Después de que Dios me revelara su plan para la preservación de nuestra especie, salí de Fénix a toda prisa. Era yo el superviviente de toda una ciudad arrasada por el ángel del hombre, aquel al que en las noticias llamaban "La sirenita". Esta bomba destrozó Fénix hasta los cimientos; no dejó testigo alguno de su obra. Excepto yo, el Mesías anunciado. Cuando inicié la marcha, sus únicos habitantes eran las cucarachas. No me preocupaba la radiación ni la falta de comida, pues el Señor estaba conmigo, y yo con Él. Anduve durante largo tiempo, a través de valles y desiertos totalmente estériles. El crucifijo me guiaba, en el día y la noche, por entre aquel páramo de solitaria muerte. A los cuarenta días caminando salí del estado de Arizona, y entré en un condado llamado "Utah" por los carteles de la deshecha carretera. Poco a poco, la vida se iba extendiendo por las piedras de aquel inhóspito lugar. Seguí andando, esta vez al cobijo de las sombras que proporcionaban los pinos. Pocos días después me crucé con un conductor de camiones. Este se ofreció a llevarme hasta Salt Lake City a cambio de seis dólares. Le dije que no tenía más dinero que veinte centavos, pero que podría hacer cualquier cosa con tal de que me llevara hasta la ciudad. Limpiarle las botas, fregar la luna del camión, cosas así, le dije. Se echó a reír, el muy canalla, y me preguntó si podía comerle el rabo. Yo le maldije tanto como pude, y me alejé de allí sin volver la vista atrás. Él me insultó: "Mejicano de mierda", y puso en marcha su enorme camión. Me contuve de invocar al Padre omnipotente para que borrara de la faz de la Tierra a aquel miserable conductor. Pero no lo hice. Lo dejé marchar, pues nadie era yo para imponerle un castigo de tal calibre, más mi Padre en los cielos, oh, ese sí le daría su merecido.
Pastor Rui Vieira: Nuevo EvangelioEzequiel bajó la cabeza. Llevaba tanto tiempo en esa posición que le empezaba a hacer daño. La cabeza le pesaba, arrastrándolo hacia abajo. La voz del nuevo Papa hacía eco en las paredes de la vetusta catedral, mas Ezequiel lo único que podía oír era su cuello crujiendo de dolor. Sus hermanos pasaban de uno en uno; jurando proteger al Papa y serle fieles hasta el extremo. Ezequiel, con la cabeza gacha no veía más que las perladas gotas de rocío resbalando por las briznas de fresco pasto. Sus pies estaban completamente helados. No podía ni mover los dedos. Una pequeña hormiga escalaba menuda su pie derecho, como si este fuera una grandiosa montaña de carne agarrotada. Aunque veía al pequeño insecto cruzando su pie, no llegaba a sentir el cosquilleo propio de sus patas bailando sobre su piel. No le hubiese extrañado nada que le dijeran que tenía que amputárselo por que el flujo sanguíneo quedaba congelado al pasar por sus pies. En absoluto. Es más, estaba empezando a creer en esa posibilidad. Ninguna otra cosa podría explicar aquel grado de parálisis que sufría en los pies.
Aquello le recordaba a cuando estuvo en Katraviech, allá por las Guerras Rojas. Sus naves necesitaban reponer keján para poder llegar al sistema Agvriar, cuna del Xtranismo. Su sorpresa al llegar al planeta fue mayúscula. El Niño Máquina había replegado sus tropas sobre Katraviech para proteger con uñas y dientes las reservas de keján. Fue una auténtica masacre. Se hicieron con la victoria tras dos días de intensa lucha; los cadáveres neo-rusos se marchitaban dentro de las máquinas de guerra. Los piratas hicieron la mayor parte del trabajo, limpiando la atmósfera de burdas Sminets con el puño y el trueno grabados en planchas de fzita negra. Pero lo que mejor recordaba de ese encuentro era el frío. Un frío capaz de matarte en menos de quince segundos si no acababas haciéndolo tu mismo. Se te metía en los huesos, te clavaba sus cuchillas heladas en la carne y la hacía arder en un éxtasis de pura angustia. Los motores de las naves se estropeaban nada más entrar en su atmósfera. El aire helado te quemaba por dentro los pulmones. Aunque su paso por allí no duró más que una semana, jamás olvidaría aquel planeta de salado hielo. Un infierno helado donde el calor parecía ser un onírico producto de los sueños.
Una voz lo devolvió a la realidad.-Ezequiel. Padre Ezequiel Kardonen.
Ezequiel echó a andar hacia la voz que lo llamaba. Sus pies descalzos se arrastraban por la mullida hierba, sin sentir las verdes caricias de aquel prado contenido en piedra. Cabeza gacha, caminó tranquilo entre sus cabizbajos hermanos. Unas gruesas raíces de cristal se hundían en la tierra que sus rotos pies pisaban. Eran azules, de un azul tan intenso como el de una nebulosa que se expande por los infinitos mares del cosmos. Se detuvo a menos de un paso de Bonifacio XIX e hincó la rodilla en tierra. Su cálida mano se posó sobre su cabeza, y pronunció con voz solemne:
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Zángano Emperador
Science FictionAño 2609 d.d. Después de la muerte del Papa Pío XVI (apodado el Casto, por razones nada obvias), el Padre Ezequiel asiste a una reunión ecuménica en Prima Mundi para conocer al nuevo líder de la Iglesia de la Divina Salvación. Este, de nombre Bonifa...