra algo?
–Momento.
Me encontré diciendo segundos después de entenderlo todo, mi salvador me había tomado por la clavícula al sacarme de en medio del tráfico. Pero, eso no podía ser, se necesitaba mucha fuerza para romper un hueso, era imposible que pudiera hacerlo solo con una de sus manos. El timbre sonó, había pasado 12 minutos. Habían superado mis expectativas, me levanté despacio, para que no me doliera moverme de repente. Presioné el botón que abría la puerta y en menos de un minuto escuché cómo se abría la puerta de mi departamento, la había dejado sin llave ya que entré pensando en otra cosa. Al ver que todavía estaba en pie, se sorprendieron pero no dijeron más que “tenemos que subirte a la ambulancia de inmediato, súbete a la camilla por favor”. Eso dijo uno de los dos hombres que estaban ante mí, ambos estaban parados detrás de una camilla naranja y de un metro de largo, tal vez más. El que habló parecía preocupado, su cara indicaba asombro y nervios, era casi como si estuviera por explotar de ansiedad. Era más bajo que yo, aunque eso no era difícil porque yo medía un metro setenta y cinco. Era morocho de pelo y de piel, sus ojos eran negros pero con un brillo raro que no llegaba a ser atractivo pero era interesante, de todas formas apenas podía verlos ya que estaban ocultos tras su cabello largo. Su vestimenta era… bueno era como tenía que ser la vestimenta de un paramédico, pantalones verde agua y sueltos, zapatillas blancas y una camiseta también verde agua con un bolsillo pequeño del lado izquierdo de su pecho. No llamaba mucho la atención, así que me acerqué a la camilla, me acosté y ahí fue cuando los vi. Esos ojos rojizos que solo pude ver por breve un instante antes de que saliera de la avenida para así evitar mi muerte, me levanté rápidamente de la camilla, confundida, esos ojos estaban estampados en la cara del segundo paramédico, parecían un bello dibujo hecho con acuarelas, pero tenían algo que te hacía pensar en la oscuridad y cuanto miedo se siente estar a solas con ella. Tenía el rostro blanco como el papel, parecía fuerte, pero a la vez parecía estar a punto de desmallarse. No me estaba mirando pero me sentía observada por el simple hecho de que esos ojos estaban allí. Pude ver el reflejo de una foto mía en sus pupilas, parecía enojado e impaciente, tomó la foto, la sacó del marco y se la guardó en el bolsillo de su camiseta, igual a la de su compañero. Quería saber por qué había hecho eso pero antes de que pudiera reaccionar él me tomó por la muñeca y me sentó en la camilla, me vendó la herida, y mientras lo hacía pude notar como el dolor desaparecía, pero eso no era todo, cuando terminó, ya no había herida, no había sangre y no había rastros de que alguna vez me hubiese lastimado. Yo no podía apartar mi mirada de su rostro, pero él si podía apartar la mirada de mí, de hecho jamás me vio directamente a la cara, simplemente miró mi hombro hasta que sanó, tenía una sonrisa leve, sonreía sin mostrar los dientes per o aún así tenía una de las sonrisas más hermosas que había visto, quería saber por qué sonreía, ¿acaso le causaba gracia que me había fracturado? ¿O simplemente lo hacía porque me había curado? No pude evitar pensar en él como algo más que la persona que me ayudo, dos veces debo decir, comencé a sospechar que fue él el que me había salvado. Pensé en él como un chico misterioso que deseaba conocer.
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Shadows of a demon
Misterio / SuspensoTus pensamientos pueden ser tu último recurso, pero siempre va a ser el más efectivo. Cuando menos te lo esperes, alguien va a ayudarte con una situación problemática que ni siquiera sabías que tenías.