Capítulo I

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Uno de aquellos hombres, aquél que llamaban Kenton, me gritó enfurecido: "¿Cómo sabremos si lo que dices es verdad, Mesías?". Yo le respondí: "En eso consiste la fe, hermano. Los caminos del Señor son intrincados, pero sin ninguna duda inequívocos. Por ello debéis escucharme. Algunos darán la vuelta, acusándome de mentiroso y haciendo oídos sordos de la palabra del Padre. Pero llorarán, llorarán sangre cuando el ángel del hombre caiga aclamado por la incredulidad y la falta de fe de los que no acogen la salvación. El mundo que conocemos será reemplazado por el infierno. Entonces suplicarán, se arrodillarán frente a mi y dirán lo arrepentidos que están de no haberme escuchado, de no haber creído en mí, el cuervo que trae el mensaje divino. Pedirán un hueco en la Estrella del Alba con palabras vacías y promesas de aire ¿Sabéis que haré entonces?"
¿Qué harás tú? me preguntaron. Alcé las manos y levanté a la vista de todos el crucifijo que Dios me había entregado. Muchos se asustaron al verlo, pero no por ello dejaron de escucharme. Al contrario, en sus ojos se leía el plan de Dios para la salvación.
Pastor Rui Vieira: Nuevo Evangelio.

La cena transcurría con aparente normalidad. Los lacayos iban y venían, silenciosos en el silencio, dejando caras bandejas labradas en plata fina en la ancha mesa de caoba. Ezequiel vislumbraba la impaciencia en los ojos de los comensales. Los platos parecían no acabar nunca. Uno de los lacayos depositó enfrente suya una fuente metálica. Al destaparla dejó a la vista un cordero embadurnado en miel y aderezado con unas pocas patatas hervidas. El embriagador olor de la carne recién hecha le llenó las fosas nasales, provocando en su boca una ingente cantidad de saliva. El cardenal Batiferè se humedeció los labios, ansioso de pegar bocado a la dulce carne del cordero. De sólo pensarlo se le caía la baba por la comisura de los labios; la carne caliente en su boca, supurando miel y sangre a cada bocado que daba, La grasa chorreándole por los dedos. Las patatas... Oh, benditas patatas.
Su estómago rugió de hambre de sólo imaginarlo. Tenía tanta hambre...
Técnicamente hacía tres meses que no probaba bocado alguno. El viaje hasta Prima Mundi lo había dejado hambriento y débil. Tanto que creyó desmayarse cuando salió de la estación criogénica. Unas horas después de que el titánico transbordador aterrizara en Prima Mundi, ahí estaba él, en una reunión de veteranos y viejos representantes de la casa de Dios con ganas de conocer al nuevo Papa.
El Camarlengo golpeó una copa con la cuchara para hacerse oír, cosa que a Ezequiel le pareció una estupidez, ya que no había nadie hablando en la sala. El Camarlengo habló con voz potente:

-Hermanos, el Santo Padre no puede hoy reunirse con nosotros -un murmullo agitado resonó en las paredes de la sala. Caras de frustración que miraban sus platos vacíos. Nadie parecía estar contento por ello. Ezequiel simplemente se lo esperaba. Aquello no le pillaba por sorpresa. Cuando salió de Unacafar, Pío XVI acababa de morir. Tres meses había durado el periodo de Sede Vacante, un plazo muy corto comparado con la larga elección del Casto. Si su mente no le fallaba, siete meses tardó la Iglesia en ponerse de acuerdo para elegir, a su parecer, al gobernante más aciago y corrupto que la Iglesia había tenido. Sólo cabía rezar porque el nuevo Papa recondujera a la Cristiandad que tanto había costado levantar por los caminos del mil veces santo Mesías. Según le habían contado, el nuevo Papa sólo se había mostrado una vez en público, a los ojos de toda la población de Prima Mundi. No le extrañaba que se quisiera tomar unos días de retiro espiritual antes de comenzar un nuevo mandato. Después de todo, nunca podría ser peor gobernante que el Casto-. Sin embargo, hará acto de presencia a mañana al medio día, en la jura. Ahora, demos gracias al señor por este banquete que se nos ha sido concedido. Oremos. Bendice Señor...
"Estos alimentos, fruto de tu misericordia y del trabajo del hombre, bendícenos a nosotros que los vamos a tomar, y haznos partícipes de tu reino en los cielos. Amén"
Amén
Empezaron a comer. Ezequiel sintió como poco a poco las fuerzas volvían a su cuerpo, calmando su estómago y renovando los latidos lentos de su corazón. Hacía siglos que no comía tan bien. El tenso silencio dejó paso al ameno ruido del entrechocar de los cubiertos y las conversaciones entre susurros. Ezequiel fue testigo de como el cardenal Batiferè agarró un muslo de cordero y lo devoró ávido; la grasa lubricando la abundante papada del religioso. Le iba a decir algo cuando notó que alguien le golpeó el codo. Ezequiel giró la cabeza hacia la izquierda, molesto de que lo interrumpieran mientras comía.

Zángano EmperadorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora