Al Son Del Vagón A Zarzas

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Capítulo uno: Meridith

Mi cama está vacía. Intento encontrar los recuerdos arrastrando mis manos por las sabanas, enrollando mis dedos a cada pliegue formado por el uso, pero lo único que consigo son pequeñas lágrimas que corren veloz por mi cara. El viento helado inunda la habitación anticipando el invierno. Solíamos estar abrazados, Vicent, a la derecha acariciando cada espacio de mi espalda y yo, me satisfacía con mirar por la ventana que en el último tiempo se ha convertido en mi mejor acompañante. Retiré repentinamente mi vista de las manchas en el suelo que cada vez se hacían más conocidas. No quiero seguir recordando. He decidido marcharme de este apartamento, ya que vivir sola se ha transformado en desear la luna cada día y más cuando llevas un pesar contigo, los platos se mantiene allí esperando a que los limpien y la mañanas son eternas si no tienes un buen libro que leer. Quiero volver a viajar, ser como era antes. Volver con mi familia, con mis pequeñas hermanas amarrando mi cabello tratando de formar una trenza. Mi padre y su manía de encerrarse en su escritorio, quiero volver con mamá, para que me cocine mis platillos favoritos, aquellos waffles que no pueden faltar cada mañana. Este día sí que ha sido frío, a veces me coloco al costado de la tetera para recibir un poco de calor. Suena el teléfono, tengo que contestar, lo sé, tengo que contestar.

- ¿Estás bien? - La voz apurada de Meridith, me anudó la garganta. Estaba preocupada por mi luego de todo lo que había ocurrido entre nosotras. Me senté en la silla que daba a la entrada. La pregunta en el teléfono se repitió, esta vez se sentía la nostalgia en sus palabras. Quería contarle todo, mis miedos, mi extraña sensación, la última vez que me reí o cuánto me hacía falta su presencia, pero no, no conseguía mover mis cuerdas vocales, ni siquiera el más mínimo zumbido. Te extraño Meridith y nunca sabré por qué te he dejado como uno de mis recuerdos más banales. He colgado, lo siento.

Mi cuerpo tiembla apoyado en el respaldo, el teléfono vuelve a sonar. Las tijeras han actuado por sí solas sobre el cable y un silencio inunda mi vida. Un nuevo comienzo. Camino deambulando por las murallas en busca de mis maletas. Siempre me dije que las píldoras no funcionaban y ahora son lo único que me mantiene de pie, tomé dos que había en el cajón de Vicent y además encontré un collar que me regaló, debió haber sido de cuando éramos novios porque la inscripción decía "te quiero", decidí guardarlo en la maleta. Creo que mi vida se ha vuelto confusa, ni siquiera puedo recordar bien lo que ha ocurrido. Los objetos de Vicent me traen momentos borrosos que parecieran apoyar mi idea de olvidarlo y avanzar, sabiendo que mi pasado está dividido en dos partes. Meridith forma parte de mi primer pasado, de mi infancia, por eso puedo reconocerla y sentirla cerca, como si viviera conmigo, aunque no quisiera volver a hablarle por todo el daño que presiento que cause. La otra parte de mi pasado, está relacionada con Vicent, con nuestro aniversario, pero a veces trato de recordar más, como cuando uno descifra sueños en su mente y sólo consigo ver fechas e imágenes en blanco. No puedo encontrar su cara, solo rememoro su voz áspera, y su cuerpo junto al mío, cosas que me obligan a escapar. Mi intriga me ha llevado a reconstruir mi vida en un tren, trasladarme al pasado desde un presente desafortunado, he comprado un pasaje que me lleva a Zarzas, quiero saber por qué puedo recordar mi niñez como si contara una historia narrada desde el exterior y qué ocurrió, pues lo que sé, es que lo había dejado todo por un muerto.

El taxi no llegaba, recogí mis maletas y emprendí el camino hasta la estación a pie. Cuando apagué las luces y cerré la puerta de la habitación, supe tras ciertos pestañeos, que había comenzado una construcción a la que ningún arquitecto daría vida, un puente de regreso. Qué más daba, no era nadie hoy y no sería nadie mañana. Comencé a caminar mientras la luna iluminaba la acera, y las personas que pasaban alrededor no absorbían los destellos, produciéndose un efecto de sombras. Miles de sombras pasaban frente a mi, miles de sombras que lograron despojarme de mis maletas y obligarme a correr y a correr por llegar a tiempo. Con algunas gotas de sudor, conseguí ubicarme en mi asiento "H0", irónicamente una sonrisa se produjo desde mi boca. El respaldo del asiento encajaba perfectamente en mi espalda, envolviéndome en Morfeo al instante.

- Iris. Iris ¿Eres tú? - Unos leves empujones me despertaron - Estás toda embarrada, necesitas ropa. ¿Dónde están tus maletas? - Mi mirada, aunque aún borrosa podía reconocer la cara de David - Ven, levantate vamos a buscarte algo en mi equipaje.

David me levantó bruscamente, y afirmó mi muñeca conduciéndome por los pasillos estrechos del tren. Su olor era el de siempre, tabaco con azafrán, su cabello había conseguido crecer luego de años de quimioterapia, un rubio ceniciento que nunca debió haber desaparecido. Su mano en mi muñeca me hacia sentir protegida. Me entregó una de sus chaquetas, la que era verde esmeralda con botones mostaza, parecidas a las que ocupaba cuando era pequeño, traía cocido un parche que decía "No te rindas". A veces me preguntó si el destino tiene miopía perpetua o si no sabe distinguir entre lo bueno y lo malo. David frenó todos mis pensamientos, pasándome un café y preguntándome - ¿Qué has hecho? - Gran dilema, tal vez el más acertado. No he hecho nada, no he construido la muralla China, no he visto la nieve ni menos un glaciar, no he amado eternamente; he dejado de vivir, eso he hecho.

- Nada - Mi respuesta no consiguió más que un signo de decepción de sus hombros. Luego sus pupilas se detuvieron en mi cuello y sus manos comenzaron a palpar - ¿Qué es esto? ¿Has intentado acabar con tu vida? - Comencé a divagar, resfregé los dedos por mi cuello, se sentían ciertas marcas superficiales ¿Qué era? No sabía qué estaba pasando, corrí en dirección al baño que estaba a dos cabinas desde donde me hallaba.

Ahí estaban frente a mi, unas recientes marcas rojas que se posaban como collares en mi cuello. ¿Qué era esto? repetí la pregunta. David tal vez tendría razón, he intentado suicidarme. No, debe haberme pasado algo cuando estuve dormida estos dos últimos días o tan solo es un picazón. Me mojé la cara y volví a mirar en el espejo. Esto debe haber sido consecuensia de las pastillas, saqué un poco de papel y lo enrollé en mi bolsillo. Debía salir hacia el otro lado, no quería seguir hablando con David. Quiero llegar pronto, comencé a extrañar mi antiguo hogar y aquel sauce que constituía toda mi infancia. Me escabullí hacia el comedor y luego hacia unas cabinas que parecían reservadas pero se hallaban desoladas, acomodé los asientos en forma de cama y me recosté. No sé cuánto tiempo logré mantener los ojos cerrados, pero no fue mucho, unos pasos se acercaban velozmente hacia donde me hallaba descansando.

- Quiero mi equipaje allí, luego deseo que todos se retiren y me dejen sola. Quiero descansar, solicito que no me traigan comida ni nada, además el tren ya es lo bastante truculento para que me miren con esos ojos vacios - ¡Meridith!, ¿Qué hace Meridith aquí?

Me mantuve quieta, deseaba que una pintura invisible me envolviera en su efecto. ¿Por qué me pasan estas situaciones? Levante despacio mi cuerpo para no causar mayor ruido, me coloqué una de las mantas que se encontraba en el asiento y caminé rogando que nadie se percatara de mi presencia. ¿Hacia dónde podía huir sin que me vieran? Una luz se encendió y el grito despavorido que tanto conocía se escuchó - ¡Incendio! - Meridith gritaba para solucionar todos sus problemas esa insoportable palabra, cuando tenía miedo, cuando le dolía la cabeza, incluso, cuando no entendía lo que sucedía. Retiré la manta de mi cara y le dije - Tranquila, hace años que te quemaste - Su expresión cambio totalmente, sus bellos labios comenzaron a tiritar, sus ojos atigrados respondían al suceso con dilatación y unas lágrimas comenzaron a caer por su rostro. Era la misma. Al resolver su sorpresa lanzó su cuerpo encima del mio y me abrazó como nunca antes.

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