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FREYA GAGRANA

Febrero del año 1900

Las olas del Océano Pacífico y la madera del Gran Errante chocan sin piedad en una fantástica batalla que inició hace ya varias horas. Abajo hay olas inmensas de agua salada que provocan espuma al chocar con el barco y entre ellas. Arriba, unas nubes negras que destellan en luz cada minutos, provocando ruidos que hacen pensar que el cielo se quebrantará. Grandes gotas de agua  caen a mi alrededor y sobre mí, mojando mi ropa y enfriándo mi cuerpo, y no sé si vienen de la fuerza rabiosa del océano o si vienen de las negras nubes del cielo. Sólo sé que esto es para lo que nací. 

Océano, vientos fuertes, la batalla entre el temeroso grupo de nubes y las misteriosas aguas eceánicas. Todos los ruidos de los tripulantes, guiados por mi padre, el capitán, quien no deja de dar órdenes que ayudo a llevar a cabo.

Me encanta sentir las gotas de agua fría contra mi cara, una fuerza impulsada por el miedo al agua recorre mi sangre, es un impulso que me dice que yo puedo lograr todo. Esta batalla oceánica hace que me sienta invencible ante cualquier cosa, me hace sentir realmente viva.

¿Quién dijo que una mujer no puede navegar? Yo puedo. Y eso se los aseguro. Mi padre lo sabe.

-- ¡¡¡HACE 20 AÑOS NO ME HUNDISTE!!! ¿¡¿¡CREES QUE HOY PODRÁS!?!? -- Grita mi padre desde el timón a las furiosas aguas empeñadas en tratar de hundir al Gran Errante. Está luchando tan duro con el viento para mantener el timón y al barco en  curso... pero igual ríe entusiasta, con su aire pirata.  -- ¡¡¡VAMOS, ESCUINCLES DE AGUA SALADA!!! Este barco no se hundirá hoy.

Sonreí y reí con él. Siempre se pone muy animado cuando está en altamar. Quizá por el ron, quizá por la adrenalina.

En este momento, mi padre y yo viajamos a Francia desde el casi nuevo continente. Lo encontraron hace pocos años, es increíble. Mucho verde en todos lados... Y mucha riqueza.

Mi padre, los tripulantes y yo puede que hayamos robado un poco de oro y plata de los Españoles. Bueno, un poco mucho. Embarcamos luego, pero una tormenta apreció de la nada y aquí estamos: batallando para no morir.

¡Y me encanta! Me fascina el océano. No hay cosa que me guste más que el agua, navegar, la adrenalina y el sonido del océano y viento. Admito que es aterrador, infinito y desconocido... pero cualquiera con la capacidad de poder admirarlo quedaría deslumbrado, es simplemente perfecto.

Seguí tirando de la soga para izar las belas, usé todas mis fuerzas junto a la de los otros 3 marineros. Es la última vela por izar de las 3, las otras ya están bajas, pero esta parece que falló, o el viento debió enredar la soga. Maldición. Miré hacia arriba para ver si la soga se había atorado, pero algo más llamó mi atención, poniendo una especie de pausa a todo el resto.

En el cielo... hay algo. Las gotas de la tormenta en mi cara no me dejaban ver bien, junto a mi cabello castaño rojizo que se ponía en mi cara.

Era una figura que parecía una mujer, pero como dos veces más grande, con unas inmensas alas que la doblaban en tamaño. No podía verla bien, parecía una nube, pero desapareció entre las que sí lo eran a los pocos segundos. No me dio tiempo a detallarla. 

¿Qué cosa...? 

-- ¡¡Vamos, Freya, tira!! -- Escuché a uno de los tripulantes entre todo el desastre de gritos, viento y agua.

Sacudí la cabeza y me centré en tirar de la cuerda mientras seguía su recorrido por el mástil para ver que sí, se había enredado.

-- ¡¡La soga está enredada, subiré a arreglarlo!! -- Devolví el grito y solté la cuerda. Creo que gritaron algo más, pero estaba muy ocupada manteniendo el equilibrio entre la mojada cubierta del gran barco que se balanceaba en un vals de ira con el mar.

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