- RELATO CORTO -

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PARROQUIA DE LEIRO,CONCELLO DE RIANXO, A CORUÑA.

Mediados del siglo XIV.

Esta historia comienza una mañana de Domingo, en un día y una época que fueron olvidados hace mucho, y que pocas personas recuerdan, personas que relatan leyendas casi dejadas al paso del tiempo, recordadas por guerras y enfermedades devastadoras como la peste negra. Abuín era una aldea pequeña, con pocos habitantes, la mayoría de ellos ancianos y algún que otro niño. María Belén y su hija Uxía vivían en ese vecindario desde siempre, soportaron guerras y gracias a Dios no habrían sufrido en sus carnes la peste. La madre de la niña estaba casada con un señor un poco mayor que ella, el cual falleció por esta enfermedad en uno de sus viajes a un pueblo lejano en donde trabajaba. Varios de los vecinos de la zona fallecían, hijos y familiares de éstos perdían su vida en las guerras, pues los más jóvenes eran llamados a batallar y obligados a dar sus vidas por una causa que pocos comprendían y que no muchos respetaban, pero todos temían.

Madre e hija iban todos los días al monte en búsqueda de leña durante la primavera, verano y otoño, ya que había que abastecerse para pasar los duros inviernos. Después de haberse descubierto la peste negra, intentaban tomar todas las medidas posibles para no sufrirla. De momento en el pueblo no había ningún caso, la gente vivía más tranquila que en otros lugares de Galicia, temían que en algún momento esta dolencia llegaría, pero para ellos aún sonaba como un cuento que pocos se creían. Algunos vecinos presumían de que la aldea en donde vivían no tenía casos de esa enfermedad, se reían de los que la sufrían, decían que no tenían cuidado los demás, que no se cuidaban y que había muy poca higiene. La mayoría de los vecinos de Abuín no eran para nada empáticos con los demás, cada uno se preocupaba por lo suyo, rara vez prestaban ayuda a los demás. Estaban acostumbrados a sobrevivir como podían, cada familia tenía sus tierras que trabajaban para subsistir, sus animales y sus cosechas, por lo que a pocos les gustaba compartir, los inviernos eran muy duros. Con la llegada de la peste, algunos de los más religiosos justificaban que era obra de Dios, que necesitaba limpiar el mundo de gente impura, y que por eso estaba muriendo tanta gente. Los que poblaban las aldeas más pequeñas, tenían poco contacto con el exterior, ya que en esa época no existía para ellos casi ningún método de comunicación con otras personas que vivían en otros lugares más alejados.

En esa mañana del último día del fin de semana, Uxía se levantaba perezosa, no tenía ganas de ponerse a trabajar con su madre, ya que esa noche no había descansado casi nada.

- Vamos, hija mía. No duermas más, que hoy tenemos mucho que hacer. El tiempo está bastante turbio, hay niebla y parece que más tarde podría llover. - Dijo la madre a la niña, mientras le colocaba su ropa encima de la cama y la destapaba con cuidado.

- Madre, hoy no he descansado prácticamente en la noche. ¿No podría quedarme a dormir un poco más? Siquiera unas pocas horas. - Respondió la niña, mientras se tapaba de nuevo con las cobijas.

- No, no puedes. Levántate. El invierno se acerca, ya se nota el frío y las heladas matutinas. ¿Acaso quieres pasar el invierno helada? Hay que ir a recoger más leña. -

- Está bien, madre. Me levantaré ahora mismo, me vestiré y ya estaré lista. -

- Bien, así me gusta, pequeña. Tienes el desayuno listo en la cocina. Ven a desayunar, y cuando termines deja todo limpio y dirígete a nuestro campo. Voy a dejar las ovejas allí y cuando vengas nos vamos al monte. Si te preguntan los vecinos, no les contestes. -

- De acuerdo, madre. Así lo haré. Llegaré en unos minutos. -

La niña se levantó, se vistió y desayunó rápidamente para no hacer esperar demasiado a su madre. María Belén ya se había ido al campo, había soltado a las ovejas por allí y estaba esperando por su hija. Uxía al salir de la casa cerró la puerta, agarró uno de los palos que usaba cada vez que salía al monte y fue camino al campo. El palo siempre lo llevaba tanto ella como su madre, lo tenían como precaución por si en algún momento necesitaban defenderse en el bosque, ya que habían manadas de lobos, jabalíes y otros animales salvajes que podían atacar en cualquier momento. La pequeña estaba cerca ya de su destino, cuando se cruzó con una señora anciana que iba a paso rápido por la carretera. ésta tenía un gran manto negro que la tapaba por completo, apenas era visible su cara, sólo se le podían ver con claridad los pies, los cuales estaban descalzos, sucios y con unas uñas poco cuidadas y largas. Uxía se apartó hacia un lado del camino, evitando estar cerca de la señora, pues no quería tener contacto físico con nadie. La anciana se paró en un camino, y le preguntó a la joven con una voz ronca y enferma:

La Santa CompañaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora