Estaba tranquilamente el lunes pasado, luego de un día agitado de trabajo, regresando a casa por camino de cintura. Luego de casi una hora de viaje, estaba ya a mitad de camino cuando una insaciable sed me atacó debido a que todavía estaba manejando.
Luego de llegar a mi casa en Ramos Mejía Sur, estacioné de la mano de enfrente para entrar el auto, y ya algo raro estaba notando. En la vereda de mi casa estaba estacionado un Renault Logan, gris plata muy lindo. ¿Quién corno se había estacionado arriba de mi vereda?
Luego de unos bocinazos, sale mi madre a abrirme el portón, entro el auto, y ahí lo veo. Ahí estaba el Pintor. Yo había olvidado que ese día iba a comenzar tareas en casa un pintor que mi mamá había contactado por ahí.
Lo saludé, muy amable el señor, y entré a mi casa.
Dejé la mochila por ahí, me cambié rápido por unas ropas las livianas y de repente recordé mi sensación de sed fuerte, con lo que acudí rápidamente hacia la heladera.
La abrí, tomé la jarra con jugo, me serví unos cuantos vasos y la guardé.
En ese instante me quedé helado, como si algo hubiera entrado en mi mente a pesar de que no le había prestado atención. Volví a abrir y allí estaba. Era una botella de Manaos!
Le pregunte a mi mamá que me veía desde la puerta, se vé que notó algo raro en mi. La botella era del Pintor. Ahí me tranquilicé y proseguí con encender la PC y comenzar a viciar en Taringa! y otras páginas.
Más tarde, ya casi para la merienda, me acerqué nuevamente a la heladera. Cuando la abrí tomé el sachet de leche y allí estaba la flamante Manaos acostada. Cuando de repente, noté que no era una Manaos como las fotos en Taringa! la describían. No era una Manaos común, tenía algo en particular pero no me di cuenta a simple vista hasta que me acerqué.
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Esa Manaos no era sabor cola, era una Manaos sabor Manzana!! Oh, ¿cómo podía ser esto? había visto Manaos en las góndolas de los supermercados chinos, pero nunca de otros sabores que no sean cola o lima-limón.
Quedé maravillado por su color cobrizo. Me dispuse a tomarla, pero recordé que no era mía. Ahí fue cuando escuché su voz, era el pintor que me miraba desde la puerta. Debería notarseme en mi cara que estaba asombrado, y el lo notó.
Le pregunté de donde venía, de donde había sacado esa versión de Manaos, que si realmente era una Manaos. Él no decidió responderme. Le imploré que me diera de probar, y muy orgulloso, el Pintor nos sirvió un vaso a cada uno.
La probé, al principio me chocó el frio del líquido en mis labios, y de repente, como por arte de magia, toda mi boca se llenó de un fuerte sabor a Manzana gasificada, como si esa bebida hubiera viajado toda la galaxia hasta mi casa.
No quiso decirme de donde venía, sólo me dijo que por esas tierras era muy común encontrar esos sabores. Decidí comprarsela, y, aunque al principio se resistió, logré convencerlo por la suma de $100. Seguramente valía más pero no importaba ya.
El Pintor hizo su trabajo, y se marchó. Nunca más lo volvimos a ver, no atendió los llamados y no pudimos localizarlo.
