NIKE

46 0 0
                                    

Todo empezó con pasión sin limites, nos besábamos sin frenos, sin mirar al retrovisor y seguimos nuestro camino a tu habitación dejando un rastro de besos, caricias y ropa. Las escaleras se nos hacían eternas mientras nuestros corazones estaban al borde del acantilado al que todos llaman amor, nosotros pecado.

Y llegamos a nuestro destino, sin dejar de besarnos, te quitaba la camiseta para dar paso a tu abdomen esculpido por el mismísimo Miguel Ángel. Mi cuello te llamó a gritos y yo gemí ante tu ruta de besos que dejabas hasta llegar a mi camisa, la desabrochaste con ansia de llegar a mi piel desnuda y me contemplaste como si se tratara de una obra de Van Gogh.

Tu pantalón, sí, ese que la cremallera se quedó atascada e hiciste todo tipo de maniobras para quitártelo, yo reía como una niña con su dibujo animado favorito. Te tiraste a la cama y contigo yo, aunque no entera, me arrancaste la falda sin piedad y yo no te decía que parases; nos quedaba tan sólo la ropa interior. Mi sujetador se perdió en la oscuridad de tu cuarto mientras tus labios posaban besos por mi vientre bajando en busca de mi néctar, mis manos viajaban por tu espalda musculada hasta llegar al elástico de los boxers, mi mayor delirio. Me miraste por primera vez en toda la noche a los ojos, los tenías tan brillantes que llegué a pensar que estabas a punto de llorar, pero no era así,entraste en mi cuerpo y saliste calado de promesas rotas y tu me inyectaste esperanza y lujuria.

Estuvimos así hasta que no pudimos más y nuestros cuerpos se desplomaron a cada lado de la cama sin mirarnos en ningún momento, cada uno disfrutando del tiempo pasado y nuestras respiraciones, al fin, llevaban el mismo compás, me empujaste hacia ti para quedar en tu costado y poder acariciarte el pecho.Nos quedamos en esa posición hasta que los primeros rayos de sol entraban por tu ventana, mi moví para zafarme de tu agarre pero  tus manos fueron a mi parte trasera y me posicionaste encima tuya.

Tu sonrisa iluminaba el cuarto entero y tus ojos pedían algo más. Mi cuerpo no daba más de sí y como si nada me levanté y fui a tu armario a por tu sudadera Nike que decías que no te gustaba pero me la ponía y ese pensamiento pasaba a su antónimo, eso me encantaba. Entré a tu cocina a por un café, como tenía costumbre de hacer, llevábamos dos años así, intercambiando un poco de nosotros cada sábado noche. Te veo y realmente veo al demonio con el que me gustaría vivir en este infierno, ninguno da el paso, siempre es lo mismo. 

Tu casa o mi casa.

Tu cama o mi cama.

Tu cafetera o mi cafetera.

Bajas los escalones de dos en dos vestido con vaqueros y camisa blanca, me abrazas por detrás, algo que nunca hacías.

-Me gustaría invitarte a comer.-Susurraste en mi oído.

Asentí, y me equivoqué, desde los veinte años estamos así y por fin te dignas a invitarme a algo que no sea tu cama y tu café de por la mañana.

Primer plato y ya me estaba arrepintiendo, no quería pensar en algo que ya sabía, que estaba perdidamente caída en el pecado.El postre, chocolate, fresas y nata como aquella vez que fui chef en tu cuerpo. De tus labios surgió una pícara sonrisa y yo la cacé de inmediato.

-Hemos caído en eso que dijimos de nunca caer.

-Caímos hace tiempo, creo yo- dije posando la copa en la mesa.

-Yo caí cuando vi tu cuerpo pasando por aquel pasillo del instituto, con tu mochila cargada de libros y tu pelo suelto algo revuelto, me sonreías sin intención de llegar a esto, dijimos que iba a ser sólo una vez, mañana hará dos años de eso-pausaste-y no puedo aguantar que el cuerpo de mi infierno pueda ser deseo de otro que no sea yo. Vente conmigo, tendrás sexo, amor y café siempre que quieras.

Sólo ven. 

Pedacitos de mí.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora