9. Adictivo

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Me como la comida que preparó en silencio, mientras ella solo me observa.

—Te daría medicina, pero desafortunadamente mi cuerpo nunca responde a ellas.

—¿Y quién podría responder? Debes tomarte el pote entero para que te haga algo. Es insoportable este dolor. No me gusta sentir esos labios tan resbalosos, es asqueroso. Además, esa toalla que me diste es incómoda. Me guaya la raja.

—Tendrás que soportar los siguientes tres o cuatro días con la quebrada salida de su cauce.

—¿No hay una forma de quitarme esa basura de ahí? No lo sé, ponerme una gasa. ¿No es eso lo que le ponen a las heridas y detiene el sangrado? La tela de una gasa es mucho más suave que la lija que tengo ahí.

—No quiero imaginar lo que voy a tener que vivir contigo desangrándote y haciendo este teatro todos los días hasta que pase. No llevas ni cuatro horas y ya estás insoportable.

—No quiero estar más acostado. Este dolor solo está empeorando— me levanto de la cama y me detengo justo cuando lo hago.

Una extraña sensación pude sentir en esa zona, algo sumamente desagradable.

—Ah, ¿se me están saliendo las tripas o es que acaso me he orinado encima? He sentido algo raro. Tienes que mirarme — me tiro de vuelta a la cama y abro las piernas, en busca de mover mi ropa interior a un lado, pero ella me detiene.

—No te atrevas. Ni se te ocurra enseñarme eso.

—¿Eso? Eso que tengo ahí, es con lo que has vivido siempre y tiene su nombre. ¿Y tú por qué haces esa cara de Mr. Bean? — la señalo y es cuando noto la mancha de sangre en mi mano, provocándome unas náuseas casi instantáneas.

—Eso precisamente quería evitar, pero eres un reverendo imbécil. ¿Por qué no verificas si te hace falta un cambio de aceite y filtro? Tal vez te sorprenda con lo que te encuentres allá abajo.

Me levanto corriendo hacia al baño y es como si hubiera arrastrado conmigo los intestinos. Sí, esa es la sensación que tuve cuando corrí. El único detalle es que esta sensación es permanente y asquerosa. No puedo creer lo que esta mujer me está haciendo pasar.

Me siento en el inodoro y la sensación de que me he orinado encima es más intensa. La toalla está repleta de sangre, mucho más que cuando entré a bañarme.

«¿Cómo puede vivir una mujer con las cataratas del Niagara entre las piernas? Es insólito».

—Debes cambiarla cada cierto tiempo. Imagina que eres un tierno bebé que necesita cambio de pañales.

—Dime que hay una forma de detener este sangrado.

—No del todo, pero debes mantenerte acostado boca arriba o de lado, así sentirás algo de alivio, ya que la presión de las piernas hará que no vayas a mancharte y no salga demasiado.

—¿Cómo se supone que voy a dormir hoy, si estoy acostumbrado a estar boca abajo? Devuélveme mi cuerpo ya, por favor. Hoy ha sido el peor día de mi vida y todo por tu culpa. No sé cómo puedes atraer a alguien. He perdido la pureza y mi dignidad está por el suelo. Ayúdame a sentirme mejor o quítame esto.

—¿La pureza? ¿Estás dispuesto a hablar sobre lo ocurrido en la universidad?

—¿Sabes? Ya me estoy sintiendo mejor— me seco y luego me subo la ropa interior, me lavo las manos y huyo del baño.

—¿Qué pudo haber pasado para que estés actuando extraño? Si no me dices tú, voy a investigarlo.

—¿Qué demonios le ves a ese Giovanni? Le apesta el hocico, parece a Dumbo y tiene cara de ornitorrinco.

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