—¡Maldición Jaskier! ¿Por qué siempre que estoy en un montón de mierda tienes que estar tú con una pala para revolver todo?
—Eso no es justo Geralt...
—El niño de la sorpresa, el Djin... ¡todo!. Si la vida me concediera un deseo sería quitarte de mis manos.
Esas eran las palabras más hirientes que le pudo haber dicho el brujo. Apenas las escuchó sintió como su pecho se contrajo dolorosamente. Menos mal que no le había llegado un nuevo ataque de tos. Se había esforzado mucho en ocultar su enfermedad como para que de último momento se revelara su secreto mejor guardado. Y ese era: que estaba perdidamente enamorado del brujo.
—Está bien Geralt. Siempre te has quejado de ser el protagonista de mis canciones y poemas. Bueno, pues te aseguro que no volverás a escucharme cantar sobre ti. Te... te aseguro que no volveré a molestarte. Hasta luego...
Se dió media vuelta y empezó a caminar con su laúd colgado en el hombro. Daba gracias por no tener un equipaje voluptuoso. Solo su fiel instrumento y una bolsa pequeña. Así podría poner mayor distancia entre él y el brujo en el menor tiempo posible.
Llevaba un tiempo suspirando por el hombre de cabello blanco y su relación había avanzado a pasos pequeños a través de los años. Había visto más facetas del brujo que ningún otro humano y se permitió tener esperanza de albergar un espacio por más pequeño que fuera en el corazón de Geralt... hasta que apareció ella.
Al principio pensó que era solo sexo lo que compartían. Pero poco a poco lo vio obsesionarse con la hechicera y alejarlo a él cada vez más de su lado. Y entonces sucedió.
Comenzó como una picazón en la garganta, una tos molesta... y finalmente empezó a escupir pequeños pétalos de florecitas amarillas. Era un bardo y sabía lo que eso significaba. Había cantado decenas de canciones de amor trágico sobre la enfermedad de la Cortesana. Un terrible mal que afectaba a las personas que guardaban en su corazón un intenso y profundo amor que no era correspondido.
Geralt y Yennefer tenían una relación de tira y afloja. Se encontraban por el camino, tenían sexo y luego se iban cada uno por su lado. Así fueron acumulando tensión, como una presa cada vez más llena de agua y finalmente habían colapsado.
Maldita sea la hora en la que aceptaron participar en la caza del Dragón, pues con la llegada de Yennefer a esa aventura confirmó lo que ya sabía desde hacía un tiempo, que sus días estaban contados. Jamás tendría oportunidad con el brujo y eso estaba bien.
Guardó en secreto su padecimiento, pues no quería el cariño de Geralt por lástima o porque se sintiera obligado a corresponder sus sentimientos para evitar su muerte. Que ingenuo. Pensó que Geralt al menos lo apreciaba lo suficiente como amigo para tener ese efecto en el brujo, y se conformó con pasar sus últimos días junto a él.
Pero la crueldad de sus palabras y la ira en los ojos color ámbar cuando las pronunció fueron el último clavo que cerraba el ataúd de Jaskier. Y no pudo evitar que un par de lágrimas rodaran por su mejilla mientras caminaba decidido a no volver a verter desgracias en la vida del brujo. Solo se iría, quizá a la costa. Buscaría un lugar para pasar el tiempo que le quedara en paz.
***
Geralt ni siquiera lo miró. Estaba tan enojado por la partida de Yennefer que no se dignó mirar al bardo mientras se alejaba montaña abajo. Jaskier siempre se enojaba y se hacía el ofendido. Seguramente lo estaría esperando en el campamento donde todos dejaron a sus caballos y para cuando el brujo llegara ahí ya se les habría bajado el coraje a ambos.
—Deberías ser más cuidadoso, brujo. —Dijo el dragón, que presenció toda la escena con silenciosa decepción.
—¿Qué quieres decir, anciano?
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Dientes de león
Nouvelles-Está bien Geralt. Siempre te has quejado de ser el protagonista de mis canciones y poemas. Bueno, pues te aseguro que no volverás a escucharme cantar sobre ti. Te... te aseguro que no volveré a molestarte. Hasta luego... *** Tras las hirientes pala...